_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mundialización y posmodernidad

Vivimos tiempos posmodernos. En ellos, se nos dice, las cosas suceden porque sí, bien para unos, mal para otros, con rupturas y accidentes cuyas causas apenas conocemos y que poco podemos hacer para evitar. Zarandeados entre lo arbitrario y lo ineluctable, destinados a la insignificancia, elegidos del placer, lo más higiénico es entregarse al dulce fatalismo de la pasividad, retirarnos a nuestro huerto personal y olvidarnos de cualquier quehacer común que es siempre irrelevante y en ocasiones perverso.Descalificados el orden social y sus actores colectivos por totalitarios y disfuncionales, se atribuye a la mano invisible del mercado el protagonismo en exclusiva de los grandes aconteceres contemporáneos y en especial la mundialización de sus procesos más determinantes.

La globalización aparece como la consecuencia natural de una evolución imparable de la realidad socioeconómica de la segunda mitad del siglo XX, y no como lo que es, el resultado producido por la confluencia de la lógica tecnológica dominante y una determinada opción económica -la financiera- gracias a la acción concertada de las multinacionales para llegar a ese fin.

Una mundialización que algunos califican de feliz porque indudablemente para ellos lo es. En 20 años, la renta per cápita mundial se ha triplicado y el PIB de nuestro planeta se ha multiplicado por seis, pero la consecuencia ha sido que el 80% de ese PIB esté en manos del 20% de la población del mundo y que 258 millonarios dispongan de una renta anual superior a la renta conjunta del 45% de los habitantes de la tierra. Las naciones pobres, a principios de los setenta, poseían el 4,9% de la riqueza mundial; hoy, ese diferencial no llega al 3,5%. Los efectos de la mundialización y de la deflación competitiva están siendo devastadores.

El PNUD afirma que, en la década de los ochenta, más de 1.000 millones de personas han sido condenadas a la miseria. En Brasil, en estos años de su espectacular recuperación financiera, la mortalidad infantil ha pasado del 46 al 68 por mil, el presupuesto federal para la educación ha disminuido del 6% al 2,7%, la asistencia sanitaria ha perdido mucho en capacidad y en eficacia, y el aumento de la criminalidad ha sido impresionante.

La prospectiva económica de la mundialización no puede ser más inquietante: el PIB mundial se duplicará en los próximos 25 años, pero el porcentaje de ese PIB que les corresponderá a los países más pobres no llegará al 0,3%. Según los datos de siniestralidad automovilística que conocimos la semana pasada, el porcentaje de accidentes es ocho veces superior en los países en desarrollo al de los países desarrollados, y las cifras que nos llegan estos días desde Ginebra en relación con el sida son impresionantes: más de seis millones de personas contrajeron el virus en 1997, de los cuales más del 80% en los países en desarrollo, y de ellos casi el 90% no tienen acceso a la necesaria asistencia sanitaria. Todo ello prueba la creciente desigualdad de las condiciones de vida en los países pobres y en los ricos.

Por lo demás, el paisaje desolador de los derechos humanos en los países del Tercer Mundo confirma en negativo la relación entre democracia y desarrollo que establecía la ciencia política de los cincuenta. Lo que no es producto del azar sino obligado corolario del recorte de la ayuda humanitaria y de la cooperación al desarrollo que impone la competitividad dentro de la mundialización.

En 1997, los países del Tercer Mundo recibieron el 26% menos de ayudas públicas y privadas que en 1996. Ese mismo año, los países industrializados miembros de la OCDE redujeron al 0,22% de su PNB el volumen de la ayuda, que hasta entonces era del 0,33%. Frente a la petición de la ONU de que se consagre al menos el 0,7% del PIB a la promoción de los países menos desarrollados -que tan admirablemente reivindica la plataforma española-, Estados Unidos, que se limitaba al 0,12%, lo ha achicado hasta el 0,8%.

A los mundializadores felices y posmodernos habría que cantarles lo de "Tout va très bien, Madame la Marquise...", a ver si dejan de tomarnos el pelo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_