La ciudad entregada
Málaga se rindió y vivió volcada sobre el primer concierto de los Rolling Stones en España
¿Qué grupo de música viene hoy a Málaga? "Ay hija, de eso no entiendo nada pregúntale a Juan, que yo ya no tengo edad", decía ayer un hombre de 62 años, una edad cercana a la de Mick Jagger, de 55. Era uno de los pocos que permanecían ajenos a uno de los mayores acontecimientos musicales que han tenido lugar en la Costa del Sol: el concierto de los Rolling Stones.
"Yo sí se quiénes son", afirmaba orgulloso otro hombre de 60 años en la céntrica plaza de la Constitución. Y muestra la prueba: se quita un auricular de la oreja y ahí suenan ellos: potentes. Ocupación hotelera al 100%. "Ni en las pensiones queda sitio", según fuentes del Patronato de Turismo.
Diez vuelos chárter, con sus entradas correspondientes, llegaron ayer a Málaga: ocho de Londres y dos de Munich y Francfort. El Talgo 200 que salió de Madrid a las nueve y media de la mañana dobló su composición: de sus 240 plazas habituales pasó a tener 480. Y eso a pesar de que, según Renfe, "desde principios de junio los accesos a Málaga ya estaban muy reforzados". Ellos, como la mayoría en la ciudad, ya estaban preparados "para un evento como éste".
Prismáticos
En el centro de la ciudad, un granadino ultimaba los preparativos para la gran noche. Entró en una óptica y dudó si comprar o no unos prismáticos por "mil duros". Es uno de los poco adictos -además de los que van en coche con la música a tope- que deambula por el asfalto del centro a las seis de la tarde.
En el café Central, uno de los más conocidos de Málaga, también han llegado los rumores de lo que supone el progreso. "Yo no soy moderno", aclara antes de hablar José Lozano, un camarero de 58 años. "Pero sé que cuando pagas las 6.500 pesetas por la entrada te dan un cuarto de kilo de chocolate".
Pelos largos, rastafaris, rapados al uno o teñidos de azul y de amarillo se apiñan por las cercanías del paseo Marítimo Antonio Machado, a escasos metros de donde se ha instalado la mole de 400 toneladas que es el escenario. Ni rastro de la Málaga profunda.
Aquí todo son lenguas que salen irreverentes del logotipo del grupo, estampado de forma idéntica sobre miles de camisetas. Eso y unas 50 personas que, como José Manuel, un cordobés de 24 años, llevan esperando con la nariz pegada a la valla desde las 7.30 para coger un buen sitio "porque sí, porque los Rolling son lo más grande". "El ambiente es siempre el mismo", comenta Joyce Rowbottom, una inglesa criada en Australia que se va a tragar el noveno concierto esta gira. "Las mismas caras, las mismas colas, el mismo tipo de gente".
No se refiere a los 150 guardias de seguridad contratados para el recinto. "En realidad es como no salir de casa. No ves nada del país. Sólo las carreteras. Lo único que cambia son los conciertos. Las canciones son siempre las mismas, las letras idénticas, pero el show es completamente diferente de una vez a otra". Y menos mal porque se ha despedido de su trabajo y ha pagado 2.000 libras (500.000 pesetas) por ver a un grupo al que sigue desde hace 31 años. "La culpa la tienen mis padres que no me dejaron ir a un concierto en 1973".
La misma razón que aduce otra inglesa rubia y con rizos moldeados en peluquería, que viste de negro y con gorra, según las leyes no escritas del protocolo para estas ocasiones.
Caballero Jones
Roberto Caballero Jones -el segundo apellido se lo puso en honor a Brian Jones, fundador del grupo- aparece con gorra roja. Comenzó con los Rolling "de rebote" a los siete años. Y ya ha llovido desde entonces: tiene 41. "Me quedé muy colgado". Se le nota. Se compró su primer disco a los nueve: Honky Tonk Woman.
Desde entonces no ha parado de coleccionarlos. Más de 100 libros, 200 vídeos, 700 singles, 300 LP y 800 CD. Y aún se queja. Un amigo suyo tiene un disco que el no tiene: Angie. Pero ojo, aquel en cuya carátula se confundieron y pusieron Angia. "Las canciones se repiten, pero no es lo mismo". También Jones planeó sus vacaciones exclusivamente para la gira. "Pero por las costillitas de [Keiths] Richard y la laringitis de Mick, me he quedado sólo con tres conciertos: dos en España y uno en Dinamarca". De Málaga se lleva una experiencia inolvidable. "Ayer por la tarde me pude colar en el recinto. Y me subí al escenario". ¿Qué sintió?. No lo duda: "Fue como un orgasmo".
Vivir de la música
Un alemán de 41 años vendía ayer camisetas de los Rolling Stones a 1.500, muy por debajo del precio de las oficiales. Es el beneficio de la ropa pirata. "En el fondo es una profesión", asegura. Viaja, al igual que su equipo por toda España al son del dinero, de concierto en concierto. Hoy espera sacar unas 40.000 pesetas limpias. "Ya no es lo que era", se lamenta. "En los buenos tiempos, hace unos diez años podía sacar hasta 200.000. Hoy en día hay mucha más competencia", dice. Y el riesgo era menor. "Hoy si te pillan te quitan la mercancía y te puede caer hasta una multa de 500.000 pesetas". Pero aún puede sacarle más jugo a la música. "Tengo un grupo de jazz, y preferiría dedicarme a ello, pero hoy en día es muy difícil vivir del arte".
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