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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Inmovilismo perpetuo

¿QUÉ HACER para que Netanyahu ceda algo y permita que vuelva a arrancar el proceso de paz tras 14 meses de inmovilismo? Estados Unidos, el país más poderoso de la Tierra y el aliado más estrecho de Israel, no ha conseguido nada; los europeos, menos, y EE UU y la UE juntos, tampoco, como ha quedado claro después de los dos días de cumbre paralela en Londres. Netanyahu no llegó a verse con Arafat; de hecho, no se han reunido desde octubre. Sin embargo, ninguno de los protagonistas de esa reunión se ha atrevido a confesar abiertamente el fracaso, sino que han utilizado eufemismos como «avances condicionales» que podrían concretarse en nuevas reuniones la semana próxima en Washington. El primer ministro británico, Tony Blair, que ha tenido poco éxito en sus mediaciones esta semana, aseguró que se entraba en el «último capítulo» del proceso de paz entre israelíes y palestinos, un expresión misteriosa que puede tener algo de verdad.Porque antes del último capítulo debía llegar el penúltimo. Es decir, que, según el proceso diseñado en Oslo y Washington, Israel debía retirarse de los territorios ocupados, antes de abordar el estatuto final de Palestina. Ahora, con el apoyo de EE UU, pretende cerrar las dos cosas a la vez, lo cual le permitiría ceder en algunos elementos de estatalidad para los palestinos, a cambio de una retirada limitada de los territorios ocupados en Cisjordania. De éstos, Israel sólo quiere ceder entre el 9% y el 11% suplementario, mientras Washington le empuja a llegar a un 13,1%. Los porcentajes, evidentemente, cuentan, pero tanto o más importante resulta que Palestina, si aspira a convertirse en un Estado -y no puede ser de otra manera-, logre una cierta continuidad territorial y no se convierta en una multiplicidad de terrenos separados unos de otros, como parece ofrecer el actual Gobierno israelí.

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Desesperado por mantener la esperanza entre los suyos y preservar su propia autoridad, Arafat se aferra a la oferta americana como a un clavo ardiendo. Tiene, además, serios problemas internos, reflejo de los cuales ha sido la dimisión del fiscal general de la Autoridad Nacional Palestina, que no creía tener autonomía suficiente para garantizar la independencia del poder judicial.

Por su parte, Netanyahu, con la excusa de buscar la seguridad de Israel, no ofrece signo alguno de flexibilidad. Su acercamiento al pequeño partido Modelet, que defiende los intereses de los colonos, y su dependencia de otras formaciones archiconservadoras y extremistas que no están dispuestas a ceder un ápice de tierra apunta en la dirección opuesta. Por ello, aunque nada es imposible y Netanyahu va a consultar con su Gobierno antes de acudir a Washington, no resulta fácil que alcance una posición aceptable para los palestinos antes de las próximas elecciones israelíes. En todo caso, la cita electoral aparece en el horizonte del año 2000, a menos que la mayoría parlamentaria sea insostenible como resultado de la creciente fragmentación del partido gubernamental Likud, que esta semana ha visto cómo su alcalde de Tel Aviv anunciaba la creación de un grupo centrista que se presenta como una «tercera vía» entre conservadores y laboristas.

La secretaria de Estado norteamericana, Madeleine Albright, consideró ayer que, si no se consigue algún avance en Washington, EE UU tendrá que reconsiderar toda su aproximación al proceso de paz. Algo así es, justamente, lo que desde hace tiempo ha buscado Netanyahu: volver a empezar. No para fijar un nuevo punto de partida, sino para lograr un nuevo punto de llegada.

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