Chapuzones de montaña
Las piscinas naturales de las presillas de Rascafría invitan a olvidar por unas horas los agobios del calor
Combatir el mes de agosto en Madrid no es una batalla fácil. Hay que buscar alternativas refrescantes con las que acabar con los sofocos de verano. Los remojones en las piscinas urbanas se convierten en un sucedáneo de las playas. Consuelan a los que se quedan sin vacaciones en la capital pero se revelan insuficientes para los bañistas ansiosos de evadirse del asfalto. Y es que las piscinas de ciudad acaban como sopas: el agua se va calentando a medida que avanza el verano.Pero eso no ocurre en las piscinas naturales del río Lozoya, en Rascafría. Aquí, los chapuzones de montaña ofrecen diversas ventajas con respecto a los de la ciudad: el agua siempre está fresca y los bordillos de cemento se cambian por una verde pradera. "El agua nunca se calienta porque baja del deshielo en la sierra", apuntan Alicia y Elena, las vigilantes de las presillas, tal y como se las conoce en la zona. El agua está fría hasta en pleno agosto. Tanto es así que a Santiago Martínez, un estudiante de fontanería de 21 años, le costó bañarse el domingo pasado: "Me han empujado al agua porque, si no, no me meto", aclaró. Tanto él como otros muchos madrileños eligen este paraje de montaña porque "tiene el ambiente más parecido al que se respira en una playa", señaló Martínez. En los siete años que llevan levantadas las presillas nunca han registrado tanta afluencia de público. Este verano se han batido todas las marcas. "El último domingo de julio vinieron 1.500 personas", explicaron las vigilantes. "La gente llegaba con colchonetas y tiendas de campaña; muchas parejas se acurrucan entre una montaña de toallas para besarse".
Los bañistas que acuden a las presillas van bien pertrechados para afrontar una jornada de ocio al aire libre. Pagan 500 pesetas por dejar su coche en un aparcamiento con capacidad para 450 vehículos. Arriban con media familia, cargan con sus neveras y sombrillas hasta el punto elegido y allí montan su campamento. La mayoría se trae la comida hecha de casa, lo que no hace mucha gracia a Ricardo Díaz, edil del Partido Popular en Rascafría y regente del chiringuito de las presillas: "No vendemos más que unos pocos bocatas. Lo que más servimos son cafés, porque es lo que la gente no se puede traer de casa", señaló.
En las praderas de Rascafría está prohibido jugar a la pelota para no molestar al vecino. Por eso los bañistas se traen la baraja de cartas, el parchís y demás juegos.
El enclave de las presillas invita a olvidar el asfalto madrileño. Está rodeado de montañas: por un lado, las cumbres que llegan a Navafría (1.773 metros de altitud), y por el otro, las de Canencia (1.524 metros).
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