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Cuando la industria se hace arte

Hamlet enloqueció a Ofelia con su desdén. El rostro de la muchacha emergía entre las aguas espesas de una laguna en uno de los cuadros más célebres de los prerrafaelitas. Ofelia alumbra el siglo XX como un arquetipo de mujer apasionada, vulnerable, entregada al sueño de conseguirlo todo sin reparar en el abismo que la rodea. Una muchacha que recoge la fuerza del arquetipo de Ofelia decora una de las ánforas de la colección histórica de la antigua fábrica de loza de la Cartuja de Sevilla. La Junta ha declarado recientemente Bien de Interés Cultural (BIC) esta colección, instalada en el Museo Pickman. La medida afecta al archivo histórico, a las planchas de grabado y a la cerámica. La muchacha que se parece a Ofelia es una de las cuatro estaciones dibujadas en las grandes ánforas. Los colores son suaves. Tienen la fuerza de lo que no es obvio, de la percepción que se adentra entre las venas como algo conocido y necesario. Las cuatro ánforas las diseñó el artista francés Bodineau en la onda de un art nouveau que hacía furor en el gozne entre los dos siglos. El protagonista de Bomarzo consideraba la vista el mayor de los placeres. La colección histórica de la antigua fábrica de loza hubiera sido uno de los paraísos del jorobado creado por Manuel Mujica Laínez. Un total de 230 piezas, de las 5.000 catalogadas, se alinean ante los ojos del visitante. Algunos días acuden hasta medio millar de personas a este museo enclavado en el municipio de Salteras, cerca de Sevilla. El conservador de este patrimonio, Carlos Bayarri, lo considera "único en Europa". "Es una colección impresionante. Casi no se ha desmembrado desde su fundación en 1841", agrega Bayarri. "Con esta declaración la Administración no permitirá nunca que la colección se desmembre, que pase a manos privadas o que salga fuera de Sevilla", asevera Bayarri. Cerámica deslumbrante La Junta argumentó para declarar BIC la colección su "valor artístico, la integridad del conjunto y su representatividad de los diversos estilos del siglo XIX y primera mitad del siglo XX". Son los trabajos de cerámica los que deslumbran nada más atravesar la puerta del museo. Hay piezas de menaje doméstico, como vajillas, juegos de café, palanganas y aguamaniles; objetos decorativos, como jarrones, tibores (vaso grande y ornamental), tarjeteros, esculturas y platos; y piezas relacionadas con la construcción y la industria, como tejas o ménsulas. La colección incluye asimismo maquinaria y herramientas de estampación y medallas y diplomas obtenidos por la fábrica. La fábrica ha contado entre sus autores con pintores de la categoría de Fortuny, Tortosa o Villarroel. El Museo Pickman tiene, además de Las cuatro estaciones, otras fuentes de deslumbramiento. Un mural de 1885 que aúna motivos orientales y levantinos conquista la mirada. Una sinfonía visual de pájaros, flores y frutas enhebra el espacio como un reino secreto de dones y ventura. Bayarri hace hincapié en "la estrella de la colección": un tarjetero con dos centauros dibujados en el centro. "Es la pieza emblemática de la Cartuja", puntualiza el conservador de este patrimonio. Esta pieza servía para que los invitados dejaran sus tarjetas en las fiestas. Con todo, nunca cumplió su uso en encopetados saraos porque, al igual que la mayoría de piezas del museo, es única y nunca fue comercializada. Un mantequero de finales del siglo XIX tiene todas las trazas de haber atravesado las barreras del tiempo. La simplicidad de sus líneas y la frescura airosa y sin prejuicios de sus lunares blancos sobre un fondo verde hacen que parezca un objeto de la tienda de muebles más vanguardista. El circulo se cierra en el Museo Pickman. El valor del arte consiste en traspasar el tiempo.

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