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FERIA DE SAN ISIDRO

Isidros por turistas

Estaban los turistas mientras los isidros habían desaparecido del mapa. Isidros por turistas: no vaya a creerse que se perdió nada en el cambio. Los turistas saben de la fiesta casi tan poco como los isidros con la notable diferencia de que, conscientes de sus limitaciones científicas, en vez de ponerse a aplaudir como locos, a increpar a los aficionados, a pegar voces exigiendo orejas, observan atentamente los lances de la lidia, intentan penetrar su busilis y mantienen una respetuosa actitud.Y, además, consultan folletos ilustrados donde se compendia lo fundamental de la fiesta. Y así consiguen saber que el de negro es el toro; al revés que los isidros que tienen dificultades para llegar a esa conclusión.

Vázquez / Macareno, Cid, Albán

Novillos de Alejandro Vázquez, (3º sobrero en sustitución de un inválido), los primeros tipo eral, resto presentables, inválidos, mansos y dóciles.Macareno: estocada perdiendo la muleta (palmas y pitos también cuando saluda); dos pinchazos y estocada corta atravesada trasera (palmas y protestas también cuando sale al tercio). El Cid: estocada caída (silencio); bajonazo (oreja con protestas). Guillermo Albán, de Ecuador, nuevo en esta plaza: estocada corta baja y rueda de peones (silencio); dos pinchazos -aviso-, pinchazo hondo y dos descabellos (algunas palmas). El peón Antonio Briceño sufrió puntazos y contusiones de pronóstico reservado Plaza de Las Ventas, 7 de junio. Media entrada.

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La terna y su espejo

Con turistas y sin isidros una corrida de toros en Las Ventas transcurre con absoluta normalidad. Ni siquiera los aficionados del tendido 7 arman la bronca. No les hace falta para nada. De la actitud de los aficionados del 7 y otros que hay diseminados por la plaza durante la isidrada convendría exponer una consideración.

Veteranos seguidores de la fiesta los comparan con la afición de los años 40 o 50 y resaltan que nunca era chillona. Juan Posada publicó un excelente artículo en este periódico donde comentaba que un simple susurro desaprobatorio de aquellos aficionados antiguos bastaba para estremecer al torero.

Olvidan, sin embargo, que el susurro y cualquier comentario alto de tono se podían oir perfectamente pues no estaba la plaza invadida por esa masa de isidros triunfalistas que sólo van a los toros por San Isidro y que en cuanto ven agitarse un capote ya está gritando olés, y aclaman con tremendo alboroto cuanto ocurra, y toro y toreo les importa un rábano, y si el toro se desploma o el torero destorea pues mejor, y piden las orejas a gritos y cuando se marchan, aún siguen aplaudiendo escaleras abajo.

Habían desaparecido del mapa los isidros, mas estarán hoy de vuelta, sólo por un día, para asistir a la última corrida del abono, que viene rodeada de gran expectación. Hay quinielas, se conciertan porras y mientras muchos discrepan acerca de los trofeos que cortará cada espada, las previsiones convergen respecto al resultado final: los tres por la puerta grande.

Y pasada la apoteosis, volverá a la normalidad: cada domingo toros, para los turistas y los cabales. Aquellos con la esperanza de enterarse; estos con la ilusión de ver un toro íntegro, un novel deseoso de ser torero o un diestro maduro dispuesto a recuperar el tiempo perdido. Y lidia en regla. Y la emoción propia de la fiesta del arte y del valor.

Esas esperanzas e ilusiones había en la función incrustada entre las corridas de abono y no resultaron fallidas del todo. Toros -quiere decirse reses bravas enterizas y encastadas- no había realmente, pues los novillos padecían invalidez, y si es cierto que su docilidad facilitaba las labores de los novileros, el espectáculo quedaba vacío de emociones.

Hubo una de las que nadie quiere: ocurrió cuando el cuarto novillo atrapó al peón Antonio Briceño en el momento de banderillear, lo revolcó y lo dejó con el traje hecho girones y tres costillas rotas. La plaza entera lo lamentó mucho, los turistas también.

No son cogidas lo que añoran los aficionados. Es el riesgo inherente al toro encastado, es la emoción estética del bien torear. De lo primero no hubo nada. De lo segundo, pasajes, rasgos, intuiciones. Pudo apreciarse que los novilleros ensayaban el toreo ortodoxo. Los tres veroniqueaban embraguetados y ganando terreno, cargaban la suerte, pugnaban por ligar los pases, se echaban sin dilación la muleta a la izquierda.

Destacó la finura de Macareno con el capote y si no le cogió el temple a su primer inválido en los naturales, al otro le sacó estupendas tandas de redondos.

El debutante Guillermo Albán desplegó cuanto sabía en faenas larguísimas, siempre planteadas desde la pureza del toreo, aunque le faltan recursos lidiadores.

El Cid porfió al sobrero, que devino inmóvil, y al quinto novillo le cuajó un muleteo muy torero, reunido y templado. Y si lo emborronó con un bajonazo el señor del palco no tuvo inconveniente en regalarle la oreja.

El señor del palco debió creer que seguía en la feria, rodeado de isidros.

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