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Kutxa inaugura la exposición "Ricardo Baroja y el 98"

Maribel Marín Yarza

El etnólogo e historiador Julio Caro Baroja desgranó ayer la exposición Ricardo Baroja y el 98, una muestra con la que la Fundación Kutxa difunde la obra y la personalidad de este grabador que cultivó variadas manifestaciones artísticas. La sala de exposiciones Garibai en San Sebastián mostrará a partir de mañana un total de 176 trabajos de este artista: óleos, dibujos, planchas, esculturas y grabados, que demuestran su versatilidad.

Ricardo Baroja y el 98 es probablemente la antológica más amplia y completa de cuantas se le han dedicado al artista hasta el momento. "Incluye", dijo ayer su sobrino Julio Caro Baroja, "una gran variedad de temas representativos que trabajó el autor: desde cuadros pintados por Ricardo siendo casi un adolescente hasta los de sus últimos años de vida, en que tuerto y con la mano temblorosa, apenas podía agarrar el pincel". Todos los cuadros, sean paisajes o retratos, desprenden el sello personal del autor; el trazo de la pintura oscura y suelta que hacen reconocible en cualquier museo o galería a este artista nacido, por casualidades de la vida, en Minas de Ríotinto (Huelva). Esta muestra "rompe con el tópico de que la pintura de Ricardo era de paisajes medianos", afirmó Caro Baroja. De hecho figuran autorretratos, retratos de su hermana Carmen o del novelista Pío de gran y pequeño formato, o cuadros de grandes dimensiones como El conjuro. En el mismo espacio figuran 55 dibujos, ocho planchas y cuatro esculturas y 52 grabados. "Su gran aportación", explicó Caro Baroja, fue en esta última faceta artística, "ya que el grabado al aguafuerte era una técnica que en su época no se cultivaba mucho y él hizo unos esfuerzos grandes para que en España se volviera a grabar manchando". Ricardo Baroja (1871-1953) fue, en palabras de su sobrino, "un niño de espíritu inquieto, abarcó todas las artes: fue bibliotecario, actor, pintor aguafuertista, y escritor". Participó en círculos artísticos y literarios en Madrid y París, épocas de las que queda testimonio en obras que recoge esta exposición. Enseñó la técnica del grabado al pintor Pablo Picasso y trabajó con éxito la escritura. En 1935 ganó el Premio Nacional de Literatura, el actual Cervantes, con la novela La Nao Capitana, cuyos dibujos permanecen expuestos en Garibai. Cuatro años antes de recoger este premio, que sin embargo nunca logró Pío Baroja, un acontecimiento cambió de rumbo su forma de realizarse, de pintar y de grabar. Cuando regresaba de un mitin en Aranda de Duero sufrió un accidente por el que perdió un ojo. "Él decía que se quedó sin su ojo bueno, porque afirmaba que para grabar se necesita una visión parecida a la de una lupa".

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