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Tribuna
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Eurometamorfosis financiera

Emilio Ontiveros

De las implicaciones que tendrá para la economía española la participación en el área euro en primera convocatoria, alguna de las más favorables ha quedado ya explícita, a modo de anticipo remunerador de esa cumplida convergencia. El descenso registrado en los tipos de interés en todos sus tramos temporales es el más evidente.Al igual que ha ocurrido en otros países inicialmente considerados periféricos, ese importante ahorro en costes financieros, además de contribuir de forma significativa a la reducción del déficit público, ha posibilitado la recuperación de las decisiones de gasto del resto de los agentes no financieros, alimentando ese círculo relativamente virtuoso en el que están inmersas las economías que integrarán la fase final de la unión monetaria.

Existen razones para anticipar que en el seno del área euro el precio del dinero no será, al menos en los primeros años y en ausencia de perturbaciones excepcionales, superior al que hoy disfrutamos en España. La fundamental radica en que no se prevén tensiones inflacionistas muy superiores a las actuales, susceptibles de obligar al Banco Central Europeo a rápidas y pronunciadas elevaciones de su tipo oficial sobre el que se prevé que rija a partir del inicio de sus funciones, en el entorno del 3,5% al 4%.

Si las condiciones de precio para los demandantes de crédito no van a ser más adversas que las actuales, las restantes que caracterizarán la oferta de servicios financieros también favorecerán a los usuarios, al estar determinadas por la tendencia a la unificación de los principales mercados financieros y a la mayor competencia entre sus operadores.

En términos absolutos y relativos, la introducción del euro puede llegar a configurar el mercado de servicios financieros más amplio del mundo. Con datos del Fondo Monetario Internacional, el valor de mercado de los bonos, acciones y activos bancarios emitidos en el conjunto de los 11 países que formarán el área euro será prácticamente igual al de EE UU.

Esa similitud de la envergadura potencial de ambos sistemas ampara, sin embargo, diferencias notables, respecto al peso específico de cada uno de los mercados y de su eficiencia global. Contrastes especialmente relevantes si asumimos que la dirección en la que aquel sistema financiero viene evolucionando en los últimos años es, en gran medida, anticipadora de la que preside el cambio en Europa.

La dirección más previsible que seguirá caracterizando esa metamorfosis financiera en Europa no será otra que el predominio del acceso directo a los mercados de capitales frente a la intermediación bancaria tradicional. En el agregado de países que conformarán el área euro, los activos bancarios representaban en 1995 el 54% de todos los activos financieros pendientes de vencimiento, frente al 22% en EE UU; la financiación empresarial en este último país sigue nutriéndose mayoritariamente de la emisión de títulos en los mercados, mientras que en el conjunto de Europa, además de representar una mínima parte de los pasivos empresariales, se encuentran concentrados en un reducido número de empresas.

Una tendencia tal se verá tanto más reforzada cuanto mayor sea la atracción de las modalidades de inversión colectiva -fondos de inversión y de pensiones, fundamentalmente- como destino preferente del ahorro de las familias. En la ampliación del espectro de activos en que esos fondos puedan materializar sus inversiones, además de la esperada mayor profundidad del mercado interbancario en euros, cabe confiar para que esa metamorfosis no amenace con estrangular las posibilidades de financiación de aquellos prestatarios que por su dimensión o riesgo relativo tendrán limitado su acceso a los mercados de capitales.

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