Deliciosa coincidencia
Lo más inverosímil puede acaecer en un periódico en cuestión de erratas, errores y demás formas del desacierto. La historia del periodismo está repleta de las más variadas anécdotas al respecto. El lugar donde se produce el fallo -línea, página, sección, titular-, el tema con el que se relaciona y la persona a la que afecta son circunstancias, entre otras, que pueden incluso multiplicar sus efectos. Su gravedad, en primer término, pero también la reacción crítica o jocosa que desencadena, según los casos.A veces puede suceder, por ejemplo, que la norma o el principio cuyo cumplimiento se reivindica en esta sección sean vulnerados o simplemente ignorados en algún artículo o información de la sección de al lado. Y eso fue lo que ocurrió el pasado domingo, cuando, al tiempo que el Defensor del Lector sermoneaba a cuenta de la transcripción incorrecta de nombres alemanes, se cometía un error de esa naturaleza en el titular y en el texto del artículo de Mario Vargas Llosa publicado en las contiguas páginas de Opinión. Han sido más numerosos de lo habitual en casos parecidos los lectores que han señalado esa incoherencia, a la vez que se extrañan de que se desconozca (o se aparente desconocer) que Potsdamer Platz o Alte Potsdamer Strasse son la plaza y calle berlinesas que llevan sus respectivos nombres por la ciudad alemana de Potsdam, sede de la famosa conferencia celebrada en 1945 por los vencedores de la II Guerra Mundial.
Algún lector, como P. Fernández Arnáiz, de Böblingen (Alemania), no ha podido evitar «una risita maliciosa, por un lado, y un sentimiento de malestar, por otro», ante lo que otro lector (David B. Monk, agregado de prensa de la Embajada de EE UU en Madrid) califica «muy extraoficialmente» de «coincidencia deliciosa». «Mal favor se le ha hecho al Defensor del Lector», dice el primero, «poniendo la ese antes de la te nada menos que 10 veces (Postdamer por Potsdamer), precisamente el mismo día en que nos asegura su vigilancia en estos casos». «Qué ironía del destino», añade otro, «tanto prometer usted enmiendas en el tema de la ö, de la h y la ä en la página 16 del día 26 de abril y en el reverso de la hoja se le cuela el maligno duende y aparece con enormes mayúsculas:"... en Postdamer Platz", y luego varias veces más en la misma página, para seguir haciéndolo en la siguiente, a pocos centímetros de usted».
Otros lectores, en cambio, sin desconocer esa extraña «ironía» o «coincidencia deliciosa» con que el destino ha jugado esta vez a cuenta del Defensor del Lector, buscan darle ánimos y recuerdan que «en todas partes cuecen habas». Así, José Vera Morales, de Augsburgo (Alemania), señala que «quizás sea un consuelo para usted el saber que a los alemanes, sin ir más lejos, les resulta casi imposible escribir correctamente el nombre del anterior presidente español». Y en lo mismo abunda desde Suiza, y respecto de los medios de comunicación de ese país, Eva Schonholzer-Navarro. Esta lectora señala: «Sólo quiero dejar constancia de que los periodistas suizos y alemanes no son mejores que los españoles, ni mucho menos, y que aquéllos tampoco son capaces de escribir una frase en español sin hacer dos faltas por palabra como mínimo». Y apostilla: «¡Y para colmo, aquí no hay Defensor del Lector!».
Uno agradece las muestras de buena voluntad por parte de estos lectores, pero como mal de muchos es consuelo de tontos, no procede en absoluto dar pábulo a nada que se parezca al chovinismo por una ese o una te mal puestas, y además, lo que menos importa en este caso es que se deje o no en mal lugar al Defensor del Lector; lo primero que ha hecho el periódico es reconocer el fallo y subsanarlo (EL PAÍS del 29 de abril). Desde esta sección sólo cabe lamentar que no se ponga más empeño, tanto en lo que se refiere a la actitud vigilante de las personas como a la eficacia de los mecanismos de control, en evitar la variada gama de fallos que acechan a un periódico. Y con más motivo si se producen en lugares tan destacados como el que nos ocupa. Además de no hacer ningún bien al artículo de que se trate, en este caso a uno de Vargas Llosa, producen un evidente daño en la imagen de calidad del periódico.
¿Sólo un "chapero"?
Más allá de cualquier consideración moral, ¿era necesario, desde criterios estrictamente informativos, insistir tanto en la condición de chapero -actividad con la que, por otra parte, se ganaba la vida- del ciudadano portugués Manuel Abreu Silva, de 26 años, muerto por un funcionario de policía en octubre de 1996, y sobre cuyo suceso ha tenido lugar recientemente el correspondiente juicio en la Audiencia Provincial de Madrid? La insistencia en tal condición en las informaciones relativas al juicio ha suscitado la protesta de varios lectores. La juzgan discriminatoria, informativamente injustificada y creen ver en ella una cierta inclinación a un tratamiento morboso de la noticia.Al Defensor del Lector no le corresponde juzgar intenciones, sino analizar el tratamiento de la noticia de conformidad con las reglas éticas y profesionales del periodismo. Una de ellas, quizás la principal, es la de veracidad, pero otra es que sólo lo que forma parte de la noticia y la explica tiene, en principio, interés informativo. La condición de chapero de la víctima es un dato veraz -se dedicaba a la prostitución en la zona de Madrid donde encontró la muerte a manos de un policía ebrio-, pero esa condición fue absolutamente ajena al hecho noticioso. Más bien, el elemento básico del mismo, y desde luego en lo que se refiere a la víctima, fue su actitud cívica e incluso altruista que le impulsó a intervenir, con riesgo para su propia vida, como desgraciadamente sucedió, a favor de dos viandantes a los que en ese momento amenazaba el policía con su pistola.
Resulta muy cuestionable entonces, desde el punto de vista informativo, que un aspecto muy circunstancial al hecho y a su desencadenamiento se convierta en preponderante en el tratamiento de la noticia y aparezca reiteradamente destacado en los titulares. La propia sección de Madrid, en la que aparecieron dichas informaciones, no ha sido insensible al punto de vista aquí expresado, como se deduce de la publicación en su espacio Opinión del Lector de observaciones de lectores expuestas en esta misma línea.
Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36.
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