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Reportaje:

"Quemaron mis juguetes, mi casa, todo"

Los vecinos de Priscina se movilizan para ayudar a los 20.000 kosovares huidos de la guerra

ENVIADO ESPECIALLa lucha del pueblo de Kosovo por la autodefensa frente a Serbia y por la independencia ha provocado una auténtica movilización nacional en doble sentido. Por un lado, los hombres en edad adecuada se suman al Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), que el Gobierno serbio califica de "terrorista y separatista", pero que ha conseguido en poco tiempo controlar casi un 30% del territorio. Al mismo tiempo, la sociedad civil de Kosovo estrecha aún más los tradicionales lazos familiares, pero, sobre todo, moviliza el sentimiento colectivo de solidaridad nacional para ayudar a las víctimas de la guerra.

En la planta baja de una casa ubicada sobre la zona alta de Pristina, la capital de Kosovo, ha encontrado refugio la familia de Hajrije, una mujer de 54 años, que dice haber envejecido 10 en los últimos dos meses, desde el día en que la guerra llegó a su casa en la ciudad de Decani, unos 100 kilómetros al oeste de Kosovo, cerca de la frontera con Albania. Hajrije llegó a Pristina con su marido, de 70 años, su nuera Mizaqete, de 31 años, y tres nietas, Gentiana (5), Trendelina (3), y Doruntina, un bebé de dos meses. Los tres hijos varones de Hajrije, dos solteros y el padre de las tres niñas, no vinieron a Pristina. Se quedaron en la zona de guerra, en las filas del ELK.

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La nieta menor, Trendelina, es una niña extrovertida y graciosa que incluso ríe al contar: "Quemaron nuestra casa, quemaron nuestros juguetes, han quemado todo". Si se le pregunta "¿dónde esta tu padre?", Trendelina responde, sonriente y sin la menor inhibición: "Está en el ELK". A su lado, Gentiana permanece silenciosa e introvertida, con un aire de infinita tristeza, sentada en una posición casi fetal. Gentiana sufrió el pasado 24 de mayo una herida, cuando los serbios atacaron el pueblo de Istinic. Toda la familia se había refugiado allí, tras haber huido de Decani. La esquirla de una granada que cayó en el patio de la casa penetró en una pierna de la niña y no hay forma de extraerla, al menos en Pristina. La esquirla se mueve por una vena y los médicos temen que haya que amputar la pierna de la niña. La abuela suplica que alguien les ayude para operarla en el extranjero. Gentiana no se ríe, como su hermana, al hablar de su padre en el ELK, pregunta con frecuencia por él y llora. Por las noches, Gentiana se despierta con pesadillas, llora y llora y le dice a su madre que no puede contarle lo que soñó.

La vieja Hajrije, como ella misma se define a sus 54 años, parece la encarnación palpable de la mujer fuerte de la que habla la Biblia. Lo que llaman el bombardeo, en realidad ataques con granadas desde los altos, obligó a la familia a dejar su casa en Decani y salir con lo puesto. "La mitad de las casas quedó destruida y el resto las saquearon. Nos fuimos a casa de parientes en Istinic, a unos tres kilómetros. Tres días más tarde, Hajrije regresó a Decani para recuperar la vaca, que daba 15 litros diarios de leche y estaba sin comer. Al entrar en Decani, francotiradores le dispararon por encima de la cabeza, pero esto no la arredró y entró en su casa, desde donde trató de hablar por teléfono. En ese momento advirtió que había por el suelo metralletas y los serbios la habían ocupado. Se volvió y se encontró frente a varios serbios encapuchados, que la apuntaban con sus metralletas. Explica la mujer: "Me sentí muy fuerte y les dije "Disparad, si queréis, y matad a una vieja. Me importa un pito". Ellos me dijeron "¡sal de aquí y lárgate!". Así lo hizo Hajrije, pero no sin antes recoger su vaca. Tirando del animal recorrió los tres kilómetros hasta Istinic, donde sus familiares, al verla llegar, le dijeron que estaba loca.

Al día siguiente, la guerra les alcanzó en Istinic de nuevo, cuando la granada hirió a la nieta. Tras una semana con la niña herida en el pueblo, toda la familia, menos el hijo de 37 años, que se sumó de inmediato al ELK, se puso en marcha en un coche de caballos hasta Pec, donde a la entrada les recogió un taxista: "No nos quiso cobrar, pero le dimos 10 marcos (850 pesetas)". En Pec examinaron a la niña herida en el hospital y de allí tomaron el tren, que todavía circulaba y ahora ya no, hasta Pristina.

Los kosovares han puesto en marcha todos los mecanismos de ayuda para los refugiados de la guerra. Un Consejo de emergencia de la República de Kosovo actúa en todo el país desde Pristina, en un local de una planta, insignificante, oscuro y con un simulacro de habitaciones, separadas por gruesos cortinones. Tras uno de ellos, el presidente del Consejo, Selatin Novosella, explica que hasta el pasado 24 de junio habían registrado 5.500 refugiados en Pristina, pero el endurecimiento del conflicto hace que esta cifra se haya disparado. Algunas estimaciones elevan esta cifra hoy a 20.000. El Consejo se ocupa, gracias al trabajo de voluntarios, de constatar las necesidades de los refugiados, buscarles alojamiento y proporcionarles alimentos y vestidos, porque casi todos han huido sólo con lo puesto. El Consejo se financia a base de donativos, muchos procedentes de los kosovares que viven en la diáspora, en la emigración en los países de Europa occidental. Estos donativos no tienen nada que ver con el 3% que la denominada República de Kosovo recauda en concepto de impuesto.

En Pristina se palpa una ola de solidaridad con los refugiados. Los habitantes de la capital han ofrecido cobijo en unas 2.000 casas a sus compatriotas víctimas de la guerra. Los seis miembros de familia de Hajrije ocupan la planta baja de la casa de un electricista que se ha quedado sin trabajo como consecuencia de un accidente laboral y vive en el piso de arriba con su mujer y tres hijos. Abajo, Hajrije acaba de cocinar arroz con leche para todos. Del hijo que lucha en el ELK, el padre de las tres niñas, tienen noticias esporádicas, cuando llama por teléfono para decir que está bien, una vez cada dos semanas más o menos. El ELK utiliza teléfonos satélite contratados fuera para que los serbios no interfieran las llamadas. Su joven esposa Mizaqete explica que no tenía un arma en casa, "pero había hecho el servicio militar y sabe cómo usarlas". Ella no se siente segura en Pristina, "siempre pienso que alguien va a entrar y matarme", pero cree que su marido "está mejor allí".

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