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Entrevista:

DESVÁN DE OFICIOS ZAPATERO A MEDIDA "El trabajo femenino sentencia a los tacones"

Francisco López Cuadrado sostiene que la elegancia "esta de capa caida" porque es "mas incomoda"

Como no se veía toda la vida poniendo medias suelas, acabó por ponerlas enteras. Cuando Francisco López Cuadrado, de 67 años, heredó de su padre el taller de reparación de calzado se dijo: "Tengo que hacer algo más". Y ese algo supuso añadir tacones a las suelas, cortar patrones y coser con esmero. O sea, que empezó a hacer zapatos a medida. Y en eso sigue desde la década de los cincuenta.Don Paco se mantiene en la brecha y hasta tiene heredero: un sobrino homónimo y apellidado Sánchez López, de 33 años, que como el tío, echó "los dientes en el negocio". La trayectoria familiar, casi centenaria, está asegurada en la calle de Lope de Vega, 12. Aunque la clientela haya cambiado.

"Al principio me metí en el mundo de la alta costura. Uno de mis mejores clientes era el modisto Pedro Rodríguez", recuerda con orgullo López Cuadrado. "Me daban una idea de lo que tenía que hacer. Yo daba mi opinión desde el punto de vista técnico, y luego me ponía a ello".

Pero los modistos pasaron a llamarse diseñadores de moda y los encargos fueron a menos. "Ahora recurren a mí para ocasiones especiales", dice.

Las pasarelas se descalzaron del primor y la alta costura perdió estatura -"ha caído mucho, porque es muy cara"-, pero el artesano se mantuvo a flote. "Los snobs que presumían de llevar zapatos a medida" llenaron la cartera de pedidos hasta que, hace tres lustros, don Paco se volcó en los calzados para ceremonia. Ahora, los pares de salón forrados a juego con el vestido (desde 12.000 pesetas) y, en menor medida, los de tafilete (desde 25.000) forman el grueso de los encargos, casi siempre para pies de mujer. Y hay quien llega a elegir modelo calzando con zapatillas de deporte.

-Vamos a ver. Descálcese, por favor, pide Paco el joven.

La chica obedece y el artesano le pone una hoja de papel bajo el pie. Lo siluetea a lápiz y toma las medidas: de juanete a meñique y del empeine.

-Que sean cómodos, pide la clienta.

-Es que eso es lo primero, sentencia Paco el mayor. "Si la comodidad, cuyo secreto es adaptar el calzado al pie, se puede acompañar por la estética, pues mejor", puntualiza.

Con todo, López Cuadrado tiene muy claro que la elegancia femenina pasa por los tacones. "Un zapato bajo puede ser bonito, pero no elegante", sentencia.

-¿Por qué?

-Porque el tacón alto da realce y obliga a caminar con la columna recta. Da gracia a los andares.

-Pero el tacón alzado está en retroceso. Para sobrevivir ha ganado anchura, y es muy difícil ver a alguien que lleve zapatos de aguja.

-Es cierto. El trabajo femenino ha sentenciado a los tacones, y yo lo entiendo. Una mujer que se levante a las siete de la mañana para ir a la oficina busca un calzado bonito y cómodo. Lo mismo pasa con la ropa.

-¿Malos tiempos para la elegancia, entonces?

-Sí, está de capa caída. Siempre ha sido más incómoda. Unas alpargatas se pueden llevar con estilo, con gracia, pero nada más. Y no es que haya una nueva elegancia, lo que hay son nuevas costumbres.

El artesano está convencido de que "cada vez calzamos peor". Aunque la moda "ya no es estricta", los "zapatones" que ve en algunos escaparates le dejan frío. Pero encuentra cálido refugio en la trastienda, con olor a a piel y a cola, donde el sobrino se pone manos a la obra con los zapatos que encargó la chica de playeras.

Como la muchacha ha elegido un tacón ancho, Paco el joven busca la horma adecuada. Es un pie de plástico que se manipula con el método secreto de la casa hasta que toma las mismas medidas que el pie de la clienta. Este artilugio es lo que el maniquí al sastre. Luego hay que hacer el patrón en papel. Una vez listo y recortado, se siluetea sobre el forro de piel. El retal de la tela del vestido se cose luego al curtido. Toda esa operación se denomina aparar. El conjunto resultante recibe el nombre de corte.

Con él en la mano, Leo, el veterano oficial del taller, coge la palmilla (plantilla). Monta el corte sobre ella. Después llega el momento de colocar suela y tacón. Tras los rebajes pertinentes, el zapato estará listo para su debú en bodas, bautizos, comuniones u otros festejos de copete.

"Cuando más se disfruta es cuando alguien nos encarga diseñar unos zapatos", confiesa López Cuadrado. Lo que no comparte es la zapatofilia, famosa en un personaje como Imelda Marcos. Cuando ella y su marido Ferdinand fueron desalojados del poder en Filipinas, en el palacio presidencial de Malacañang se descubrió una colección de más de dos mil pares de zapatos de la ex primera dama. "Es una barbaridad tener tantos, aunque con ella de clienta habría tenido el negocio asegurado", bromea. Entre Imelda y Cenicienta, don Francisco no tiene duda: gana la del zapato de cristal.

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