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El triunfo de Joaquín Achúcarro en Granada

Que el festival granadino ha cambiado de piel no es ya ni siquiera noticia pues, desde que lo dirige Alfredo Aracil -músico y hombre culto de refinada sensibilidad-, se ha extendido en todas las direcciones: geográficas, con sus 30 escenarios en la ciudad y fuera de ella, y conceptual por el especial cuidado en dar sentido y significación al conjunto y a cada una de las actividades. Este año pintan los centenarios del 98: el desastre español, el símbolo de una gran generación intelectual y, en lo granadino, la celebración de un nacimiento, el de Federico García Lorca, y la conmemoración de una muerte lejana, la de Ángel Ganivet.Ese plural y espejeante universo ha dado lugar a una multitud de microcosmos; por ejemplo, la presencia de lo americano con especial cadencia en lo cubano. En el patio de Carlos V actuó la Orquestat Nacional dirigida por el libanés-norteamericano George Pehlivanian, y con el protagonismo solista de Joaquín Achúcarro, emblema del mejor pianismo español.

Achúcarro, profesor desde hace años en Estados Unidos, expuso la Rhapsody in blue de Gershwin con gracia de estilo, exactitud de concepto y precioso dominio técnico. Es música que sigue viva, fresca y evocativa de un momento estético determinado: el ingreso de lo afroamericano en la música europea.

Preciosista

Por vía de lo rapsódico, Achúcarro pasó de Gershwin a Rachmaninov. Desde hace unos 40 años venimos escuchando a Achúcarro esta rapsodia en forma de variaciones sobre el más célebre capricho de Paganini, pero en esta ocasión el pianista bilbaíno ha conseguido algo muy difícil: superar sus más de 80 marcas anteriores para darnos la que nos pareció a todos, incluso al propio pianista, su más feliz, natural, madura e imaginativa interpretación a la que el maestro Pehlivanian y la orquesta aportaron un trabajo integrador, identificado y preciosista. Cada variación aparecía ante nosotros como un descubrimiento sorpresivo. Así deben ser las auténticas lecciones magistrales que en otra cosa es lo que hizo y dictó Joaquín Achúcarro quien, ante los aplausos prolongados del público, regaló el Nocturno en mi bemol de Chopin. Quedaban clamorosamente justificadas las medallas de honor concedidas por el festival al solista y la ONE. Uno y otra ofrecieron una considerable versión del tríptico sinfónico del compositor hispano-cubano Julián Orbón. Es un autor que debiéramos conocer mejor y frecuentar en mayor medida. El resto fue para Gershwin con una suite de concierto de la ópera Porgy and Bees y de la rítmica y un tanto aparatosa Obertura cubana. El interés y el atractivo de la personalidad del maestro Pehlivanian se amplió todavía en una versión acertada y un poco demasiado movida del preludio de La Revoltosa. Éxito sin fisuras y progresiva asimilación por el público granadino de los "nuevos vinos en viejos odres" característiccos de la presente etapa del festival. Nunca fue retrógrada Granada en el arte. Conviene recordarlo.

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