Siete mujeres
EL PREMIO Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional ha recaído este año en siete mujeres, bien conocidas la mayoría de ellas por su lucha en defensa de los derechos, no sólo de su propio sexo, sino de la dignidad de todas las personas.Seis de ellas proceden de países del Tercer Mundo donde la situación de la mujer, de hecho pero a veces también de derecho, debería avergonzar al género humano. Son la argelina Fatiha Budiaf, la nigeriana Olayinka Koso-Thomas, la mozambiqueña Graça Machel, la guatemalteca -y Nobel de la Paz- Rigoberta Menchú, la afgana Fatana Ishaq Gailani y la camboyana Somaly Mam. La séptima es la italiana Emma Bonino, comisaria de la UE, cuya situación personal de privilegio respecto a las anteriores no le ha impedido ser una tenaz luchadora dentro y fuera de un continente donde también cuecen habas.
Lo asombroso es que en las postrimerías del milenio todavía tenga sentido testimonial otorgar premios por defender los derechos de la mitad de la humanidad. A quienes, legítimamente, les pudiera parecer objetable el aspecto decorativo y hasta de coartada, según los casos, de estos galardones, habría que recordarles que la realidad no consiente demasiadas soberbias. Los premios no resuelven una grave tara de civilización como ésta, que no es explicable con la socorrida teoría de que otras culturas tienen otra forma de ver las cosas. Si existe un eurocentrismo culpable que puede hacernos ver deformadamente realidades ajenas a nuestro contexto cultural, no es precisamente éste el caso. Es en Occidente donde se ha avanzado más, aunque en modo alguno se haya hecho ya todo el camino, para promover una equiparación real entre los sexos.
El jurado del premio estaba compuesto sólo por varones (entre ellos, los tres ex presidentes de la joven democracia española). El día en que ese u otros jurados, aquí y donde sea, estén formados indiferentemente por ciudadanos de uno y otro sexo, ya no hará falta recompensar a ninguna mujer por el hecho de serlo y tener que luchar por ello.
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