Sobre el progreso del conocimiento
Una cosa es una sinfonía imaginada en la mente del compositor; otra cosa es la sinfonía escrita en la partitura; y otra, la sinfonía sonando en la sala de conciertos. Una cosa es imaginar un edificio, otra dibujarlo, y otra construirlo. Imaginar, representar e interpretar. Son las tres fases de la creación ... donde crear es crear conocimiento (¿qué sino?).La imaginación produce objetos mentales. Pero para que éstos sean comunicables a otras mentes, hay que transformarlos en objetos reales. Es la representación. Y, en algunos casos, aún se recomienda una fase más, la tercera, la interpretación, que sirve para consumar la inserción del nuevo objeto, real y finito, en la realidad preexistente. El creador, el compositor o el arquitecto, aunque también interpreta, sobre todo imagina y representa. Y el intérprete, el violinista o el maestro de obras, aunque también crea y representa, sobre todo ejecuta.
Cada día hay menos excusas para que un genio de la imaginación se malogre por sus limitaciones técnicas en la representación. Hoy, las partituras suenan. El compositor imagina un acorde, lo escribe en el pentagrama y, tras pulsar una tecla, lo escucha interpretado por la orquesta que él decida inventar. ¡No más compositores sorprendidos (feliz o infelizmente) la noche misma del estreno! Cada nuevo matiz puede ser experimentado y rematizado. Los planos se liberan de la planitud que les dio el nombre. Uno puede pasearse por el dibujo de un edificio, entornar una ventana y probar cómo se refleja, en los muebles de madera de pino, la luz de una tarde de otoño. Todo progreso tiene sus riesgos y es bien cierto que las nuevas tecnologías, mal usadas, duermen la imaginación. Pero, ése es, al mismo tiempo, el síntoma inconfundible de un falso progreso creativo: es cuando uno se percata de que, en lugar de pensar más, está pensando menos.
La ciencia es una forma de conocimiento en la que imaginación, representación e interpretación se estimulan, se provocan, se insinúan, se acarician, se golpean, se corrigen, se refutan y se confirman mutua y continuamente. La ciencia, necesariamente, progresa. Para eso está.
La imaginación depende de la condición humana, por lo que es dudoso que el progreso del arte, si tal cosa existe, se deba al progreso de la imaginación. La representación, en cambio, depende del dominio de la materia y eso sí que galopa al son de los tiempos. El progreso del arte depende, en todo caso, del progreso de la representación. Y de la interpretación, en la que, por cierto, también participa el consumidor del conocimiento artístico. De ahí el concepto genio incomprendido, una idea que sólo se disuelve con el progreso de la audiencia. Por lo tanto: el arte, aunque no necesariamente, progresa. Nada en contra.
La religión es una forma de conocimiento en la que la imaginación se nutre de la revelación, por lo que la representación es, por sagrada, también intocable. El progreso de la religión tiene, en todo caso, el mismo estrecho margen que el margen de la interpretación (... donde, cuando este margen se anula, surge el fundamentalismo). Sin riesgo a exagerar: la religión, necesariamente, no progresa. Siempre podemos probar, eso sí, cambiar de religión. Y aquí tampoco pasa nada.
Cada una de las tres formas de conocimiento necesita algo del aliento de las otras dos. El fastidio empieza cuando alguien quiere gobernar un país en nombre de una divinidad, cuando una vanguardia del arte se explica en nombre de la ciencia, cuando la ciencia holgazanea con la investigación.
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