Bioética e ingeniería genética
Los avances en el conocimiento del genoma humano son espectaculares por las perspectivas de su incidencia en algo muy digno: la vida humana. Conceptos como gen, cromosoma, DNA, código genético... tan empleados en el lenguaje popular, responden a una estricta precisión en su conformación molecular, en su función biológica y son un potencial de vida real y futura, por ahora, inimaginables. Los cromosomas constituyen el material hereditario organizado de los organismos vivos; que en los seres pluricelulares aparecen en número par y constante en las células de todos los individuos de la misma especie -46 en el ser humano-; químicamente son ácidos nucleicos con asociaciones complejas de proteínas; funcionalmente un cromosoma es un conjunto de genes; cada uno de ellos tiene la propiedad de que, en condiciones normales, se transmite, sin modificarse, a través de las generaciones. Esto se debe a que cada gen se identifica con moléculas de un ácido nucleico, el DNA, cuya composición específica asegura la transferencia de la información hereditaria de los padres a la progenie. Tradicionalmente se ha dicho que, si pudieran ponerse una detrás de otra todas las cadenas de DNA de todas las células de un ser humano, se cubriría en unos cincuenta millones de veces la distancia entre el sol y la tierra, y también se afirma que si en nuestra vida cotidiana utilizásemos el lenguaje de la célula, toda la información contenida en los libros de las bibliotecas del mundo, cabría en la cabeza de un alfiler. Sirva este bosquejo para hacernos una breve idea acerca de cómo las técnicas empleadas para investigar el DNA proporcionan grandes esperanzas para el mantenimiento de la salud, para diagnosticar con rapidez enfermedades, para la obtención de vacunas, etcétera. Hay consenso de que una primera consecuencia es que en el futuro la terapia génica será un procedimiento más para mejorar la salud. Es importante remarcar esto: no será el único, no el mejor, sino uno más. En este sentido, las consideraciones éticas al respecto no tienen que ser distintas a las que existen para otros procedimientos terapéuticos. El evento sobreviene cuando no se trata de curar, ni de actuar en células somáticas, sino cuando la manipulación afecta a la constitución genética de las células germinales (espermatozoides y óvulos); porque ya no se modifica sólo el DNA del individuo, sino el de sus descendientes. Desde la perspectiva bioética habrá que distinguir muy honradamente qué se hace, para qué, y con qué medios; por ejemplo, está la capacidad de diseñar a nuestros descendientes. Aún es más grave el tema si la manipulación del DNA se realiza no para el tema de las enfermedades, sino con la intención de mejorar las características físicas, intelectuales, artísticas, morales,... ¿se puede dejar a la decisión exclusiva de un científico lo que hay que valorar en la vida humana? Lo decisivo va a ser en qué medida la biotecnología e ingeniería genética son todavía capaces de adaptarse al hombre, en vez de producir un hombre a su medida. Contemplamos cómo la Biología va pasando de ser una disciplina dedicada al estudio pasivo de la vida a una ciencia con capacidad para poder alterarla a su capricho, o al menos a una jerarquía de valores que no se sabe quién impone; precisamente por ello, la Bioética, a modo de ética preventiva, tiene mucho que aportar y estudiar para determinar las fronteras de la vida. Tres campos citados por algunos científicos pueden ser, en primer lugar, que las aplicaciones del progreso científico no creen más problemas que soluciones. En segundo lugar, que el interés de la sociedad debe prevalecer sobre el interés del individuo, siempre que se garantice la dignidad de la persona y los derechos humanos. Y, en tercer lugar, que la enfermedad o condición a la que se apliquen estos nuevos conocimientos biológicos sea importante. La ética del éxito -desgraciadamente tan al uso- debe dejar paso a la ética de la responsabilidad; sigue siendo actual, porque es de siempre, porque pertenece a nuestra genuina condición de seres humanos. Recordemos las advertencias que, en 1919, expuso Max Weber, y que fueron recogidas en el escrito El político y el científico: "Es por el contrario, infinitamente conmovedora la actitud de un hombre maduro (de pocos o de muchos años, que eso no importa), que siente realmente y con toda su alma esta responsabilidad por las consecuencias y actúa conforme a una ética de la responsabilidad, y que al llegar a un cierto momento dice: no puedo hacer otra cosa, aquí me detengo". Es que la ética, en cuanto construcción racional del discurso humano sobre el bien y el mal, nace de una intuición muy profunda y rica de contenido: ser alguien, no ser algo. Ser alguien es más que ser algo; y no hay persona humana que, alcanzado el uso de razón, no tenga percepción de la diversidad y de la superioridad de ser alguien respecto a ser algo. No podemos reducir el yo a una medida finita y limitada; nunca el juicio bioético más profundo puede quedar desamparado y sólo en manos de la inteligencia técnica de expertos. Comenzamos este comentario elogiando las ventajas del avance científico; lo terminamos igual. Como señalaba Cervantes, "...que el camino es siempre mejor que la posada, que nada importante es regalado al hombre..."; ahora, si esos avances atrofian la ética, necesariamente conducen al abismo de lo inhumano. La interpelación bioética -ética a la altura de la ciencia, y también ciencia a la altura de la ética, si vale este juego de palabras- nos dará la sabiduría precisa, el arte de acertar en las encrucijadas existenciales.
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