Humilde pero impreciso
El pasado día 24 de abril se publicó en esta sección una carta de un español llamado Fernando Bermúdez, quien, sin decirlo claramente, deja entender que lleva 20 años realizando trabajos de misionero en Chiapas. Añade que es humilde. Y todo ello le faculta para acusarnos a mí y a «un francés llamado Bertrand de la Grange» de arrogancia en nuestros juicios sobre la situación de este Estado mexicano.Humilde puede que sea el señor Bermúdez, pero preciso, desde luego, no. Como todavía nuestra fama no ha alcanzado rango planetario, detallaré (porque el remitente no lo hace) nuestra identidad: yo soy redactora de EL PAÍS y he trabajado en la corresponsalía de este periódico en México desde 1994; De la Grange es corresponsal del diario Le Monde y cubre esta zona desde hace 20 años.
El motivo del ataque (que el señor Bermúdez tampoco explica) es, simple y llanamente, la publicación, en México, de un libro sobre el conflicto de Chiapas que hemos escrito el periodista francés y yo. Se titula Marcos, la genial impostura, y la próxima semana sale en España. En él se presenta una perspectiva crítica del conflicto de Chiapas y de sus protagonistas (incluidos la Iglesia y los propios medios de comunicación). Al señor Bermúdez le molesta esta visión desmitificadora. Está en su derecho.
Lo que llama la atención en su carta es que, desde esa «humildad» suya más que sospechosa (la humildad se practica, no se proclama), nos regaña y nos dice que nadie, «ni periodistas, ni políticos, ni delegaciones solidarias» podrán nunca entender lo que pasa en Chiapas... Sólo los curas y los agentes de pastoral. La gente como él, que convive a diario con los indios. Y ahí sí querría hacer un par de observaciones:
1. En primer lugar, el señor Bermúdez peca de nuevo de imprecisión calculada, porque data su carta en San Cristóbal de las Casas pero no vive ni trabaja allí, sino en Guatemala. El hecho de que durante los años ochenta acompañara a los refugiados guatemaltecos asentados en la zona de Comitán (Chiapas) le honra, pero no le confiere el estatuto de «experto infalible» en la problemática zapatista, puesto que son dos situaciones totalmente distintas. Por eso resulta desconcertante, por decir lo menos, que pretenda erigirse en censor del trabajo ajeno.
2. Resulta ya una obviedad, a estas alturas, recordar que la Iglesia no está por encima del bien y del mal. Que la defensa de la justicia no es patrimonio de los clérigos, y que en ocasiones agendas políticas y religiosas pueden llegar a confundirse. Un vistazo al siglo que termina es más que ilustrativo. Que, si todo fuera tan sencillo como lo cuenta el señor Bermúdez, entonces no habría que estar hablando de las rivalidades religiosas (que constituyen uno de los flancos más sangrantes de Chiapas), o de la pérdida de influencia de la Iglesia católica (la población protestante ha crecido de manera espectacular en los últimos años), o del resentimiento de algunas comunidades indígenas contra el obispo Samuel Ruiz.
En fin, el complejísimo conflicto de Chiapas ha resucitado todos los dogmas y las intolerancias. Y los pequeños inquisidores brotan por doquier, curiosamente más en Europa que en México. Bailan de nuevo los mitos del buen salvaje y del buen revolucionario. América Latina, otra vez, en blanco y negro.
Pero tracemos la línea. El señor Bermúdez dice que ellos tienen el plan de Dios en sus manos. Me parece magnífico. Nosotros tenemos los pies en la tierra y nos limitamos a practicar lo que un colega llama «periodismo laico». Y es que, creo, todavía no es obligatorio rendir pleitesía a los redentores.-
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