Feria
Voy a la Feria del Libro. Ante sus cada vez más mastodónticas dimensiones, voy a tiro hecho. Busco la reciente reedición (pie de imprenta: octubre 97) de una novela de Thomas Bernhard. No es un escritor raro (en casa tengo 22 novelas suyas, dos textos de teatro, uno de poesía y dos volúmenes de estudios acerca de su obra). El año pasado por estas fechas, el libro que busco llevaba años agotado. A tiro hecho pues, directamente me dirijo a la caseta de su editorial. Primera sorpresa cuando me dicen que no, no lo hemos traído. Asombro cuando lo mismo escucho en las casetas de sus distribuidores, en sus tiendas asociadas... Y no lo encuentro.Regreso a casa perplejo: esas megalómanas dimensiones del recinto no abarcan más allá de lo publicado en los últimos meses. Ni siquiera en el último año. Y me pregunto: ¿qué es lo que en realidad se vende en la feria? Libros no, esto es seguro. Serán, en todo caso, novedades, mercancías, caretos, poses, tatuajes...
Sugiero, pues, ya que el libro parece ser cada vez menos importante (las novedades ya no son los libros), que el año próximo, aparte de las inevitables carpas de estilográficas, agencias de viajes, pizzerías, comercios de telas y bombones, se opte por levantar exclusivamente casetas de autor. No demasiadas, claro (cuestión de mercadotecnia): la caseta de Gala, de Armas Marcelo, de Delgado, de Vizcaíno Casas, de nuestros futbolistas y toreros, de cocineros y otros presentadores de televisión, y de tertulianos y asiduos a tómbolas y revistas del corazón. El efecto sería el mismo. No haría falta buscar a los autores por todo el Retiro, y podrían además cobrar por firma. Que siga llamándose Feria del Libro o del Morcón Ibérico sería (tal vez ya sea) lo de menos.-
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