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Reportaje:

El avance de la cuarta edad

El sobreenvejecimiento de la población madrieña, con el doble de mayores de 80 años que en 1991, plantea nuevos retos a los programas gerontológicos

El envejecimiento del envejecimiento. Esto que parece un trabalenguas no es sino una realidad demográfica, ya que, con el aumento de la esperanza de vida, cada vez hay más madrileños que superan la barrera de los 80 años. Son la cuarta edad, un grupo formado por 151.761 habitantes de la región que han superado, a veces con creces, la esperanza media del ciclo vital: 74 años para los hombres y 81 para las mujeres. En 1991 eran 85.000, casi la mitad los que superaron los ochenta. Ahora hay incluso 369 centenarios. Un 40% de los mayores de la región tiene más de 75 años.Este sobreenvejecimiento ha creado un nuevo modelo de hogar en el que viven dos generaciones de mayores: los hijos, ya jubilados, con sus padres o tíos, más ancianos que ellos.

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Menos pensión y más achaques

Jaime, Juanita y Teresa forman una de esas familias en las que la tercera y la cuarta edad comparten techo, un piso acogedor, sencillo y no muy grande en Moncloa. Los jóvenes de la casa son Jaime y Juanita, un matrimonio de 80 y 79 años, respectivamente, que cuidan a Teresa, madre de ella, con 102 años recién cumplidos.

Los dos esposos, una pareja vitalista y autónoma "aunque con los dolores de huesos de la edad", toman el cuidado de la centenaria como una de sus principales misiones en la vida.

La única alternativa sería ingresar a la anciana en una residencia. Pero a eso se niegan tanto Juanita, que es su única hija, como su marido. "Mientras nosotros estemos bien, no tendrá que ir nunca a un sitio de esos", aseguran convencidos.

Lo suyo no son palabras huecas, porque cuidar de esta mujer, que parece un pajarito entre las sábanas de la cama donde está postrada, exige una gran dedicación. Con la visión reducida, demencia senil y la cadera rota, hay que darle de comer, lavarla y hacerle compañía.

"Ahora estamos muy tranquilos; lo peor fue hace tres años, cuando se pasaba el día y la noche gritando y nos volvíamos locos", explica Jaime, un antiguo empleado de Renfe.

Salir de casa a turnos

No pueden marcharse de vacaciones y, para salir a pasear, tienen que hacer turnos porque la enferma no debe quedarse sola. "Por las mañanas sale mi marido, y por las tardes, yo", explica la esposa. Dos tardes por semana, un voluntario de Cruz Roja acude a hacer compañía a la anciana y ellos pueden darse un garbeo juntos.Esta pareja ya octogenaria no teoriza sobre la tercera y la cuarta edad. Pero conoce ambas por experiencia. "No sabemos si las instituciones están afrontando bien este asunto porque nunca hemos solicitado una residencia o algún servicio de ese tipo", reconocen.

"Sólo una vez pedimos una asistente domiciliaria municipal, pero nos pusieron una tarifa alta porque, aunque sin ningún exceso, nosotros nos bandeamos con nuestras pensiones". Con una hija única, estos jubilados son conscientes de que lo que ellos hacen resulta más complicado en otras generaciones. "Ahora en los matrimonios trabajan los dos y es difícil hacerse cargo de un padre impedido", concluyen.

Luisa, a sus 88 años, no tiene que cuidar de nadie más que de sí misma. Vive sola en un piso de renta antigua del distrito de Salamanca. Casi ciega, para salir de casa siempre necesita "ir cogida de alguien". Tampoco puede cocinar, aunque cuenta con una vecina de toda la vida que le lleva cada dos días una cazuelita o un puchero con algún guiso. Pero, a tientas y guiada por la intuición y la práctica de toda la vida, es ella la que limpia el impoluto baño de la casa y la que se atusa el pelo y se arregla con coquetería.

Viuda, sin hijos y sin familia directa en Madrid, esta mujer podría estar abocada a la soledad. Pero llevar toda la vida en el mismo barrio la ha ayudado a crearse una red de amistades que la visitan y llaman a menudo. "Yo me apunto a un bombardeo, y cada vez que me llama alguien para que le acompañe a cualquier recado, le digo que sí, claro que siempre que me vengan a buscar, porque sola llego como mucho al portal", afirma. Su esposo falleció hace ocho años y desde entonces vive con una pensión inferior al salario mínimo. "Es curioso, él siempre decía que quería llegar a los 99 años, y era yo la que comentaba que a mí me parecía eso mucha edad", concluye.

Pilar Villaseca, a sus 94 años, vive con su sobrina Manoli, de 61, en el piso de ésta del barrio de La Concepción. La anciana, sorda y con la visión reducida, tiene, sin embargo, un aguante propio de un adolescente. "Nunca ve el momento de regresar a casa", explica su sobrina, una mujer de aspecto juvenil que, sin embargo, se ve incapaz de seguir el ritmo de la nonagenaria.

"Ante tanto trajín, hace un año empezó a vivir con nosotras una estudiante de un programa de vivienda compartida con ancianos de Solidarios para el Desarrollo con la que contacté para que también la sacase y tuviese yo más tiempo libre", añade Manoli. "Nadie entiende cómo una persona tan anciana tiene tanta marcha", añade la sobrina de esta mujer de la cuarta edad que parece presagiar una quinta.

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