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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La sombra de Mobutu

ES UNA ironía de la historia que el conflicto tribal y geopolítico que conduce a la República Democrática del Congo (antiguo Zaire) a una guerra civil y amenaza el poder de Laurent Kabila sea casi una repetición en negativo del proceso que hace 15 meses llevó al antiguo guerrillero a destronar al viejo dictador Mobutu Sese Seko. Contra Kabila, convertido él mismo en este cortísimo tiempo en un nuevo déspota, se han rebelado los mismos soldados que le llevaron al poder -los banyamulenge, tutsis congoleños de origen ruandés- y fueron la columna vertebral, junto con refuerzos ugandeses, de su marcha triunfal de siete meses desde la región de Kivu, al oriente del Congo, hasta Kinshasa.También ahora el intento del golpe de Estado se ha iniciado en la zona de Kivu, a 1.500 kilómetros de la capital, desde donde las tropas sublevadas radian sus proclamas contra "el déspota corrupto". Y así como hace dos años la vecina Ruanda organizó con el entendimiento ugandés la rebelión contra Mobutu y puso a su frente a Kabila, Kigali, que niega cualquier injerencia, juega de nuevo un papel decisivo, apoyando con material y soldados la insurrección contra su antiguo aliado. El levantamiento parece haber triunfado ya en Goma y Bukavu, y quizá en Kisangani, la tercera ciudad del país, donde ayer se combatía.

La luna de miel entre Ruanda y Kabila ha sido breve. Su final, que venía anunciando la incapacidad de Kabila para poner coto a los movimientos rebeldes que operan en el Congo oriental contra los regímenes de Kigali y Kampala (tanto Ruanda, gobernada por su minoria tutsi, como Uganda quieren extender su influencia sobre esta vasta periferia) , se ha visto precipitado por la reciente decisión del líder congoleño, la semana pasada, de deshacerse de los últimos asesores ruandeses de su Ejército. Antes había purgado de tutsis, a quienes los congoleños occidentales ven como arrogantes invasores, la cúpula de las Fuerzas Armadas y de su propio movimiento político. De nuevo la caza de la minoría ruandesa se ha decretado en Kinshasa, donde se inició el domingo la rebelión, y de nuevo las calles de la capital, bajo toque de queda y escenario de centenares de detenciones, ha sido la moviola que devolvía a sus habitantes escenas similares hace dos años, las que anunciaron el final de Mobutu.

La asonada contra Laurent-Désiré Kabila amenaza partir el país del gran río, el tercero del continente por sus dimensiones, y una nueva desestabilización de África central. Pero sea cual fuere su desenlace, Kabila, saludado en su momento como la gran esperanza reformista y el hombre que moralizaría la vida pública y acabaría con la miseria de la larga era de Mobutu, ha perdido ya su escasa base social. El que fuera aclamado hace un año como héroe nacional ha defraudado en tan poco tiempo las expectativas de su pueblo sobre una transición hacia un modo de vida civilizado, más o menos democrático. Se ha afianzado en el poder con medidas dictatoriales. Enfrenta a sus adversarios políticos con tribunales militares, detiene sin cargos y maltrata a periodistas, censura, organiza una nueva policía política y un espionaje militar para descubrir antipatriotas. En fin, el hombre que concentra todos los poderes y habla de sí mismo en plural, está desde julio acusado por Naciones Unidas de crímenes contra la humanidad a causa de las matanzas por sus tropas de refugiados ruandeses de la etnia hutu, en 1996 y comienzos de 1997, en el antiguo Zaire.

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