Verano / 1
Tuve, durante la siesta, una ensoñación en la que ocurría un desastre nuclear al que sólo sobrevivíamos El Corte Inglés y yo. Al principio, como es natural, nos desesperábamos, pero luego, viendo que la vida continuaba, decidíamos incorporarnos a su corriente con la naturalidad que éramos capaces de aportar a una circunstancia tan rara. Así pues, muchos días, al salir de la oficina, donde no habían quedado en pie ni los percheros, iba a los grandes almacenes y compraba cosas precisas e imprecisas, en confuso desorden, como antes de la catástrofe. El establecimiento me atendía con la eficacia habitual en él, con su sonrisa, y si algo no me gustaba me devolvía el dinero, que yo me apresuraba a gastar en otra cosa. Por mi cumpleaños recibía siempre una tarjeta de felicitación.Un día, después de pagar, le pregunté a El Corte Inglés qué tipo de sociedades consideraba él más atractivas, las consumistas o las ahorradoras. Noté que no quería comprometerse, aunque finalmente respondió que las consumistas, pues hacían circular el dinero y con él el oxígeno necesario para el funcionamiento del cuerpo social. Pero yo soy muy perspicaz, no es fácil engañarme, y me di cuenta de que había mentido: El Corte Inglés prefería las personalidades ahorradoras, aunque dependiera de los temperamentos despilfarradores. La existencia es así: a veces uno tiene que vivir de lo que más detesta en sí mismo o en los otros.
Regresé a casa preocupado, pensando que los grandes almacenes, tan atentos siempre a mis necesidades, no me querían por mí, sino por mi dinero, lo que me pareció más difícil de sobrellevar que el propio desastre nuclear. Entonces desperté con el hígado bañado en pacharán y escribí a El Corte Inglés manifestándole todas estas dudas. Pero no me ha contestado todavía.
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