Acortar distancias
EL BUEN funcionamiento y la tranquilidad de un país cuya Constitución requiere para determinadas decisiones el acuerdo parlamentario de los dos grandes partidos y en el que funciona la alternancia, exige que se recupere una cierta normalidad en las relaciones institucionales entre el presidente del Gobierno y el líder de la oposición. Así ocurrió durante los diez primeros años de la democracia, incluida la primera etapa de gobierno de Felipe González, con Fraga al frente de Alianza Popular. Desde 1989 parece haberse instalado el recelo permanente. Para restablecer una relación fluida, hoy entre Aznar y Almunia, parece necesario delimitar unas reglas elementales que no les impidan hablar y aun alcanzar acuerdos al tiempo que compiten políticamente.Ambos tienen sus razones, pero la desconfianza de Aznar hacia González cuando el PP estaba en la oposición debería haber dado paso a un cambio de actitud una vez instalado en La Moncloa. En diciembre pasado, el siempre tan matizado portavoz Rodríguez dijo algo así como que Almunia buscaba darse importancia fotografiándose con el presidente del Gobierno. Ahora, Almunia devuelve la moneda diciendo que irá según y cómo a la próxima entrevista.
El Gobierno y el primer partido de la oposición deberían poder consensuar aquellos asuntos que requieren de un acuerdo a resguardo de los cambios de mayoría. El presidente enumeró unos cuantos en su discurso sobre el estado de la nación: lucha antiterrorista, renovación de las instituciones, reforma de la mili y del servicio secreto, entre otros. Dirigentes de ambas formaciones añaden en privado el desarrollo autonómico. Almunia ha escrito a Aznar comunicándole que no acudirá a una nueva cita mientras no le responda a la propuesta sobre la reforma de la Justicia que le presentó en febrero; y que prefiere no incluir el asunto de la renovación del Tribunal Constitucional mientras el Gobierno no dé muestras de voluntad negociadora. Entre estos dimes y diretes, hace ya tres meses que venció el mandato de los cuatro magistrados que nombra el Senado. Más allá de su obsesión por marcar distancias, Aznar y Almunia están obligados a encontrar un terreno de intereses compartidos para resolver algunas cuestiones inaplazables.
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