El librero que llegó hasta Moscú
Rubiños, el dueño de la librería más antigua de España, inició el comercio editorial con la URRS en pleno franquismo
"Yo la instruiré en las ciencias abstractas; le enseñaré la prosodia; haré que copie a ratos perdidos el Arte magna de Raimundo Lulio, y que recite de memoria todos los martes dos o tres hojas del Diccionario Rubiños". El párrafo es de la obra La comedia nueva, de Moratín, estrenada en Madrid hace justo dos siglos. El librero Antonio Rubiños, de 68 años, descubrió recientemente que sus antepasados se dedicaron al comercio de la palabra escrita mucho antes de 1860, fecha fundacional que aparece en el rótulo de su librería, la más antigua de España, ubicada en la calle de Alcalá. El diccionario que cita Moratín era una edición del Vocabulario Latino-Español de Nebrija, realizada en 1752 por Alonso Rubiños, quien consta en los archivos del gremio de libreros de la Hermandad de los Jerónimos.No es la única prueba de la actividad de esta antigua saga de madrileños dedicados al comercio de los libros en el siglo XVIII. En la Historia de las minas de Almadén, de Matilla, se menciona que Rubiños envió varios diccionarios de inglés, alemán y francés al superintendente de la explotación en 1779.
Han pasado más de dos siglos y el negocio sigue en manos de la familia, como si la vocación se hubiera colado en su código genético. Antonio, el actual propietario, que nació en la calle de Preciados -donde su abuelo tenía originariamente la librería-, se hizo cargo del establecimiento cuando murió su padre, hace 50 años. "Era una época muy triste. Estábamos en plena posguerra, se editaba poco y con muy mala calidad. La censura era implacable, la corrupción, endémica, y el contrabando de libros prohibidos estaba tan perseguido como el tráfico de drogas", relata el veterano librero. A pesar de la larga experiencia familiar, su bautismo al frente del establecimiento no pudo ser peor: le estafaron y el negocio estuvo a punto de hundirse. Su mujer, María Dolores Tejada, con la que se casó en 1954, se convirtió en su mejor ayudante, y entre los dos lograron sacarlo a flote. Poco a poco, ampliaron la vieja librería con los locales contiguos y las carboneras del edificio de la calle de Alcalá, hasta conseguir los 200 metros cuadrados que ocupa ahora. Su hija Dolores continúa la tradición y trabaja en la tienda junto a 15 empleados.
El gran acierto de Antonio fue establecer relaciones comerciales con la antigua Unión Soviética. En 1960, él y su mujer consiguieron un pasaporte para viajar a Rusia una sola vez. Fue el primero de un total de 37 viajes. A Antonio aún le impresiona la solemnidad con la que fue recibido en Moscú, donde se convirtió en el camarada Rubiños, montó 27 bibliotecas españolas y se hizo popular. "Los rusos se interesaban mucho por el idioma español como instrumento de penetración ideológica en Suramérica", apunta.
Cuando trajo las primeras publicaciones soviéticas a Madrid, tuvo que pedir protección policial, ante la amenaza de los grupos de ultraderecha que querían prender fuego a la "librería marxista". "Cuando ocurrió el golpe del 23-F, mi teléfono echaba humo de la cantidad de gente que llamaba para que les borrara de mi fichero de suscriptores. Muchos me aconsejaban que huyera o me escondiera".
Lo cierto es que no tenía ningún motivo para escapar. Nunca introdujo en España libros políticos, sólo títulos técnicos, sobre todo de matemáticas y física. También editó 16 revistas soviéticas en castellano, y llegó a tener 30.000 suscriptores. "La censura me echaba para atrás muchísimas obras. Y siempre me chocaban las razones que alegaban. Una vez prohibieron una pequeña enciclopedia científica por una frase que decía que la energía nuclear y el socialismo estaban cambiando la faz del mundo". Encima de la librería, Rubiños tiene abierta una exposición sobre libros, discos y vídeos rusos.
De las primeras ferias del libro de Madrid tras la guerra civil, que se celebraban en el paseo de Recoletos, recuerda que eran muy tranquilas. "No había tanta competencia ni las presiones salvajes de ahora. Era más fácil ser librero. Yo me sabía de memoria todo lo que se publicaba y los títulos que se vendían. Las ventas se incrementaron mucho cuando aparecieron los grandes best-seller como Lo que el viento se llevó o Doctor Zhivago".
Fue Rubiños quien introdujo la costumbre de llevar a su puesto a los autores para que firmaran libros. "Al principio, venían por amistad y con mucha timidez. Ahora es una tradición. Este año pasan más de cincuenta firmas importantes por mi caseta", presume. Antonio, que fue un lector empedernido, lleva 16 años sin coger un libro. Fue una de las secuelas que le dejó la muerte de su hijo, ocurrida en 1982. "Soy incapaz desde entonces de retener una sola línea", dice. Pero la tristeza no le ha quitado la ilusión de atender a sus clientes, para los que Rubiños es su librero de cabecera.
Su reto ha sido llevar libros a cualquier rincón del mundo. "En los años cincuenta tenía un cliente en una de las islas Galápagos, donde sólo llegaba un barco una vez al mes. Hoy, con la informática, puedo poner un libro en 24 horas en el lugar más recóndito de la Tierra". Antonio sabe como nadie de las obsesiones de los lectores, y revela que tiene clientes que sólo le piden libros relacionados con un único tema. "Un señor del pueblo toledano de Camarena se gasta todos los meses 15.000 pesetas, pero sólo me pide libros que tengan que ver con el Che Guevara. El hombre es de izquierdas y me escribe con bolígrafo rojo. A estos lectores les cuido muchísimo, y les guardo todo lo que pueda interesarles".
Una de sus clientes, que vive en Nueva York, quiere todo lo que se publique de corbatas, y a otro, también extranjero, tiene que enviarle cualquier publicación que hable de cuchillos y navajas. "En España la mayor obsesión es la guerra civil. Hay gente que se lee absolutamente todo lo que se publica sobre la contienda, de un signo o de otro", afirma.
Rubiños cree que Madrid es la ciudad de España en la que más se lee. "En esta edición de la Feria del Libro, los madrileños se interesan mucho por la biografía histórica, y compran sobre todo los premios literarios. ¡Hay tantos!". Echa de menos la presencia en la feria de los veinteañeros. "No tienen dinero, pero el libro es el ocio más económico", concluye.
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