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FERIA DE JULIO

La bulliciosa rejoneada

La rejoneada acabó 3-0. Ganaron los caballos de paliza. En cuestiones de rejoneo los caballos ganan siempre. Primero porque son de más correr que los toros y en caso de apuro escapan a galope tendido. Segundo porque las galopadas, al público le ponen a cien y se arma en el tendido la gran algarabía. Independientemente de lo que ocurra en el redondel, la rejoneada acaba siendo bulliciosa y triunfalista.Transcurría mediocre, plana y un poco aburrida, y ya iba de semejante cariz más de media corrida, cuando Paco Ojeda acertó a la primera con el rejón de muerte. La verdad es que el torero había rejoneado con una vulgaridad desesperante haciendo uso de unas banderillas larguísimas, casi tanto como los palos del rejón. Pero eso de que un rejoneador mate a la primera debe de ser gran suceso y le dieron una oreja.

Herguijuela / Cuatro rejoneadores

Toros para rejoneo de La Herguijuela, exageradamente mutilados de cuerna, con poco trapío y flojos; dieron juego. Joâo Moura: rejón trasero, rueda vertiginosa e insistente de peones y larguísima espera hasta que dobla el toro (escasa petición y vuelta). Pablo Hermoso de Mendoza: dos pinchazos y rejón muy bajo trasero (silencio). Paco Ojeda: rejón arriba (oreja). Martín González Porras, que tomó la alternativa: rejón muy bajo enhebrado, rejón trasero y descabello (saludos por su cuenta y palmas). Por colleras: Moura-González, dos pinchazos y rejón trasero (oreja). Hermoso-Ojeda, rejón muy bajo y rueda de peones (oreja). Ojeda salió por la puerta grande.Plaza de Valencia, 26 de julio. 8ª y última corrida de la Feria de Julio. Dos tercios escasos de entrada.

La oreja fue decisiva. Hasta el momento crucial aquel en que Paco Ojeda la mostraba orgulloso y conmovido, el público no se había llegado a percatar del intenso disfrute que ocasiona ver una oreja peluda. Y como si le hubiese entrado el mono de repente, ya no paró de pedirla.

Venían colleras y esa había de ser la gran ocasión. El vidrioso asunto de las colleras -que deberían perseguir de oficio- propicia las mejores oportunidades para la algarabía, el bullicio y las ovaciones estruendosas.

Los rejoneadores hacen diabluras con el toro. Dos contra uno, ya podrán. Y se producen las cabalgadas; las clavazones fulminantes, que al toro no le da tiempo de advertir por dónde le vienen; las exhibiciones de doma por parte de los caballos y los braceos triunfalistas por parte de los caballeros. Y la música, chin-chin. Y a nadie importa que el toro, incapaz de dar cumplida respuesta al cruel zangoloteo, repuchado en su humillación porque un desalmado gañán le cercenó esos cuernos esplendorosos que son el orgullo de todo hijo de Dios, acribillado y envilecido, acabe hecho una piltrafa.

Durante el turno de colleras fue cuando más se lucieron los rejoneadores; especialmente Moura y Gómez Porras, que corrieron con templanza a lo que quedaba de toro, encelándolo en los pechos de las cabalgaduras o en sus estribos.

Cada cual con el suyo, se lucieron menos. Joâo Moura, medido, suave, armónico y, por supuesto, torero, no levantaba pasiones, precisamente. Pablo Hermoso de Mendoza, que empezó clavándole al toro un rejón en la pura barriga, corrigió luego el tiro, sacó a su famoso Cagancho con el que marcó algunos de sus preciosos lances y en una de esas el toro alcanzó e hirió al caballo, al parecer sin importancia. Pero sangraba. Y dio mucha pena.

Tomó la alternativa Martín González Porras, o eso dicen. La alternativa de los rejoneadores no se sabe muy bien qué normas sigue. Acabado el paseíllo Joâo Moura le entregó un rejón, se dieron un abrazo y ya está. Martín González Porras, rejoneador de toros. Y para demostrarlo le echaron uno que parecía vaca. Lo rejoneó con cierta torpeza y bastante desparpajo. Martín González Porras no se corta ni un pelo. Pegaba frenéticos sombrerazos saludando a la afición, sonreía al orbe y, al concluir la faena, no le importó en absoluto que no aplaudiera nadie. Él a lo suyo, salió a los medios sombrero en mano y luego pretendía dar la vuelta al ruedo.

Son anécdotas irrelevantes, por supuesto. Una de las características de las rejoneadas es que todo da igual. Por ejemplo, los rejonazos en el costillar se ovacionan con igual calor que si entraran por el hoyo de las agujas. Por ejemplo, los banderillazos en cualquier parte valen porque todo es toro. Por ejemplo, si a una collera la premian con una oreja, cada componente se atribuye la propiedad y si antes cortó otra, suma dos, que da derecho a la puerta grande. Paco Ojeda se aprovechó de la circunstancia y salió por ella montado a hombros de un sudoroso y jadeante señor.

Corrida de rejones la llaman y esta es otra licencia de absurdo significado pues los rejones no corren. Con la misma propiedad podrían llamarla rejoneada, o rejoneación, y a la afición que suscita, rejonismo. La Academia no lo admitirá nunca, pero eso pasa porque los académicos no parecen tener especial ley al noble arte del rejoneo. Son sabios.

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