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Los estigmas de un juez que se atrevió a tocar a un intocable

(...) De haber examinado ponderada y detenidamente todo este conjunto de factores, el juez Martín Canivell habría comprendido que una de dos: o Javier Gómez de Liaño no ha prevaricado en absoluto o han prevaricado junto a él muchos más, empezando por los fiscales que le reclamaron que obrara como lo hizo o apoyaron sus decisiones sin reserva alguna.Habrá quien se sorprenda de que este magistrado se haya mostrado tan expeditivo a la hora de encausar al juez Gómez de Liaño, sin el más mínimo temor a quebrantar su imagen y dañar su carrera. Sobre todo teniendo en cuenta que él fue uno de los inventores de la curiosa doctrina de la estigmatización, que avaló la decisión de no llamar a declarar a Felipe González en el caso Marey . Pero, vistas las cosas en su contexto -que no es jurídico, sino directa y rastreramente político-, nada resulta sorprendente. (...)

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(...) Aparecen así de la mano las caras ocultas de los dos grandes poderes que han hecho y deshecho en España durante tanto tiempo -el polanquismo y el felipismo-, para demostrar qué destino espera a quien ose desafiar su bien conjuntado poder. A ver qué juez, a partir de esto, se atreve a inspeccionar sus negocios. Han ido a por Gómez de Liaño, en lo personal y en lo público, en lo mediático y en lo jurídico, para que quede claro que, como él mismo admite ahora, «la justicia no puede actuar contra los poderosos». Lo dijo ayer Pablo Castellanos: «Hay que estar ciego para no ver que Gómez de Liaño ha tenido la desgracia de que le tocaran asuntos que, al parecer, deben quedar al margen del Estado de derecho».

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El felipismo, con el sistema de cuotas partidistas, consiguió amalgamar poder político y poder judicial hasta confundirlos en uno solo. Y el PP no ha sabido hacer nada para separarlos.

Polanco decidió que Gómez de Liaño debía servir de escarmiento. Y lo ha conseguido. Que las acusaciones contra él -cuyo fundamento nunca se llegará siquiera a investigar- se queden finalmente en nada y sea exonerado es lo de menos. Lo de más, que se sepa qué le sucede a quien osa tocar al intocable.

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