Treinta mayos despuésJOAN SUBIRATS
Una de las muchas frases que hicieron fortuna hace 30 años fue la de "métro-boulot-dodo", utilizada como expresión del rechazo a una sociedad que avanzaba ciegamente en unas formas de vida sin sentido. Ir al trabajo, currar y cambiar pañales era la fórmula sintética que condensaba una sociedad con mayor capacidad de consumo, pero sin alma, que los jóvenes rebeldes rechazaban como futuro. Los jóvenes franceses primero y los de los demás países se quitaron de encima su "aburrimiento", y manifestaron una insospechada voluntad de cambio, provocando una crisis cultural y política sin precedentes en una Europa que había visto doblar su riqueza en menos de 20 años. Geismar, Sauvageot o Cohn-Bendit, con menos de 25 años a cuestas, acaudillaron ese gran desmadre que desencorbató y pantaloneó para siempre a universitarios y universitarias. El 11 de mayo de 1968, Le Monde entrevistaba a Herbert Marcuse, quien junto con Marx y Mao formaba parte de las tres M que para algunos eran el símbolo ideológico del movimiento estudiantil. Preguntado por su punto de vista sobre las razones que impulsaban la contestación estudiantil en las calles de París, Marcuse afirmaba: "Quieren una forma de existencia enteramente diferente. Rechazan una vida que sólo acaba siendo una guerra por la supervivencia, rechazan entrar en el establishment porque piensan que ello ya no es necesario. Creen que toda su vida se verá condicionada por las exigencias de la sociedad industrial y por los intereses de las grandes empresas, de los militares y de los políticos". El periodista acababa diciendo: "Desde todos los rincones del país se pide la palabra, se exige participación". Con 30 tacos más a cuestas, ¿qué nos queda de todo aquello? Uno de los muchos eslóganes de aquel entonces era: "La humanidad sólo será verdaderamente feliz el día que el último burócrata sea colgado con las tripas del último capitalista". Ni burócratas ni capitalistas lo han pasado tan mal en estos años. Políticamente, el movimiento de mayo tuvo una salida más bien estéril. La falta de alternativas socialmente atendibles a la gran coalición ideológica de la posguerra, socialdemócratas-democristianos, condujo a los sectores más activos del movimiento hacia posiciones izquierdistas, marxistas leninistas, con ribetes de acción violenta contra el Estado en ciertos países. Mucho más potente y decisivo ha sido el cambio cultural producido. Lo que parecía quedar casi decisivamente tocado era la carcundia, la expresión de una sociedad momificada. En estos días tenemos en España nuevos flashes de lo que parecía enterrado. Mocasines con borlas y bigotes a juego, peinados de alucine en las ministras de la mitad del ambiente que nos queda, o televisión con look marianomedina o vamosalacama. También la familia quedó terriblemente afectada con la oleada contestataria. Desacralización, negociación, redistribución de papeles y más libertad en los vínculos son cambios en la familia difícilmente discutibles y que en buena parte son atribuibles a las sacudidas de por aquel entonces. También en el trabajo, la jerarquía se ha ido convirtiendo en menos útil, mientras que se ha ido poniendo el énfasis en el diálogo, la creatividad o la comunicación. Curiosamente, la Universidad, que es de donde partió todo el cisco, es quizá donde las aguas parecen haber vuelto excesivamente a su cauce. La nueva situación del mercado de trabajo ha obligado a cada quien a apretar sus tuercas para buscar una salida profesional, y ha reducido a la mínima expresión aquel entorno de debate de ideas, de libertad de palabra, de exceso de radicalidad y de escasez de estudio que durante años fueron las aulas y, sobre todo, los pasillos de las facultades universitarias. Se acaba de publicar en Francia un libro-entrevista a Daniel Cohn-Bendit en el que el concejal de Francfort y europarlamentario por los Verdes reconoce que el movimiento de mayo partió de una concepción de la política entendida como actividad permanente que era inasumible para la mayoría, y él mismo reconoce actualmente que no todo es política, que la vida tiene otras dimensiones. Pero a pesar de ello, como el mismo Danny el rojo recoge, aquí y allá aparecen ensayos y artículos que, en diversas lenguas, desde diferentes países y desde planteamientos metodológicos distintos, nos hablan de un retorno del compromiso político, de un retorno de la rebeldía, de la contestación, de una nueva búsqueda de aquel entusiasmo contagioso. La izquierda pragmática y realista ha ido perdiendo plumas en cada compromiso electoral no cumplido, en cada justificación de errores razonada desde la lógica del poder. Los electores, simpatizantes o militantes, parece que sólo puedan esperar nuevas renuncias, nuevas decepciones. Si no se opta por un antiparlamentarismo estéril, como el que algunos practicamos años atrás, hemos de confiar en encontrar nuevas relaciones entre política y sociedad: más control, menos delegación, más democracia directa, menos concentración de poder. Más control para evitar nuevas renuncias y compromisos inexplicables. Ello exige generar más espacios para el diálogo, más explicitaciones en los compromisos electorales. Cuanto más se manifieste la voluntad de los ciudadanos, cuanto más intervengan, menos serán posibles los renuncios. La política es compromiso, y ello exige negociar entre fuerzas políticas y sociales contradictorias, pero ¿tiene ello que hacerse a espaldas de los electores y militantes"?, ¿hemos de partir de la hipótesis de que son incapaces de entender las razones del compromiso? La persistencia en considerar a los ciudadanos menores de edad ha conducido a mucha gente a dejar o a no acercarse a las formaciones políticas tradicionales para invertir tiempo y esfuerzos en otros campos de acción. El compromiso asociativo se torna más concreto, más directo, y se buscan efectos inmediatos y controlables. Luchar por mantener la calidad de vida del barrio o pueblo, evitar la especulación o la degradación ambiental, ejercer la solidaridad sin fronteras allí donde todo está más claro, o realizar una película, parecen usos del tiempo más útiles que la militancia política directa. Estos modos alternativos de hacer política, de comprometerse, harán cambiar las prácticas políticas tradicionales. Ver un filme de Ken Loach, contemplar las fotos de Salgado evocando una revuelta de campesinos del noreste brasileño, o escuchar o leer a Rigoberta Menchu, son signos de existencia y de resistencia, públicos o privados, de salvar la política, dándole una dimensión viva, sensible, devolviéndole un entusiasmo que la tecnología del poder le ha retirado. La oleada de las primarias, los acontecimientos de estos días, expresan estas y otras cosas. No todas coherentes ni interpretables con esquemas unidireccionales. Pero sí muestran una voluntad de recordar que existe una izquierda social que pide la palabra. No nos basta esa práctica política que discurre entre las decisiones de unos tecnócratas bienintencionados y una opinión pública encuestada con regularidad. Un nuevo compromiso político, un nuevo anticonformismo, que mantenga el equilibrio entre lo íntimo y lo público, puede surgir. 30 mayos después, sin nostalgia.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.