Bob Wilson entusiasma en Salzburgo con un montaje de Büchner
Estética abstracta en "La muerte de Danton"
Las pasiones se desplazaron de la ópera al teatro. La civilizada división de opiniones sobre el trabajo de Peter Zadek en Mahagonny dejó paso al debate encendido con La muerte de Danton, de Georg Büchner (1813-1837), escenificada por Robert Wilson. Hubo más manifestaciones a favor que en contra. El director americano, con pajarita, sonreía feliz en los saludos finales. El festival potencia en sus propuestas los montajes de texto para el público en lengua alemana en lugar de seguir la moda del teatro visual.
La apabullante oferta veraniega de óperas y conciertos en Salzburgo deja en el olvido muchas veces el programa teatral. La dirección del apartado teatral de este festival corre este año por primera vez a cargo de Ivan Nagel, intelectual de origen húngaro y profesor de la Universidad de Berlín, pero el ajetreo no parece haberle ilusionado y ha anunciado que se va.Salzburgo se ha enriquecido con sus proyectos este año: varios homenajes a la controvertida escritora austríaca Elfriede Jelinek (1946) con la representación de su obra Er nicht als er, escenografiada por la siempre sorprendente Anna Viebrock; Troilus y Cressida de Shakespeare; Geometría de los milagros de Robert Lepage sobre la vida del arquitecto Frank Lloyd Wright; El viaje hacia Jerusalén con Angela Winkler; el tradicional Jedermann de Hofmannsthal, y para abrir boca La muerte de Danton de Büchner, en una coproducción con el Berliner Ensemble. El Festival de Salzburgo apuesta por un teatro de texto. No se identifica excesivamente con el teatro visual que muchos festivales potencian para favorecer el turismo culto.
Creación depurada
Wilson hace una creación muy depurada y estilizada de La muerte de Danton, potenciando el gesto de los actores e invitando, escena a escena, a un viaje fantástico de imágenes realzadas poéticamente por la luz. En ningún momento el juego escénico y visual quita el más mínimo protagonismo a la palabra, dicha y matizada por unos actores excelentes. El vestuario de Frida Parmegianni es deslumbrante, como también lo son los peinados femeninos e incluso el maquillaje.Ver y escuchar, por ejemplo, a Edith Clever en un personaje secundario como Marion es un lujo. Hay una apertura a un diálogo con Oriente en el refinamiento y en el tratamiento ceremonial. A veces se cae en el manierismo, especialmente en unas escenas de conjunto resueltas con un perfeccionismo increíble, pero la dirección escénica acentúa cuando es necesario la intimidad -las dos escenas de Julie, la mujer de Danton, en el último acto son estremecedoras en su casi desnudez escénica- y la importancia de los diálogos. El de Danton y Robespierre al final del primer acto es de una concentración ejemplar: están dos actores en el escenario como Martin Wuttke y Sylvester Groth.
No es, en cualquier caso, una aproximación teatral naturalista, ni mucho menos realista. Cada escena es una pintura viva en la composición y en la belleza estática (una exposición de cuadros de Bob Wilson sobre La muerte de Danton se ha inaugurado en el Palacio de Festivales horas antes del estreno de la obra teatral: sólo tangencialmente se relacionan con la concesión escénica). La música de Thierry De Mey favorece el misterio. No hay marsellesas ni himnos revolucionarios, sino algo mucho más sosegado y recogido. Los conflictos, de todas formas, permanecen, y Wilson los ilumina con una estética en cierto modo abstracta y atemporal. La capacidad transgresora del espectáculo está en su impacto poético y en el desarrollo creativo de un universo lingüístico personal que perpetúa de otra manera los valores vanguardistas, político-sociales y literarios de un drama genial. Büchner sale, una vez más, reivindicado.
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