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Rusia entierra al último zar sin cerrar las viejas heridas

La intención era celebrar un acto de reconciliación que diese carpetazo a una de las páginas más negras de la historia de Rusia. La realidad es que se han abierto nuevas heridas sin cerrar del todo las viejas. El entierro, mañana en San Petersburgo, de los huesos del último zar, Nicolás II, de su esposa, tres de sus hijas, su médico y su ayuda de cámara, la doncella de la emperatriz y un cocinero estará marcado por la polémica sobre la identificación, las disputas entre los supervivientes de la dinastía Románov, la discordia interna en la iglesia ortodoxa y la utilización política del acontecimiento.Los restos de la familia real y de sus sirvientes llegarán este mediodía en ataúdes de roble del Cáucaso a la capital fundada por Pedro el Grande en el delta del Neva procedentes de Yekaterimburgo, la capital de los Urales. Ochenta años y un día antes, un fanático bolchevique llamado Yákov Yurovski ejecutó sin vacilar la orden de fusilar al zar y los suyos en la planta baja de la casa del comerciante Ipatiev de esa ciudad. En 1979, un ambicioso secretario regional comunista ordenó convertir en un solar el escenario del magnicidio. Su nombre era Borís Nikolaiévich Yeltsin.

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Disputas en la familia

La ejecución no fue tarea fácil. Ni las balas ni las bayonetas pudieron traspasar los corsés de joyas y diamantes de las grandes duquesas, más de siete kilos que no les sirvieron para garantizarse un exilio dorado sino tan sólo para prolongar su agonía.

Los cadáveres fueron rociados con ácido sulfúrico, parcialmente descuartizados y enterrados en un paraje de difícil acceso. Se intentó borrar las huellas para que jamás fueran recuperados o identificados. Fue inútil. Tras diversas y novelescas peripecias, los que se suponía que eran los despojos imperiales fueron exhumados en 1991, cuando la Unión Soviética saltaba hecha pedazos, aunque no se pudo dar con los restos del zarevich Alexéi y de su hermana María, todavía hoy en paradero desconocido.

El proceso de identificación, en el que se emplearon las más modernas técnicas con de DNA, se prolongó hasta el pasado febrero, cuando una comisión especial creada por el Kremlin, dictaminó "sin margen para la duda" que los restos pertenecían a la familia imperial, el médico y los tres sirvientes. El Gobierno decidió que el entierro solemne se celebrase el 17 de julio en la catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo, donde están ya las tumbas de todos los zares Románov, excepto dos.

Yeltsin debía contar con sacar provecho de un acontecimiento al que se esperaba concurriese lo más granado de la sangre azul europea, incluidos los Románov llegados de todo el mundo, y que debía estar presidido por él mismo y el patriarca ortodoxo, Alejo II.

Empeño vano. El jefe de la iglesia ortodoxa no quiere abrir una nueva disputa con la rama de la iglesia en el exilio, con la que intenta reconciliarse, que ya canonizó a Nicolás II y rechaza que lo que se van a enterrar mañana sean sus restos. Para evitar males mayores, el patriarca, con el pretexto de que persisten dudas sobre la identificación, no presidirá la ceremonia. Eso ha hecho que Yeltsin decidiera estar igualmente ausente, aunque se especula con que podría dar un golpe de efecto y presentarse a última hora.

El representante oficial del Estado ruso será el viceprimer ministro Borís Nemtsov. El de la Iglesia ortodoxa será un pope de 62 años. Borís Glebov. Desde que se anunció que presidiría la ceremonia no ha dejado de recibir amenazas de fanáticos monárquicos y religiosos.

Una de las ausencias más significativas será la de María Vladivirovna Romanova, de 45 años, bisnieta de Vladímir, hermano de Alejandro III que, a su vez, era padre de Nicolás II. Su hijo, Gueorgui, de 17 años, que vive en Madrid, se proclama heredero del trono. Aunque habrá más de 50 Románov de ramas rivales, ni él, ni su madre, ni su abuela Leonida Gueorguievna, de 84 años, que reside en París, asistirán al entierro en San Petersburgo.

El motivo no es tan sólo la duda sobre la identificación de los restos sino también la modestia de los fastos, que "constituye un insulto a la memoria de los mártires reales", y la precipitación con la que se ha montado la ceremonia. Por todo ello, María Vladivirovna y Gueorgui asistirán a un oficio religioso que Alejo II oficiará mañana en el monasterio de la Trinidad de San Sergio de Sérguiev Posad (Zagorsk en tiempos de la URSS), a 70 kilómetros de Moscú.

En vista de tanta discordia, las casas reales europeas han decidido quedarse al margen. Sólo asistirá, a título personal, el príncipe Miguel de Kent. Las únicas representaciones oficiales extranjeras serán las de 23 embajadores acreditados en Moscú, entre ellos el de España pero no, por ejemplo, el de Estados Unidos.

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