Mucha agua
Llovió mucho. Llovió demasiado para lo que el ser humano puede soportar sin tener que mandar luego el traje al tinte. Un servidor, con la mitad habría tenido bastante. Incluso con un cuarto. Y los toreros muy cómodos tampoco deberían estar dentro de ese terno empapado que ya de suyo pesa un quintal; y, encima, tener que habérselas con los toros.Qué toros ya era distinta cuestión. Lo de toros es un decir. En lugar de caer la que cayó llega a lucir el sol, y allí se arma, por la condición de los toros y por muchas cosas más.
La tarde no estaba de análisis. La tarde, en realidad, no estaba para nada salvo para guarecerse donde lo calentito y lo enjuto, mejor si servían café copa y puro. Dios quiso que fuera así. A Dios, por lo que se viene barruntando, la fiesta le sale de ojo y la manda intempestivos meteoros. He aquí una prueba: antes de empezar hacía sol, y en cuanto saltó el primer toro a la arena cayó el diluvio.
Bayones / Caballero, Rivera, Tomás Toros de Los Bayones (dos rechazados en el reconocimiento, uno devuelto por inválido), de escasa presencia, flojos, poca casta; 5º, grande, manso integral
De Juan José González, 1º, sobrero, chico y noble; 4º, boyante y 6º aborregado, ambos de discreta presencia. Manuel Caballero: estocada trasera (ovación y salida al tercio); estocada corta tendida caída (ovación y salida al tercio). Rivera Ordóñez: cinco pinchazos, estocada baja - aviso - y dos descabellos (silencio); once pinchazos - aviso - y descabello (silencio). José Tomás: tres pinchazos y estocada (silencio); estocada (oreja). Plaza de Las Ventas, 15 de mayo, 10ª corrida de abono. Lleno.
Hubo un revoloteo de paraguas, gabardinas y plásticos multicolores, el gentío se tapó como pudo y continuó el espectáculo. La afición experimentada y meteorológica tenía buenos augurios y se los comunicaba al personal para tranquilizarlo: «Sólo es una nube: en dos horitas de nada, escampa«. Se quedaron cortos. La corrida duró dos horas y media, y no paró de llover, a veces copiosamente, a veces en tromba.
Dios, que al fin y al cabo es bueno, compensó de sus sufrimientos al público orejista y en el último minuto le permitió ver una orejita. La orejita se la dieron a José Tomás, seguramente con estricta justicia, pues cobró una estupenda estocada marcando los tiempos. Antiguamente en los mentideros taurinos se solía decir que una buena estocada vale una oreja, y esta opinión acabó elevada a la categoría de axioma. Modernamente, en cambio, la estocada marcando los tiempos carece de importancia, los públicos la minusvaloran, y por eso ovacionan los pinchazos y dan orejas por auténticos sartenazos.
Es el toreo de muleta lo que se aprecia modernamente, con mayor convencimiento si está construído de abundantes pases y dura una eternidad. Precisamente este fue el toreo que desplegó José Tomás, siempre reposado, siempre valeroso, porfiando las renuentes embestidas del borrego, igual a derechas que a izquierdas. Y cuando se acercaba hasta colocarse a un palmo de los pitones producía en el público una explosión de entusiasmo.
Y llovía, tiene mérito.
Hay otra forma de verlo: probablemente porque llovía, la afición alerta, la que analiza y exige, permanecía en silencio. Pues en tardes de sol y moscas, un borrego flojucho y adormilado de la índole del que toreó José Tomás no lo hubiese admitido de ninguna de las maneras; y le habría reprochado las destemplazas de bastantes de los pases en los que el toro tropezaba la muleta; y en los arrimos a los pitones alguna voz se habría llegado a oir señalando que eso es ahogar las embestidas. Las destemplanzas, los picos de las muletas y otras modalidades del destoreo que la afición madrileña suele denostar tenían franquía; aunque según para quién. Manuel Caballero hizo dos faenas larguísimas y voluntariosas cuajadas de aquellos alivios y se las jalearon con calor. La de José Tomás al anovillado tercero, farragosa y destemplada, no tuvo ninguna manifestación en contra.
La faena de Rivera Ordóñez al segundo de la tarde, por el contrario, transcurrió bajo una permanente censura. Ni la lluvia apaciguadora, ni siquiera la voltereta que se llevó Rivera al hacer un quite, valieron de lenitivo. Toreaba fuera de cacho, metía el pico, es cierto. Pero no era el único.
El quinto resultó manso integral, galopaba huidizo, y en estas que Rivera sacó coraje, lo fijó y le enjaretó unas emocionantes verónicas. Con la muleta intentó los dos pases consabidos, que el manso no tomó, y entró a matar. Es un decir. Más bien salía. Echándose fuera tiró once pinchazos, lo que casi constituye un récord. El primer toro, que estaba inválido, lo devolvieron al corral. La mayoría de los siguientes toros -chicos, flojos, aborregados- también debieron seguir el mismo camino mas la manta de agua que caía desaconsejaba proponerlo. El caso era resistir como se pudiera el aguacero, acabar con bien. Y con bien acabó: hubo una oreja. Peluda y mojada pero oreja al fin.
Babelia
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