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El dilema popular

En menos de una semana el PP de la Comunidad Valenciana ha venido a poner de relieve la falta de decisión de los conservadores ante el dilema estratégico, y no sólo electoral, que tienen planteado. De un lado el PP auspicia e impulsa un pacto lingüístico que cierre la batalla de Valencia siguiendo la idea, que estimo acertada, que un conocido dirigente empresarial valenciano formuló no ha mucho: el cierre del conflicto lingüístico es la condición necesaria para que la derecha valenciana pueda hacer política de verdad. Del otro, el mismo partido que impulsa la política de consenso para cerrar una herida convoca un homenaje en memoria de un político fenecido que creció a costa del PP y que si se caracterizó por algo, es por practicar un acentuado populismo fundado precisamente en la escisión social que se funda en el conflicto lingüístico que se trata de cerrar. Por un lado aportamos la cirugía para cerrar la herida que por el otro contribuimos a alimentar. No en vano llevo diciendo va para un cuarto de siglo que si Kafka fuera de aquí sería un modesto escritor costumbrista. La palmaria contradicción señalada no es, sin embargo, ni aislada ni casual, refleja en términos de política local el dilema que el PP tiene planteado. Desde la refundación de 1989 / 90 el PP se propuso dos objetivos: la integración de todo el bloque burgués en una sola formación política, en un solo partido de configuración leninista, y la movilización del electorado al efecto de procurar la alternancia, afortunadamente producida en 1996. Su presidente lo decía bien claramente hace apenas un mes en declaraciones a un diario italiano: para ganar la derecha debe estar agrupada en un solo partido. La unicidad del instrumento es el presupuesto del objetivo a alcanzar. Tal propósito sería fundamentalmente racional si el bloque burgués fuera estructuralmente mayoritario en la sociedad española. Cabría discutir en tal caso si sería más conveniente la unicidad partidaria al estilo británico, o cierto grado de pluralidad al estilo germano, pero la racionalidad de la propuesta, sentado el supuesto previo de la condición estructuralmente mayoritaria, caería por su propio peso. Lo malo es que el país no es así, lo que no constituye ninguna novedad: en ningún país de la Europa católica el bloque burgués es mayoritario. Antes bien, la regla es más bien la contraria: la condición estructuralmente mayoritaria de los partidos de la familia socialista solos o en combinación con partidos de defensa de la religión o de defensa de la periferia. Dicho en términos coloquiales: en la Europa católica en general, y aquí en particular la mayoría natural es de izquierda. La clave profunda del fracaso de los sondeos y de la derrota del PP en el 93 y su corta victoria en el 96 están precisamente aquí. La condición estructuralmente minoritaria del PP no es una maldición, tiene remedio. Explica la obsesión por la unicidad de la derecha, pero pone en cuestión su racionalidad a medio término. El PP puede escapar a ese destino si consigue capturar de forma estable el apoyo de las nuevas clases medias urbanas, para lo cual necesita adoptar un estilo de gobierno liberal y una política reformista. La receta está inventada y acreditada, se llamó en su día UCD. Pero para seguir esa estrategia, que es a la que corresponde el proyecto de pacto lingüístico, los conservadores tienen que abandonar el estilo autoritario de gobernar, el exclusivismo social y la abominación de la política de consenso que viene definiendo al núcleo duro de la derecha política desde bastante antes de 1977, y no están dispuestos a hacerlo, baste considerar que el equipo dirigente nacional del PP está formado por personas que no se adhirieron a UCD o la abandonaron precisamente por practicar una política reformista y estilo de gobierno liberal y consensual. Lo que se refuerza por una consideración pragmática de corto plazo: la escisión por la derecha que podría producir la orientación centrista les haría perder las elecciones próximas. El PP se ve así atrapado en una alternativa del diablo: el mantenimiento tal cual de la estructura y apoyos actuales, si es que es posible mantenerlos a medio plazo, cosa que está por ver, les sitúa a merced de un voto flotante al que le es más fácil votar a la competencia, la vía de salida exige una reconversión que les sitúa en riesgo de pérdida del poder y que va a contracorriente del equipo rector madrileño. Ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio. Entre tanto las organizaciones autonómicas del PP se dedican a imitar al asno de Buridán. O a elogiar a Ximo Muñoz Peirats por la mañana y a acudir al homenaje a Lizondo por la noche, mientras el tiempo de descomposición socialista se acaba.

Manuel Martínez Sospedra es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Valencia.

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