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Llega a España la marcha mundial contra la explotación de 250 millones de niños

La ley protege al menor, pero subsiste la esclavitud

La Marcha Mundial contra la Explotación Laboral de la Infancia llega hoy a España por Valencia y Vigo. El 17 de enero partió un ramal desde Filipinas y luego se pusieron en movimiento los de África, América y Europa: todos convergerán el 1 de junio en Ginebra, en la Conferencia de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Hasta el 17 de mayo, la marcha visitará 22 ciudades españolas, con un mensaje claro: 250 millones de menores en el mundo trabajan en condiciones cercanas a la esclavitud, y hay que acabar con eso.

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Representantes de la marcha se entrevistan hoy con el presidente del Gobierno, José María Aznar. El día 10, los marchadores se concentrarán en la Puerta del Sol de Madrid, y el 12 serán recibidos por la Reina.«Necesitamos la globalización de la solidaridad y de la compasión», dice el indio Kailash Satyarthi, coordinador de la marcha y líder de una prestigiosa organización de rescate de niños explotados, la Coalición Surasiática contra la Esclavitud Infantil (SACCS), que la semana pasada participó en Madrid en unas jornadas sobre trabajo infantil organizadas por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, con intervención de Intermón, OIT, Unicef y 250 especialistas. «Sé que vamos a erradicar esta lacra, que sobre todo explota a niños en la manufactura de alfombras, tejidos, joyería y material deportivo, en especial zapatillas, balones y camisetas. Para ello necesitamos que los ciudadanos de Occidente sean responsables a la hora de consumir y exijan garantías de fabricación».

La batalla parece más fácil de ganar en la legislación que en las trincheras reales. «Hay que traducir el sueño en acción», dice Werner Blenk, director del programa de erradicación del trabajo infantil de la OIT, quien expresa su confianza de que en junio ese organismo elabore un nuevo convenio que proteja a los niños de toda forma de esclavitud laboral y de la prostitución y la explotación pornográfica.

«Las prioridades que establece el borrador del convenio», señala el español Eduardo Araújo, coordinador del mismo programa para Latinoamérica, «son atacar esas formas extremas, con acento especial en la protección de las niñas y en la responsabilidad de los Gobiernos en aportar los medios de fiscalización y penalización: que la esclavitud no pueda justificarse por la pobreza».

Para el indio Kailash, la explotación infantil en Asia va ligada al analfabetismo generalizado y al desconocimiento de las leyes. «Funcionarios y policías ignoran a menudo que la esclavitud es un delito», dice. «De ahí que el rescate siga siendo una tarea básica, pero a partir de ahí hay que exigir a los Gobiernos que apoyen a las ONG en la rehabilitación de los rescatados».

En África es donde la dura realidad ensombrece más el débil entramado legal. «Es irónico», dice el tanzano Alphonce Mutaboyerwa, del Centro para los Derechos de los Niños Kuleana, radicado en Mwanza. «Cuanto más se habla en África de trabajo infantil, más recortes hay en educación, según las directrices del Banco Mundial. Nuestros políticos besan niños, pero no les proporcionan futuro alguno. El 37% del presupuesto de Tanzania, por ejemplo, se va en pagar la deuda externa: es decir, cuatro veces más que en educación. Y, si tuviéramos escuelas supermodernas, ¿habría garantías de que el maestro no golpee a los alumnos?».

Mutaboyerwa insiste en que la clave está en escuchar la voz de los niños y de los padres: «De nada vale que impidamos que los menores trabajen en las minas si acaban teniendo que prostituirse. Es preferible mejorar las condiciones laborales. Los padres se ven forzados a seleccionar a uno de sus hijos para que estudie, pero a sabiendas de que a los demás se les condena. Y en Tanzania menos de la mitad de los escolares terminan los estudios, porque sus familias les necesitan laboralmente. Hay que considerar a los niños como socios del adulto: necesitan respeto y poder. El trabajo infantil no puede aislarse de la realidad».

«De los 250 millones de trabajadores infantiles, al menos 150 están en condiciones de esclavitud», dice Ignasi Carreras, presidente de Intermón. «Cuando ves eso a finales del siglo XX, sabes que es inadmisible y buscas soluciones. El impulso decisivo vendrá, como en las minas antipersonales, cuya erradicación también nos decían que era utopía, de una opinión pública que exija a los Gobiernos ser eficaces contra esta injusticia».

En España hay una grave carencia de datos fidedignos y autorizados sobre el trabajo infantil. «Pueden ser unos 400.000 los menores que trabajan en España», dijo el pasado miércoles Amalia Gómez, secretaria para Asuntos Sociales del Ministerio de Trabajo. «Ello tiene repercusiones sobre la escolaridad y la educación».

La única cifra oficial data de 1990: en un encuentro celebrado en Brasil, la Subdirección General de Planificación y Coordinación del Ministerio de Trabajo habló de 285.000 niños españoles de entre 12 y 15 años. La Oficina de Estadísticas de la UE (Eurostat) dio en 1989 la cifra de 560.000 trabajadores de entre 15 y 18 años.

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