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"Funes el memorioso"

Emilio Lamo de Espinosa

Puesto que todo modo de ver es un modo de no ver, tan malo es olvidarse del pasado (ya se sabe, quien lo olvida está condenado a repetirlo) como enfangarse en él. Pues no sabría decir quién es más compulsivo, si el que de puro olvido se ve obligado a hacer las mismas cosas una y otra vez o el que, afanado en recordar, jamás alcanza a ver la luz del presente. Funes el memorioso es mucho más que un cuento, como siempre ocurre con los de Borges; es una metáfora o alegoría del rememorador compulsivo. Para Funes, todo quedaba grabado con precisión milimétrica; cada gesto, cada brillo, cada matiz estaba ahí esperando a ser recobrado por su memoria prodigiosa. Recordar una hora podía llevarle un día y un mes era poco para recordar un día completo. El brillo de la realidad era tal que Funes se veía obligado a vivir a oscuras y retirado, pues era incapaz de soportar la intensidad de la vida ni el peso del presente. Pues bien, como a Funes, hay quien necesita un año para rememorar unos días gloriosos o incluso un siglo para reconstruir aquel instante del pasado en que fue algo.Sin embargo, y como decía Ranke, todos los tiempos de la humanidad están igualmente cerca de Dios. Incluso más, me atrevo a pensar que al menos el presente tiene la enorme virtud de que vive. Y los historicistas (no diré los historiadores) no pueden dejar de caer en el vicio que señalara Nietzsche primero y Benjamin después: construir la historia como el camino triunfal que conduce al presente, pues los amos eventuales son los herederos de todos aquéllos que vencieron con anterioridad.

Más bien debiéramos estudiar la historia justo como no se estudia: a partir de los contrafactuales, de lo que no ocurrió y pudo ocurrir. Hagamos la historia de cómo pudo evitarse la guerra civil, por ejemplo. O de cómo la transición democrática pudo hacerse veinte años antes. Pues, bien pensado, la historia sólo interesa como suma o compendio de todas aquellas cosas que hubieran podido evitarse.

Viene esto a cuento de que empiezo a estar ahíto de conmemoraciones y rememoraciones, de Cánovas, el 98 o la Restauración, para saltar a FelipeII y Lorca. Hace poco fue Guifré el Pilós. Quién sabe lo que será después. Fidel conmemora negativamente la colonización y recuerda a los viejos mártires. Otros piden revisar el franquismo o, por qué no, la guerra civil y la República. Ya no tenemos días en el año para las conmemoraciones que deseamos hacer, todas ellas, por supuesto, pasadas por el turmix telemediático del marketing cultural. Y, al igual que todos tenemos nuestros 15 minutos de popularidad, todo evento podrá disponer de sus 24 horas de rememoración.

Pero, cuando seamos juzgados -y de ello se encargarán nuestros hijos- no lo harán porque supimos reescribir el pasado, sino porque supimos controlar nuestro presente -que será, irremediablemente, su pasado- y encauzar su futuro -que será su presente-. Ellos nos recuerdan, a diario, que aferrarse al pasado es cosa de viejos o de acabados, lo que es casi lo mismo. Pues si conmemoramos ahora el 98 es porque ellos cerraron con siete llaves el sepulcro del Cid para mirar al futuro y ocuparse de la despensa y la escuela. Por eso, porque no tenían nada que conmemorar, sino un desastre, hicieron futuro. Nosotros, sin embargo, estamos tan satisfechos de lo conseguido, tan henchidos de transición ejemplar y de bienestar económico que, como nuevos ricos, sólo pretendemos rebuscar en los papeles familiares para poner en valor nuestros antepasados gloriosos. España ha avanzado estos últimos veinte años porque quiso olvidar su pasado y ponerse a trabajar. A este paso, dentro de otros veinte años tendremos una buena colección de títulos de hidalguía histórica, pero se nos habrá escapado la vida. La mejor conmemoración que podemos hacer del 98 -la única que ellos hubieran apreciado de veras- es ocuparnos del próximo 98, el del 2098. Aunque, bien mirado, nada debe asombrarnos. La principal enseñanza de la historia es que no nos enseña nada (Hegel dixit).

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