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Entrevista:

"La patronal va a por mí porque soy un desclasado"

Miquel Alberola

Enrique Roig Vicepresidente quinto de Bancaixa Arquitecto scarpiano y promotor, construye y proyecta alrededor de 5.000 viviendas al año. Sin embargo ha saltado a los papeles por haberle vendido un piso a Eduardo Zaplana.

Pregunta. ¿Quién es Enrique Roig? Respuesta. Una persona que comenzó de muy abajo. Nací en Xirivella, hijo de un emigrante catalán y de una valenciana de la huerta. Mi padre tiene una cristalería que le va un poquito bien y me da estudios, y cuando termino el bachillerato mi profesor de matemáticas y de física habla con mi padre para que estudie una carrera. Mi padre quería que llevara su empresa, pero a mí me gustaba la arquitectura. Sobre todo la física: tengo casi terminada la carrera de físicas, y cuando en Valencia se pudo estudiar arquitectura, estudié con la benevolencia de mi padre. Estuve durante cinco años estudiando todas las noches y trabajando durante el día, y cuando terminé cuarto me hicieron profesor auxiliar en la Escuela de Arquitectura. P. Tengo entendido que ganó mucho dinero dando clases. R. Yo no había hecho más que estudiar y quería ganar dinero. Daba tres horas de física y química en el Instituto de Torrente a 250 pesetas la hora del año 72, y entre lo que me pagaba la Escuela de Arquitectura y las clases particulares que impartía me sacaba unas 250.000 pesetas al mes. Creía que era el más rico del mundo. Luego terminé la carrera de arquitectura pero soy un físico frustrado. Quería ser físico nuclear, y si algo me reprocho es no haber seguido en la enseñanza. P. ¿Cómo se desvió? R. Monté un despacho en la avenida del Cid, desde donde rompí muchos Seat 600 para poder hacer un chalé. Fui arquitecto municipal de varios pueblos hasta el año 75: Pobla de Farnals, Requena, Aras de Alpuente... Hasta que decidí hacerme también promotor. P. ¿Por qué? R. Para poder ser arquitecto, porque eso me permite hacer los edificios como yo quiero. La arquitectura siempre necesita un señor que la pague. El promotor es un empresario, y cuando un arquitecto le habla de teorías, es muy difícil que le entienda. P. No es habitual en Valencia que una misma persona proyecte y construya. R. Mi gran maestro fue el italiano Carlo Scarpa, que fue promotor y arquitecto para hacer lo que él quería. Es un hombre desconocido en los ambientes cultos de la ciudad, porque la gente no estudia. P. ¿De dónde le viene esta pasión por la arquitectura? R. Siempre quise ser arquitecto por una concepción clásica. La arquitectura era una disciplina de las escuelas de Bellas Artes, emparentada con la pintura y la escultura. No se entendía la arquitectura como politécnica, que es un defecto tremendo. Me interesa la arquitectura porque me interesa la pintura. Soy un enamorado del arte y de la arquitectura, con mente matemática. P. El Renacimiento. R. Evidentemente. Soy un hombre renacentista. Para mí es más importante el Renacimiento que la Revolución Francesa. El hombre rompe con la imagen del dios castigador y es hombre de verdad: mira por él, por la condición humana. P. ¿Fue duro hacerse un hueco viniendo de abajo? R. Los arquitectos de Valencia no admitieron que un desclasado empezara a trabajar y le saliera bien. Me acusaron de hacer descuentos, y en cambio soy de los que más cobra y el que más trabaja en la Comunidad Valenciana. Ahora, pese a ser de Xirivella y ser un desclasado ya he conseguido credibilidad. P. ¿Qué aporta usted a la arquitectura en Valencia? R. Parto de la base de que nuestro clima nos permite ser lo que somos, y en consecuencia hago una arquitectura de espacios abiertos donde la gente pueda ver amanecer y pueda cenar a la fresca, como en mi pueblo. Pero para hacer lo que yo creo he tenido que hacerme constructor. Ahora llevo diez promociones, pero me puedo permitir hacer una muy de Scarpa cuya fachada, con un ritmo muy musical en las ventanas, me ha costado de concebir tres meses. He contratado la fachada con Escofet, como hacía Gaudí y he creado un equipo pluridisciplinar con Uiso Alemany, como pintor, y Ramón de Soto, como escultor, dentro de este sentido de que la arquitectura no se puede entender sino es dentro de las bellas artes. Es una apuesta muy fuerte. P. ¿Cómo conceptúa la obra de Santiago Calatrava y Norman Foster, los principales arquitectos de la Valencia contemporánea? R. Santiago Calatrava es un gran técnico que termina su formación en Zúrich y se casa con la hija del director de la Politécnica de Zúrich. Santiago, que es muy inteligente, tiene acceso a la obra de un arquitecto