Ellos
Los partidos políticos democráticos se dirigen a toda la población; un océano donde nadan todos los ciudadanos. Aunque los partidos de derechas procuran favorecer a los ricos y los de izquierdas a los pobres, ricos y pobres figuran en ambos programas y a veces los pobres eligen a las derechas y los ricos a las izquierdas. Pero los partidos nacionalistas van en dirección contraria; ellos sólo quieren favorecer a una selecta parte de la población: «los suyos». En sus programas nunca aparecen «los otros». Y son los mismos partidos nacionalistas los que dictan quién es de los suyos y quién de los otros. Así que, en lugar de integrar, disgregan; en lugar de unir esfuerzos, los dividen, y en lugar de repartir beneficios, los concentran entre los suyos.Semejante comportamiento induce esa antipatía que tanto irrita a algún nacionalista. Los excluidos del programa nacionalista, es decir, los que carecen de sentimiento nacionalista (y dado que aún no existe la Viagra Nacional), se sienten expulsados de su propia sociedad. Y no pueden tener la menor simpatía hacia unos políticos que sólo se dirigen a ellos para calificarlos de «extranjeros», «malos patriotas» o «traidores». Por eso, mal que le pese a Narcís Serra, es de sentido común que muchos ciudadanos del País Vasco crean que unos nacionalistas asesinan y otros nacionalistas negocian con los asesinos para exclusivo beneficio de los nacionalistas.
¿Se puede concebir un nacionalismo integrador, solidario, capaz de cohesionar el explosivo híbrido urbano del siglo XXI sin generar violencia? Está por ver. ¿Será ése el programa de Maragall para Cataluña? ¿O el de Borrell para España? Convendría saberlo pronto, porque el de Aznar y su socio Arzalluz ya se ha visto a dónde conduce.
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