Zamarreño, país
Dice Aurelio Arteta que al elevarlo a objeto "científico", bien podría ocurrir que hiciéramos del terrorismo y temas afines ocasión de una especie de negocio intelectual propio del gremio académico. Y bien podría también ocurrir que el análisis neutro, supuestamente desinteresado, del acontecimiento terrorista y sus consecuencias, y de sus repercusiones en un sector social que le es afín, constituyera otra faceta del horror, reduplicando el terror producido por el hecho sangriento. Podría ocurrir, en efecto, y es justo lo que he sentido ante muchos comentarios y análisis periodísticos tras el asesinato infame de Manuel Zamarreño. El universo terrorista y sus adláteres causan una profunda fascinación en el mundo de la comunicación. Su capacidad para generar noticias puede ser uno de los motivos, junto a la necesidad muy profesional de dar con ese gesto o esa palabra que nos desvelen al fin la clave que habrá de dar la solución a este espanto. De ahí esa aplicación minuciosa a auscultar al menor soplo, el menor gemido, o a magificar el último cruce de piernas conceptual surgido de ese universo. Tiendo a pensar que esa fascinación es inocente o bienintencionada, pero lo que advierto es que su única consecuencia evidente ha sido la de conseguir que muchos de esos personajes se paseen como prima donnas haciendo del gesto requerido un añadido más a sus encantos. Les pedimos monerías, y nos las dan a raudales. Sin embargo, tanto nuevo estilo no parece que encierre ninguna modificación sustancial del horror anterior, aunque ha conseguido que si antes hablábamos mucho de ellos, ahora ya no hablemos más que de ellos. Y de ellos y de sus monerías hemos hablado también estos días, haciendo un uso impúdico del cadáver de Manuel Zamarreño. Ese cadáver parecía, por momentos, dejar de pertenecer a un ser humano para pasar a ser cifra, señal o instrumento de un proceso político al que su dignidad humana resultara ajena. Y en ese proceso político había vencedores y vencidos, verdugos y víctimas, pero nada hacía pensar que la víctima, la única en realidad de la monstruosidad cometida, fuera él, quien pasaba de repente a convertirse en un simple medio -¿neutro, inerte, vergonzoso?- utilizado contra otras víctimas mucho más ventajosas. En el ojo impenitente del análisis, hemos podido ver como Manuel Zamarreño se convertía, por ejemplo, en un golpe asestado por ETA a los nuevos aires de participación política e institucional de HB, de modo que eran estos los que se constituían en víctimas del horror perpetrado. Nadie nos ha dicho, sin embargo, que esos nuevos aires no se van a modificar -lo que prueba que el horror no les es tan enemigo-, ni que, si tan perjudiciales y negativas les resultan esas acciones criminales, nada hay que les impida a los de HB desmarcarse de ellas, salvo su propia implicación en todo este espanto. Hemos llegado a escuchar hasta que el objetivo de este crimen no era otro que someter a prueba de blindaje del diálogo entre el PNV y HB. La simple posibilidad de que así sea me produce arcadas, y la verdad, no sé como no se nos cae la cara de vergüenza. ¡Un diálogo que se justifica para evitar el horror sería el causante de más horror! Si eso fuera cierto, habría que señalar a sus protagonistas con el dedo. Yo quiero dedicarle un homenaje a Manuel Zamarreño. Su cadáver cubre nuestro país, como muy bien lo supo reflejar Máximo en una viñeta. Pero ya en vida, la persecución de que fue objeto nos cubría de vergüenza. Todo el proceso de victimización a que fue sometido, su condición de cadáver en espera, su reducción final a cifra, a clave de una contienda que lo diluye, lo convierten en símbolo de que en este país aún sigue habiendo personas a las que se les niega la ciudadanía, sombras sin derechos. Pero la pluma se me queda corta al hablar de este crimen, y yo sólo quiero rendirle un homenaje a Manuel Zamarreño. Y recordarle de paso a Arnaldo Otegui que las condenas no son estériles. Pues si así fueran, serían inocuas, y nada nos costaría el pronunciarlas. Tampoco le costarían nada a él. Si no las pronuncia, es porque sabe muy bien que inocuas no son, estériles tampoco. Que quede claro.
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