¡Rendíos, kosovares!
Si no fuera porque las consecuencias serán trágicas, se podría uno reír mucho con el espectáculo que, ante el conflicto del Kosovo, ofrece ese nuevo y muy poco legítimo órgano de dirección mundial que se ha dado en llamar el Grupo de Contacto. La reunión celebrada esta semana en Bonn por representantes de los seis países miembros del grupo (EEUU, Rusia, Alemania, Italia, Francia y Reino Unido) ha concluido con una muy solemne traca de vaciedades. Slobodan Milosevic puede reírse con razón y estar muy tranquilo. El ruido de sables de la OTAN, después de la anterior reunión del Grupo de Contacto en junio, era sólo eso, ruido. Entonces el Grupo de Contacto exigió la retirada de las tropas serbias de la provincia y amenazó a Milosevic con una intervención militar si hacía caso omiso. Pues nada, aquello es agua pasada. Esta especie de gabinete de crisis de la comunidad internacional, que actúa por su cuenta sin mandato alguno, como muy bien acaba de recordar Felipe González, ya no exige la retirada de tropas serbias de Kosovo, posiblemente para no volver a sufrir el ridículo de ver cómo Belgrado replica a tal demanda multiplicando su presencia y actividad militar en dicha provincia.Al Grupo de Contacto se le ha ocurrido que es mucho mejor idea pedir al Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) que entregue las armas y a los países vecinos que se esfuercen en estrangular las vías de suministro de armas, dinero y alimentos a los combatientes albaneses. Ingeniosa ocurrencia. Después de un primer momento de confusión, en el que parecían ponerse realmente duros con Milosevic, han vuelto a la tan manida práctica de echarle la culpa del conflicto a la parte más débil, víctima de los sistemáticos atropellos de Belgrado.
Resulta que el problema no es Milosevic ni la política brutal de segregación racial y represión que practica en Kosovo desde que despojó de su autonomía a la provincia hace ya casi una década. El problema son los albaneses que, hartos de vivir en continua postración, humillación y miseria, han decidido abandonar una política no violenta que nada, absolutamente nada, les ha reportado en todos estos años. Por ello, se trata de convencer a los albaneses para que dejen de molestar, entreguen las armas, se sometan a la masiva presencia policial y militar serbia en la provincia y esperen pacientemente a que Milosevic tenga a bien escuchar las sugerencias humanistas de los diplomáticos y mediadores que, muy solícitamente, acudirán a Belgrado a ver al Gran Timonel balcánico.
Pero como el Grupo de Contacto tiene muy fundadas sospechas de que el ELK y los albaneses kosovares en general puede fumarse un puro con esta sugerencia, como se lo fumó Milosevic con la exigencia de retirada de tropas en junio, parece haber decidido actuar ya directamente contra los insurrectos. El ministro de asuntos exteriores alemán, Klaus Kinkel, salió de Bonn hacia Albania y Macedonia con el más que evidente objetivo de presionar a estos dos países para que adopten medidas que impidan el abastecimiento a los insurrectos kosovares.
Dicen los asistentes a la reunión de Bonn que han elaborado un amplio plan de paz para Kosovo, pero que lo mantendrán parcialmente en secreto. Hacen bien en callárselo, porque nos evitará a todos al menos parte de la vergüenza. En Serbia, el régimen ya ha cantado las excelencias de esta iniciativa, quizás porque la conozcan ya mejor que la opinión pública internacional. Estamos una vez más cubriéndonos de gloria. Como en su día en Bosnia con el embargo de armas, se trata de callar la boca a quien chilla porque un matón lo apalea. Con el matón no se atreven. Como en Bosnia, será necesaria una buena carnicería para que nuestro célebre Grupo de Contacto caiga en la idea de que acaba siendo imprescindible enfrentarse al matón.
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