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Reportaje:

«¡Abajo Yeltsin!»

Los científicos se unen a los mineros en su protesta ante la Casa Blanca rusa

Si los centenares de mineros y científicos concentrados ante la Casa Blanca, la sede del Gobierno ruso, constituyeran el total del censo electoral, Borís Yeltsin perdería el tiempo si se presentase a la reelección. Los científicos -privilegiados durante la Unión Soviética y condición de parias en la nueva Rusia- se sumaron ayer a los trabajadores de las cuencas del carbón que, desde hace una semana, desahogan su furia en las inmediaciones de la Casa Blanca para exigir al poder que cumpla los compromisos que desactivaron la huelga que el mes pasado cortó el país en dos.Unos y otros exigen no ya recibir unos salarios que llevan meses sin cobrar, sino que se vaya del Kremlin quien consideran máximo reponsable de su tragedia: Borís Yeltsin. Los mineros se oponen a planes de reconversión que dejarán a miles de ellos en la calle. Piden sueldos y pensiones dignas, cobrados a fin de mes. Y recuerdan que igual que contribuyeron a aupar a Yeltsin al poder en 1989 pueden hacer ahora que se derrumbe con estrépito.

Sus compañeros de protesta exhiben pancartas en las que se lee: Científicos hambrientos, vergüenza de Rusia y Sin ciencia, Rusia será una colonia. Dicen que sobreviven gracias a las patatas que cultivan en sus dachas y piden más fondos para la investigación, sin la que Rusia, dicen, no podrá volver a ser un país del que sus habitantes puedan enorgullecerse.

Estos son algunos testimonios recogidos ayer al azar: Viacheslav Ponteleiev. 37 años. Era conductor de una cargadora en una mina de la cuenca de Vorkutá (en el Ártico) hasta que perdió un pie en un accidente. Debería cobrar una pensión de invalidez, pero el último sobre lo recibió hace ocho meses. Su mujer, que trabaja en una central térmica, lleva también varios meses sin percibir su salario. Algunos compañeros y amigos les ayudan para que ellos, y su hijo de 13 años, no se mueran de hambre. «Seguiremos aquí hasta la victoria, hasta que Yeltsin se vaya».

Yelvgueni Krasulnikov. 29 años, seis como minero. También de Vorkutá, «un infierno de hielo». No cobra desde hace nueve meses. Sus vecinos le compraron el billete de tren a Moscú. No tiene pasaje de vuelta. Su mujer y su hijo de cinco años quedaron atrás, con apenas 100 rublos (2.500 pesetas) que reunió pidiendo aquí y allá. «No es posible sobrevivir así. Los mineros se mueren de hambre y los mafiosos se enriquecen». Su objetivo ya no es cobrar, sino «cambiar el curso del Gobierno».

Vasili Petrov. Unos 28 años. Minero de Rostov. Año y medio sin cobrar. Mujer y dos hijas, de 3 y 4 años. Viven todos de la pensión de su madre, de 7.500 pesetas. «Estaremos aquí hasta que Yeltsin se vaya, aunque nos paguen los atrasos. Ya no le creemos. En Rostov (al sur), vivimos mejor porque podemos cultivar nuestros pequeños huertos, pero en Vorkutá se mueren literalmente de hambre».

Svietoslav Borotsov. 22 años. Tiene esposa y un niño. Trabaja desde los 18 como minero en el Ártico, en condiciones muy duras y con jornadas agotadoras, por lo que solía tener, gracias a las primas de producción, unos ingresos medios de 70.000 pesetas. Pero lleva 12 meses sin cobrar. «Sobrevivimos porque en la mina nos dan vales para canjear por comida en la tienda de la empresa, a precios tres veces superiores a los de mercado». Está muy agradecido al apoyo de los moscovitas: «Nos dan ropa, alimentos y dinero, que depositan en una caja común».

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Sin identificar. 58 años. Minero retirado de Intá, cerca del Círculo Polar Ártico. Con mujer, hijos y nietos a los que tiene que ayudar. Cobra 15.000 pesetas de pensión, con los que no puede llegar a fin de mes, por lo cual se ha buscado otro trabajo, con un salario de 25.000 pesetas... pero que no cobra desde hace año y medio, excepto dos mensualidades. «Nunca fui comunista. No quiero que vuelvan al poder. Pero Yeltsin y los suyos hacen que decenas de millones de rusos echen de menos la Unión Soviética».

Irina Kuznetsova . 52 años. Profesora de música. Protesta «por la reducción en el 50% del presupuesto de enseñanza» aunque, al parecer, cobra puntualmente su salario. «El Gobierno ha recibido montañas de dinero del exterior y ha convertido a todos los rusos en deudores, pero no sabemos a dónde han ido a parar todos esos dólares. Desde luego, no a la modernización del país, ni a la ciencia, ni a la enseñanza, ni a los mineros».

Valentina Giorgia. 57 años. Pensionista de Moscú. Cobra 10.000 pesetas, hasta ahora puntualmente. «Hago lo que puedo para ayudarles. Les lavo la ropa, les traigo comida. Estoy de acuerdo con ellos. Este Gobierno está destruyendo la economía rusa».

Mijaíl Aniusen. 50 años. Científico del Instituto de Investigación Bioquímica de Pushino. Gana 15.000 pesetas, y las percibe con regularidad, pero no le bastan. «Para sobrevivir, tengo que trabajar con una empresa alemana. Es indigno. El Gobierno debería financiar adecuadamente a la ciencia para que el país pudiera progresar. No queremos emigrar».

Anónima. Unos 55 años. Física. Trabajó 34 en un instituto de investigación atómica. No puede vivir con las 10.000 pesetas de pensión, aunque las cobra sin retrasos. «Este Gobierno no necesita construir campos de concentración, como Stalin. Ahora nos morimos de hambre en la calle».

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