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Reportaje:PLAZA MENOR: RIVAS-VACIAMADRID

Campos de ceniza, cielos de humo

La fonética, en apariencia neutral e inocente, jugó una mala pasada a los habitantes de Rivas-Vaciamadrid. Vaciamadrid sonaba bien a la hora de instalar un vertedero que liberase a la gran urbe de sus desechos: la fonética y la ignorancia, pues el término Vaciamadrid nada tiene que ver con el verbo vaciar y sus derivados. Sobre el origen del topónimo existen dos versiones: la culta que recoge Jiménez de Gregorio en su libro Madrid y su Comunidad y la popular que sostienen los vecinos de la localidad. Según la primera, Vaciamadrid vendría del árabe mansil-mayrit, dehesa o parador de Madrid; para la segunda se trata de una contracción de "va hacia Madrid", aviso de caminantes en ruta hacia la capital, confirmación de que se hallaban en el buen camino y muy cerca de su meta.Los responsables de la ubicación en estos andurriales del vertedero de Valdemingómez y sus incineradoras no hubieran cambiado de criterio por una simple cuestión semántica o paisajística, por una dehesa de más o de menos en la inmensidad de la campiña sin urbanizar, sin asfaltar, sin contaminar, que circunda a las ciudades.

Bien mirado, las dehesas son un anacronismo, y con las cuotas europeas las vacas españolas serán dentro de poco, como su compadre el toro de Osborne, meros elementos decorativos del paisaje. Las vacas o las ovejas son desde luego más fotogénicas que los vertederos, los polígonos industriales o los bloques de viviendas, y mucho más higiénicas pero improductivas; son el pasado y hay que pensar en el presente, y el presente son 3.600 toneladas diarias de basuras domésticas y un volumen de escombros difícil de calcular, datos de 1996 que figuran en el libro del ecologista Esteban Cabal Historia de los Verdes. Cabal, concejal de los Verdes del Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid entre 1991 y 1995, resume en un breve capítulo la interminable lista de agravios que padecen los 30.000 habitantes de un pueblo formado por la fusión de dos municipios que en 1980 apenas sumaba 500 vecinos.

En 1990, cuando la legislación española no consideraba preceptivo efectuar un estudio de impacto ambiental previo, el Ayuntamiento de Madrid adjudicó a la empresas Dragados y Construcciones la construcción y explotación de una planta de tratamiento de residuos sólidos urbanos, denominación políticamente correcta de los basureros de siempre. El contrato incluía también la construcción de una incineradora con capacidad para contaminar con sus humos tóxicos una zona en la que viven más de 600.000 personas, con especial predilección por los sufridos pobladores de este pueblo apestado, que se ven poco menos que como cobayas humanos no de la ciencia, sino de la inconsciencia, de la incompetencia y por supuesto de la delincuencia, porque se trata de un crimen ecológico y de lesa humanidad.

La Coordinadora de Organizaciones contra la Incineradora editó hace algún tiempo un folleto titulado ¿Por qué decimos no?, en el que se especificaban los problemas y los riesgos que generaría la planta. Firmaban el documento propuesto por los Verdes asociaciones ecologistas nacionales, la Federación Socialista Madrileña, Izquierda Unida y la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos, con la colaboración de Greenpeace y de Comisiones Obreras de Madrid. Entre otras informaciones, el folleto da cuenta de los graves efectos sobre la salud de las emisiones a la atmósfera de las incineradoras, destacando como contaminante más peligroso a las dioxinas, sustancias químicas que no existen en la naturaleza y que se forman por la combustión de las sustancias cloradas. Las dioxinas tardan décadas en degradarse y se introducen en la cadena biológica. Según la Agencia de Medio Ambiente de Estados Unidos, las dioxinas, de las que no se conocen dosis mínimas, son cancerígenas y producen alteraciones en el desarrollo, la reproducción y el sistema inmunológico humano. Rivas, señala Cabal en su libro, tiene el porcentaje de voto verde más alto de la Comunidad madrileña y es un municipio muy sensible a los problemas derivados de la expansión urbanística, la generación de residuos, la contaminación industrial y el deterioro del medio natural. Una de las razones apuntadas por el ex concejal verde es que en el pueblo conviven numerosos cuadros medios y simpatizantes de los sindicatos y partidos de izquierda. Lo que hace que Rivas-Vaciamadrid sea desde hace años feudo de la izquierda en su Consistorio municipal, donde IU y PSOE comparten las tareas de gobierno.

Las principales barriadas, fundamentalmente Covibar y Pablo Iglesias, que albergan a la mayor parte de la población de Rivas-Vaciamadrid, fueron construidas por cooperativas vinculadas a Comisioes Obreras y UGT, que -sigue diciendo Cabal- continúan ampliando sus promociones urbanísticas a pesar del estrepitoso fracaso de la PSV, que incluía la construcción de 9.500 viviendas en este municipio.

Pero las numerosas pintadas que emborronan los muros del antiguo Ayuntamiento de Rivas no hablan de problemas ecológicos o urbanísticos; la ira que guió las manos de los burdos emborronadores callejeros brota de un asunto de cuernos: la afición local del viejo núcleo tradicional, puro y duro del pueblo achaca al alcalde de IU su falta de entusiasmo por la fiesta nacional.

El primitivo núcleo del pueblo de Rivas lo forman antiguas casas bajas cercadas entre la carretera y filas interminables de adosados. En las lagunas cercanas formadas en los cráteres que dejaron las empresas extractoras de grava, anidan las aves acuáticas y la naturaleza revive sobre los restos de las explotaciones industriales. La fauna ha encontrado un vivero inagotable de alimentos en los vertederos.

Entre el pueblo antiguo y las nuevas barriadas se abre un inmenso y desolado desierto marcado por el paso de la maquinaria pesada. Un recoleto cementerio sirve de oasis en la estepa humeante con los gases que emanan del antiguo basurero, desenterrado, exhumado para construir en sus solares nuevas urbanizaciones. Rivas-Vaciamadrid crece sobre montañas de detritus que ahogan lo que en otro tiempo pudo ser un rincón del paraíso, ese edén verde con el que sueñan los ecologistas.

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