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Un cuidado triángulo de Visa Oro y móviles

A medio de camino de Barcelona y de Blanes, entre mar y montaña, se halla el triángulo de oro formado por Sant Andreu de Llavaneres, Sant Vicenç de Montalt y Caldes d"Estrac, conocida esta última población con el nombre de Caldetes. Tienen estos pueblos en común su fama de distinguidos y bien cuidados, de cobijar a familias de Barcelona de mucho peso y de haberse protegido del turismo masivo, pero guardan también algunas diferencias, entra las que las políticas no son las menos importantes: en Llavaneres gobierna el PP; en Sant Vicenç, CiU, y en Caldetes, el PSC. "Lo normal es que la gente que no es del pueblo no sepa en qué municipio se encuentra", dice Joaquim Moya, propietario del Park Kim"s Bar, desde hace 35 años la terraza mejor situada de la playa de Caldetes, frente a las ruinas del hotel Colón. Sucede esto desde siempre porque son tres territorios pequeños -el de Caldetes tiene 0,74 kilómetros cuadrados y es uno de los más pequeños de España-, hechuras muy parecidas y un urbanismo calculado y armónico desde los días del modernismo. -¿Qué tal se llevan los pueblos? -Bien, no hay problemas. Víctor Ros, alcalde de Llavaneres, ratifica el diagnóstico. Ros podría tenerse por curiosidad política en la provincia de Barcelona, aunque él rechaza la idea: es el único alcalde del PP. No ve que en sus convecinos características sociales o de otra índole diferentes de las que se dan en muchos otros lugares, y achaca sus éxitos electorales a que es hijo del pueblo y gobierna con prudencia. Ros cree que se ha diluido el toque aristocrático de antaño: "Cuando todo eran segundas residencias sí que podía haber un ambiente especial, pero ahora mucha gente vive aquí todo el año. Son gente de clase media que se gana bien la vida". De aquellas segundas residencias quedan algunos ejemplos notables, como la finca de los condes de Caralt, comprada por el Ayuntamiento hace poco. Los De Caralt debieron de vivir sin angustias y morir de satisfacción en su enorme casa de líneas austeras, bellamente esgrafiada, desde donde se divisa un panorama que será de dominio público en cuanto se rehabilite lo que han estropeado el tiempo y el abandono. Tiene la finca varias terrazas y pérgolas sabiamente dispuestas frente a un paisaje ameno, cuidado y pagano, con una huerta próspera, dos casas solariegas, urbanizaciones ocultas entre pinos y el mar al fondo. Otro ambiente que guarda todo el lustre del pasado es el parque de Ca l"Alfaro, que incluye una casa con pretensiones, bien cuidada y restaurada, sede del museo, el archivo y la biblioteca municipal. El parque tiene árboles fuertes y copudos que dan buena sombra, y un estanque pequeño, fresco, silencioso y con nenúfares. Los Alfaro no anduvieron a la zaga de los De Caralt en punto a voluntad de pasar a la historia como gente exquisita. Estos rincones, a todas luces recomendables, compiten con otros de Sant Vicenç de Montalt, particularmente la urbanización Supermaresme, de nuevo cuño pero de orientación no muy diferente a la de hace un siglo, aunque la nueva aristocracia la forman industriales y financieros pegados al móvil. Sant Vicenç es el municipio del Maresme con una renta media más alta y tras él figura el de Llavaneres. En este último tienen casa Juan Rosell, presidente de Fomento; Antoni Negre, presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona; una muestra significativa de empresarios, como Eduard Bueno, y el capitán general del Pirineo Oriental, que dispone de una residencia de verano, propiedad del Ministerio de Defensa. -¿Qué tal se vive aquí? -Bien. Aquí hay mucho dinero, pero pocos niños -dice Sulema, argelina que trabaja de canguro en una casa de la zona. Para completar el escenario, Llavaneres dispone de un club y dos escuelas de golf, un club de hípica y un puerto deportivo -Port Balís-, instalaciones todas ellas cercanas a la Visa Oro. El propio Ros da una pista de por dónde van los tiros: "Yo nunca he hablado de veraneantes, sino de personas que hibernan en Barcelona. Aquí no hay ni hoteles ni cámpings; todo el mundo es propietario". Los comerciantes de Llavaneres y de Caldetes lamentan que los hoteles hayan pasado a mejor vida. "El hotel Parque se pasaba de cinco estrellas y daba mucha vida", dice Mario Muñoz, propietario de un pequeño restaurante en el centro de Llavaneres. "Antes había más extranjeros, que gastaban más", asegura Joaquim Noya, de Caldetes. Noya añade a su lamento una certificación: la oferta entre Mataró y Barcelona ha mejorado y la gente se queda cerca de su casa. Joan Rangel, alcalde de Caldetes, tiene planes para animar la economía: "La gran diferencia de Caldetes es que permite practicar el termalismo junto al mar". Rangel quiere que en el 2001 funcionen un balneario y un establecimiento de talasoterapia en el mismo lugar donde ahora se levanta el esqueleto del Colón, condenado a la piqueta desde que cerró, hace dos años. Este hombre sostiene que los proyectos en marcha "plantean la refundación del municipio", aunque, en vista del aspecto del pueblo, parece que todo en él tiene bastante fundamento e historia, incluida una galería municipal de baños termales que se surte del mismo manantial que en tiempos de Roma: "En verano tenemos clientes muy distinguidos", dice la fisioterapeuta Imma Batlle. Algo de eso debe de haber en un lugar en el que el paseo junto al mar se llama De los Ingleses, igual que el de Niza, lugar que se pobló de aristócratas victorianos amigos del príncipe de Gales, luego Eduardo VII, hace más de un siglo. En el de Caldetes pasean sobre todo los hijos del pueblo y los barceloneses que gustan del Maresme. El mismo público que acude al parque de Can Montañà, una atalaya colgada sobre la comarca, el pueblo, el mar y los invernaderos. "Mucho trabajo, poco dinero", dice el senegalés Jean, que calza botas de siete leguas de una multinacional norteamericana de material deportivo. En realidad, quiere decir que ha de trabajar mucho, pero le pagan poco, precisa en francés, que de momento se le da mejor que el castellano. Jean cuida flores y admira un paisaje que nunca pensó encontrar tan lejos de su tierra.

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