La identidad plural de los catalanesXAVIER BRU DE SALA
¿Sabían que la proporción de ciudadanos que se consideran tan catalanes como españoles oscila, según los años, entre el 39% y el 47%, y que ahora estamos en la banda alta? Yo no, hasta que estuve un buen rato echando cuentas, en plan sociólogo aficionado. Siendo en nuestro tiempo la identidad de cada ciudadano algo compuesto por órdenes diversos -de tipo ideológico, religioso, sexual, lingüístico, de oficio, ocio, etcétera-, no hay duda de que los sentimientos de pertenencia nacional siguen desempeñando un papel importante, por su influencia en las actitudes y el entramado emocional de la inmensa mayoría de los individuos. Estar en un territorio implica y condiciona mucho, siempre, sea en bien o en mal, hasta el punto de que el estar en corre peligro de convertirse, a menudo sin que lo advirtamos, en ser del territorio, de los espacios institucionales y mentales que en él se organizan. La identidad nacional de cada cual, todavía poco independizada de la pertenencia territorial, sigue siendo, pues, un factor constitutivo de la persona, ya sea por adhesión voluntaria o como sujeto paciente de condicionantes territoriales. Los individuos somos, además, muy conscientes de nuestra condición en la materia. El porcentaje de los que no saben cómo identificarse es sólo del 1% (frente al 11% que declara no saber si es de derecha, de centro o de izquierda). Por ello parece importante introducir en nuestra cultura política los datos estudiados sobre las adscripciones de los catalanes y sus oscilaciones. Dispongo de la secuencia de los del ICPS (Instituto de Ciencias Sociales y Políticas), que las viene encestando ininterrumpidamente, desde 1986 hasta 1996. Comencemos por el grupo de los que se consideran únicamente españoles, que empezó en el 14%, descendió hasta el 10% en 1991 y luego ha ido subiendo lentamente hasta el 13% de 1996. Sigamos por los que, combinándolas, anteponen su españolidad a su catalanidad. Extrañamente, forman un grupo tan pequeño como compacto, ya que están siempre entre el 5% y el 6%. Algo más oscila, aunque no mucho, la gran masa de los que se sienten una cosa y otra por igual. Empezó, en 1989, por un 45% y al final del recorrido -1996- había crecido un punto. Lo curioso es que en ocasiones ha llegado al 41% -1990- y al 39% -1993-. Los que se sienten más catalanes que españoles están entre el 19% y el 20%, aunque en alguna ocasión rozaron el 25%. Pero este grupo no crece: después de cinco años consecutivos de superar el listón del 22%, cayeron en 1996 por debajo del 20%. Y no porque hubieran subido los que sólo se sienten catalanes; al contrario: empezaron en el 15%, llegaron al 19% en 1993 y han retrocedido luego hasta el 13%. Así, la minoría de los que se sienten agredidos por España, o a lo sumo no concernidos, -así cabría interpretar a los que sólo se sienten catalanes-, se iguala exactamente a la que se posiciona contra la catalanidad o a su margen. En cambio, los que se sienten más catalanes que españoles son casi cuatro veces más que los que declaran sentirse más españoles que catalanes. Con todas las prevenciones hacia los estudios de este tipo, más que nada por la ambigüedad y la polisemia de las palabras usadas, no disponemos de fotos mejores para observar aspectos de la realidad como éstos. Visto de modo más sintético y con las cifras de 1996, un 33% de la población está en la banda alta de la catalanidad, un 19% en la banda alta de la españolidad y un 46% en el centro. Sólo un poco más de la cuarta parte de los seis millones, la mitad por cada parte, rehúsa la doble adscripción. La catalanidad, en grado igual o mayor que la españolidad, está presente en casi un 80%, por un 65% que experimenta la españolidad en grado igual o superior a la catalanidad. Es posible que las cifras y sus oscilaciones dejen insatisfecho a más de uno (y muy satisfechos a otros). En cualquier caso, refuerzan la idea de que el pujolismo no es para nada una lluvia fina que va empapando los sentimientos nacionales de la ciudadanía. Por el contrario, es una superestructura que apenas incide en la fibra íntima de cada cual (si no es para cosechar, en los últimos años, el efecto contrario al deseado). Parece, pues, un instrumento, acotado y observado con cierta prevención, del que una sociedad muy impermeabilizada dispone para no desestabilizarse. Otrosí, los movimientos de las adscripciones nacionales son de onda larga, por lo que debe ser necesario el paso de diversas generaciones para observar su evolución, y más en nuestro caso, en el que parecen estar equilibrados los pares de fuerzas ideológicos, políticos y mediáticos, que operan, según sus preferencias, con intención de mantener el statu quo identitario o incrementar la catalanidad. ¿Un pronóstico? Si no se tensa demasiado, el centro va a resultar beneficiario del tranquilo paso del tiempo, tal vez algo escorado hacia la catalanidad. Si se tira fuerte, vengan las tensiones de donde vengan, la presencia global de catalanidad tenderá a retroceder en conjunto para enquistarse en una minoría encastillada, excluyente y excluida. Las mejores armas del nacionalismo catalán no están, pues, en la radicalización, sino en la moderación, la tranquilidad, la paciencia... (y la inteligencia, que últimamente parece escasear). Así que, en vez de jugar con fuego, real o de artificio, podríamos entretener la comezón con una serie de cuestiones teóricas tan espinosas como desdramatizadoras. ¿Qué significa para un catalán ser español? ¿Un hecho entrañable admitido con prevención? ¿Una pertenencia infranacional o supranacional? ¿Su nación? ¿Una obligación, un accidente histórico o geográfico, una suerte, una carga? ¿Qué significa ser catalán para distintos tipos de catalanes? Seguro que no es lo mismo para todos los encuestados. Para unos, ser catalán significará ser ciudadano de Cataluña; para otros, miembro de la nación catalana; para unos terceros, persona de Cataluña sin más, etcétera. De lo que no hay duda es de que España está en Cataluña por la autoadscripción de sus ciudadanos. Un proyecto nacionalista sensato debería tenerlo en cuenta. Y cualquier visión objetiva de la realidad, partir del dato de que, hoy por hoy, no tiende a retroceder.
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