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Reportaje:

El Polo como forma de distinción

El Real Club de Polo de Barcelona es desde su fundación sinónimo de distinción, posibles y aristocracia. Los sinónimos se mantienen, pero la aristocracia escasea, aunque la tribuna de su pista de saltos tiene el sabor de los lejanos días de Eduardo VII -aquel rey con buen diente que hubo de esperar casi hasta la vejez para ocupar el trono que dejó vacante la reina Victoria- y hay quien aún recuerda que Alfonso XIII practicó el polo en sus instalaciones. Sigue el Polo teniendo en nómina apellidos espectaculares, con sus preposiciones y sus guiones de alcurnia inequívoca, pero sus titulares llevan el asunto con discreción y un punto de resignación, según les consta a los demás socios. La mayoría entiende que pertenece a una sociedad deportiva sin más atributos, muy arraigada en la tradición de algunas familias. Joaquín Calvo, presidente del club, dice que la mayoría son profesionales. Francisco J. de Abadal y de Lacambra, presidente de la Federación Catalana de Polo y socio desde hace 40 años, reconoce que, al otro lado de la verja, hay un ambiente diferente. Pau Llorens, ex presidente de la Federación Internacional de Tenis y un clásico en las instalaciones del Polo, niega que el club sea un mundo cerrado. "Es la entidad privada, polideportiva y no profesional más importante de Europa", recalca Llorens, lo que no es grano de anís. Llorens se acoge a las cifras: 45 pistas de tenis, tres campos de yóquey de hierba artificial, ocho pistas de padel, una pista de squash, un gimnasio, dos piscinas y una barbaridad de hectáreas para que los deportes hípicos no desaparezcan del mapa. A pesar del bajísimo número de practicantes, el Polo presume de tener una pista olímpica de saltos, una de calentamiento, otra de doma, una más de ensayos, dos picaderos cubiertos, cuadras con 264 boxes, una pista exterior de la escuela hípica, un campo de polo 800 metros de cuerda- y uno para taquear. El quid de la cuestión es éste: los padres fundadores pensaron en el caballo, pero sus bisnietos prefieren mayormente los deportes de raqueta. Ni siquiera las economías más boyantes disponen, en general, del tiempo y del presupuesto para disfrutar de montura propia, pues en Cataluña hay sólo 56 licencias de polo y seis clubes. -¿Sigue siendo un deporte de monárquicos? -"Era de monárquicos; se decía que era un deporte de reyes y el rey de los deportes, pero hoy ningún rey lo practica", recuerda Llorens. -El príncipe Carlos. -Creo que ya no. Los polistas lamentan que el príncipe Felipe, bien dotado, según dicen, para competir en su deporte, lo haya dejado por razones de seguridad. "Ojalá hubiese continuado, dice De Abadal, porque seguramente sería más conocido". Naturalmente, no dice más popular, porque darle al taco sale por un pico. Un día al año El único periodo del año en el que el grueso de los socios del Polo presta atención a los caballos es durante el concurso internacional de saltos, "porque es el escaparate del club, hay una cena de gala y cada sección tiene su palco", explica Ruth Birk. Ella es socia desde hace 10 años, y la responsable de comunicación, además de practicante de raid y juez internacional de la misma especialidad hípica, coto exclusivo, y parece que durísimo, restringido a jinetes y amazonas muy curtidos. "Tener un caballo y ocuparse de él es muy sacrificado, por eso hay tan pocos practicantes", dice Ruth. Marta Cerdà tiene 21 años, es alumna de ESADE y practica la doma con Graf Grande, un hannoveriano tímido y de muy buen ver, aunque algo mayor. Marta viene de familia de militares y de industriales, roba horas de donde puede para cuidar de su caballo y tiene más moral que el Alcoyano: "La doma obliga a tener mucha paciencia, pero me gusta porque es una especie de estética", explica En el último campeonato de Cataluña para jóvenes jinetes hubo seis o siete inscritos, pero al final sólo participaron tres, entre ellos Marta. Aun así, sostiene que "mucha gente puede montar hoy a caballo". El entrenador de polo Joan Olivier tiene 29 años y es socio desde que nació. Suscribe las opiniones de Marta y comprende, aunque rechaza, el calificativo de pijos que con asiduidad se aplica a los del Polo: "Creo que es un club de familias socialmente muy bien establecidas, pero yo voy vestido de cualquier manera. Mira si somos pijos que por no aprobar una derrama de 3.000 pesetas por familia nos dejamos perder los terrenos de Torre Melita". Para Joan, el Polo es, sobre todo, un club social, donde la gente va más a estar que a practicar, y cuyo mayor atractivo es que los caballos están a un paso de la Diagonal. Francesc Tito Fàbregas tiene 48 años, formó parte del equipo español de yóquey que ganó la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Moscú, es arquitecto y funcionario de la dirección general de Deporte de la Generalitat. A Tito le inscribieron en el club a los 11 años y, al igual que los otros ocho hermanos Fàbregas, le dio al stick desde muy pequeño. Ahora es su hijo quien mantiene la tradición: "El yóckey es en toda España un deporte de tradición y ambiente familiar", explica. O sea, que no acepta que su club de toda la vida sea un reducto para privilegiados, salvo en un punto: su situación dentro de la ciudad. Tampoco cree que la endogamia social esté muy extendida, aunque él se casó con una socia del Polo y lo mismo hizo uno de sus hermanos. Tradición familiar "La continuidad de las familias es muy frecuente", confirma Llorens. Su padre le hizo socio y hace ya 69 años que juega a tenis en las pistas del Polo, donde le han seguido sus hijos y nietos: "Es algo que hace mucha ilusión y que es bastante normal en este club y en otros". -¿Este club y el Tenis Barcelona son los más característicos de la burguesía de Barcelona? -Sí, claro. La diferencia es que el Tenis lo fundó Arthur Witty, que era inglés, y, en cambio, todos los fundadores del Polo eran señores de Barcelona. Carlos Hartmann de Capmany, de 44 años, conoció a su pareja, hija de un apellido tradicionalmente vinculado al Polo, en la piscina del club, y admite que su caso no es infrecuente. Empezó en los caballos porque su padre, aun siendo alemán, participó en el equipo español de saltos en tiempos de Goyoaga; pero, como otro muchos, luego se pasó al tenis.

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