fascista que se refugia en Zúrich, que es Pier Luigi Nervi, que lleva el hormigón a las consecuencias del arte. Calatrava interpreta y copia a Nervi. Su obra es una idolatría a las láminas de hormigón. Lo malo de Calatrava es que no sale de eso: se repite continuamente imitando a Nervi hasta calcarlo, pero le queda bonito. Y Foster adora la estructura metálica para apabullar al hombre. La escala de Foster nunca es humana: acojona. Ofende a la calidad y a la visión de lo humano. Como escultor del espacio es bueno, pero nunca jamás piensa en el hombre. Es un artista que desprecia a la humanidad. Es peor que Calatrava. P. Es cierto que de joven perteneció al Frente Revolucionario Antifascista Patriótico (FRAP)? R. A mucha honra. Estoy orgulloso de aquella época y en las mismas circunstancias lo volvería a hacer. P. ¿Cómo se pasa del FRAP a la vicepresidencia quinta de Bancaixa? R. Son 30 años. Este país necesitaba un cambio porque no se podía ni leer libros, y cualquier persona decente y racional no tenía más solución que estar en aquella opción. La elegí libremente porque en aquel momento era muy importante ganar libertad. Si determinadas personas no hubiésemos estado allí, ahora las cosas no serían como son. Y básicamente no he roto con mi pensamiento: todavía creo en una sociedad más compensada. P. Usted estaba dispuesto a poner dinero para crear Convergència Valenciana. R. Evidentemente. Soy nacionalista, pero no de un nacionalismo que conduce a Bosnia sino de un nacionalismo de concertación. De una fuerza no exclusivista, pero que defienda lo nuestro. Y sobre todo cultural y moralmente. Es hora de dejarnos de confrontaciones como la de la lengua, que yo creo que es la misma, y trabajar por espacios comunes. Voto a Unión Valenciana (UV) y creo que un día de ahí saldrá una Convergència. P. ¿No es una contradicción pensar que valenciano y catalán son la misma lengua y votar UV? R. No, y cuando haya una Convergència eso estará resuelto. La verdad siempre se impone: ni Grisolía ni su tía. P. ¿Cómo llegó a Bancaixa? R. Por UV, y con el visto bueno de Zaplana, que es amigo mío. Es una persona a la que quiero, respeto y admiro. Y sobre todo desde que vive en el piso de arriba de mi casa, porque en los edificios se oye al vecindario y sé que trabaja más horas que yo. Es un animal político de mucha categoría, lo único que lamento es que no sienta el valencianismo como lo siento yo. Y estoy en Bancaixa básicamente porque no estoy de acuerdo en que la obra social sea comprar sorollas, sino traer agua a Castellón o para invertir en las pymes o gestionar suelo. Ya que es una entidad totalmente politizada no tiene sentido que compre más arte, y quiero luchar por eso. P. Se ha escrito que entró en Bancaixa en virtud a un regalo que le hizo a Zaplana: un reloj Hublot. R. ¿A usted qué le parece? Eso no es cierto. Si todo lo que yo he luchado en la vida se tiene que valorar por un reloj, estamos apañados. Quien mantiene eso no se ha molestado en conocerme. Soy un loco de los relojes, es cierto. Y he regalado muchos porque durante cinco años de estudiante de arquitectura mi gran compañero de noche fue un reloj. Puede ser una deformación, pero no es ninguna ofensa. La ofensa es que alguien piense que me debo a un reloj. P. ¿Pero se lo regaló o no? R. No señor. Él se compró un Hublot, como yo lo tengo, que es un modelo que no se vende en España. Pero si se lo hubiese regalado me daría igual. Me parece una falacia. Entonces, si le regalara tres, ¿qué sería, presidente? P. Zaplana vive en un piso que fue suyo. ¿Se lo vendió o se lo regaló? R. Eso es tan fácil como ir al registro de la propiedad y a Bancaixa. Yo compré un piso para mi hija porque mi mujer quería que viviese encima de nosostros, pero mi hija, con muy buen criterio, me dijo que no quería vivir tan cerca de nosotros. Y un día vino Zaplana a mi casa, porque él vivía en un piso de María Consuelo Reyna del mismo edificio, y me comentó que quería comprar un piso allí. Entonces le dije que le vendía el de mi hija, que me había costado 70 millones, por ese mismo precio porque me parece reprobable sacar beneficio de un amigo. Esta es la historia. Pensar otra cosa es hacerse pajas mentales. Y luego le hice las reformas, claro, y no le cobré los beneficios porque yo gano dinero con quien quiero. Esto lo he hecho con otra gente, pero como soy un atípico y un desclasado la patronal va a por mí. En esta ciudad hay muy mala leche y yo he irrumpido en un ambiente donde era desconocido. No iba a aplaudirme esta tropa.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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