Más barato y mejor
EL MAPA mundial de las telecomunicaciones cambia a un ritmo vertiginoso, a diferencia de lo que ocurre en otros sectores. Cuando todavía el mercado analiza la compra de MCI por parte de Worldcom o el intercambio accionarial entre France Télécom y Deutsche Telekom, se anuncian otros movimientos empresariales que trastocan las posiciones anteriores y, sin lugar a dudas, obligarán a otras compañías a responder con nuevas decisiones de gran alcance.La compañía norteamericana AT&T y la británica British Telecom unirán sus activos internacionales en una sociedad común para ofrecer una red mundial de servicios de telecomunicación. Sus creadores anuncian una inversión anual de 150.000 millones de pesetas en este ambicioso proyecto, al que asignan una facturación de 1,5 billones de pesetas durante su primer año de funcionamiento.
Esta operación se ha de interpretar en clave global: dos operadores clásicos recuperan en parte la hegemonía que tuvieron en el tráfico telefónico internacional. Al mismo tiempo, las corporaciones estadounidenses GTE y Bell Atlantic anuncian que están negociando una fusión, que ha de interpretarse, por el contrario, en clave interna del gigantesco mercado norteamericano.
En uno u otro caso, la carrera de fusiones, o de alianzas, parece imparable cuando concluye el siglo.Mientras se detalla el proyecto de GTE y Bell, el acuerdo de BT y AT&T debe ser analizado como algo más que una nueva demostración de los movimientos telúricos que empujan a las empresas a ganar competitividad mediante el aumento de tamaño. El coste creciente de la tecnología de comunicaciones -probablemente la más compleja de cuantas se fabrican- y la obligación de competir en mercados que exigen permanentes abaratamientos de costes y servicios más sofisticados, explican esta irrefrenable tendencia a formar sin descanso gigantes empresariales.
La operación anunciada el domingo no escapa a esta lógica. La diferencia, apreciable sin duda desde la perspectiva de los consumidores, es que la empresa común BT-AT&T se fundamenta en un proyecto empresarial que parece bien definido. Pretende vender servicios de telecomunicaciones para satisfacer las necesidades de grandes bancos y empresas en sectores punta, tales como el petróleo y tecnologías de la información. Es decir, el proyecto tiene acotado inicialmente un mercado potencial que se supone de gran rentabilidad. Esta definición de su cartera de hipotéticos clientes no es ociosa, porque es un indicio de que se ha estudiado la capacidad del mercado y que el proyecto no se agota en la búsqueda ciega de un socio intercontinental o del tamaño empresarial como fin en sí mismo.
Las grandes alianzas entre empresas de telecomunicaciones no se justifican tan sólo por la necesidad de defenderse de la competencia aumentando el tamaño y la facturación para hacer frente a otras empresas que, a su vez, también son más grandes y menos vulnerables. Lo importante es que las fusiones transmitan al resto de las empresas y de la sociedad los efectos benéficos que se esperan de ellas: precios más baratos, mayor oferta de servicios y de mejor calidad. En un mercado global, las mejoras en precios y calidad deben extenderse por todos los mercados; por lo tanto, las empresas españolas también deberían beneficiarse, como usuarios potenciales, del éxito de esta alianza.
El enunciado de la sociedad BT-AT&T responde en teoría a los criterios de servicio a las empresas y globalización, quizá con mayor precisión estratégica y de mercado que otras. Solamente cuando los consiga y quienes formen parte de su cartera potencial cuenten con comunicaciones más baratas y más eficaces se podrá evaluar el triunfo o fracaso de la enésima operación en el agitado mercado de las telecomunicaciones. Las declaraciones programáticas no recortan los costes de las empresas ni el recibo de los usuarios.
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