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El rito de los domingueros Las playas malagueñas se llenan cada fin de semana de cordobeses en busca de mar y sol

Baena, seis de la mañana. Unas 20 neveras-termo repletas de embutido y queso esperan junto a sus respectivos dueños en la carretera que une este pueblo cordobés con Cañete, también en Córdoba. A pesar de lo intempestivo de la mañana -por no salir, no ha salido ni el sol- no se dirigen a trabajar. Es domingo y hay que cumplir con la tradición veraniega: plantar la sombrilla en alguna playa malagueña e intentar disfrutar. "Las cosas como son. A mí me da miedo el agua y en el autobús me mareo", dice una mujer enjuta y enlutada que roza los 80. Estas pegas no le han impedido unirse al ritmo salvaje de esta costumbre dominical que terminará con la puesta del sol y los rostros rojizos. La anciana se engulle una Biodramina y coge una de las bolsas de plástico para casos extremos que reparte Fernandi, la propietaria de un supermercado de Baena y la que organiza, a través de la Asociación de Mujeres, todos los fines de semana, un viaje para esta gente que tan lejos tiene el mar. Los vivas a la Virgen de la Cabeza y al Jesús de Nazareno ponen el autobús en marcha rumbo a Benalmádena. "¿Están contentos los jóvenes?", inquiere Fernandi con inseguridad dirigiendo su mirada a los asientos de atrás. Sí, sí que lo están. Todo está saliendo de acuerdo al plan. Playa de Mala Pesca. Nueve y media de la mañana. Los 50 pasajeros desembarcan en la calle principal de Benalmádena. Cargan, quejándose entre dientes ( "no veas como pesan los bocadillos", "tendríamos que haber ido a Marbella"...) un equipaje digno de una semana. Ante sus ojos se presenta un espectáculo insólito: una playa desierta un domingo en plena Costa del Sol. "¿Veis?, no vamos a tener problemas para conseguir hamacas en primera línea", comenta Fernandi. ¿Y usted, es dominguera?. "No, pero me gustaría serlo", contesta Toñi, una mujer de 30 años y que se apunta todos los domingos que puede a esta excursión. Entonces, ¿quiénes lo son? "Pues los que van todos los domingos a la playa, al Aquapark o a cualquier sitio que les libre de la rutina diaria. Yo sólo puedo ir de higos a brevas", asegura esta mujer que quiere aprender a nadar. Toñi es una excepción. Casi todos responden religiosamente a esta definición: Fernandi, por supuesto y Paqui, la estanquera de Baena, que lleva puesto el bañador de lunares desde las cinco y media de la mañana, también. Las dos se van a desayunar junto a un grupo. En la playa, que comienza a rebosar, la familia Morales ha desplegado, niños incluidos, todos sus bártulos: tres sombrillas con sábanas colgadas para que no entre una pizca de sol, tres neveras y sillas para todos. No han tenido que luchar por algo tan difícil de conseguir un domingo en Benalmádena como es el espacio vital. "Lo de madrugar es lo de menos", asegura José Morales, un jubilado de 66 años. "Aquí, al menos te distraes y en Baena no puedes ni dormir con la calor", dice este hombre obviando que todavía les queda por delante lo peor: el atasco de las Pedrizas a las siete y media de la tarde, cuando todos los autobuses cargados de pasajeros de secano inicien la vuelta a casa un poco más tostados que de costumbre. Pero estas y otras incomodidades, como no poder encontrar el minicrucero para darse una vuelta por la costa, no pueden con la alegría que les produce pasar diez horas bajo el sol y ver una vez a la semana el mar. Al fin y al cabo, todo tiene sus ventajas. "Yo voy a comer sardinas en un chiringuito que son muy buenas para el colesterol", afirma Paqui, que se niega a que le llamen dominguera. "Yo vengo todos los domingos al mar y nunca nadie me ha llamado así", concluye.

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