El "efecto Borrell"M. VÁZQUEZ MONTALBÁN
Un catalán que vive y trabaja en Cataluña desde hace 30 años, ex preso político, ex militante del FLP, que nunca ha votado socialista, me cuenta entusiasmado que Borrell le ha transmitido una visión de la identidad catalana con la que conecta y con la que espera que conecten todos los que desde la izquierda se abstienen en las elecciones autonómicas. De las propuestas de identidad catalana está clara la independentista, como está casi clara la confusa propuesta pujolista -ganar tiempo para que Cataluña exista cada vez más en Europa y cada vez menos en España-, y como está al pairo la de las izquierdas. La del PSUC era un resumen del discurso plural de la izquierda anterior a la guerra civil, situado entre la cohabitación y la convergencia de la reivindicación social y la nacional, porque sólo un acuerdo de sectores populares progresistas podía hegemonizar un proceso de transformación. Bien se inclinara por la cohabitación o por la convergencia entre lo social y lo nacional, la reivindicación catalanista de izquierdas ha padecido, por una parte, la presión de la metástasis interclasista del pujolismo y, por otra, las dificultades derivadas de la dependencia con la política de Estado del PSOE y del PCE. Esa dependencia no tendría por qué haber sido negativa, pero lo ha sido porque tanto el PSOE como el PCE jamás abandonaron del todo el principio metafísico de que a un Estado, una clase obrera y viceversa, ni siquiera cuando la clase obrera ya no es lo que era y no digamos el Estado. El ambiguo discurso de Convergència i Unió (CiU)es hoy el referente dominante sobre la cuestión nacional y favorece esa hegemonía la impotencia operativa del electoralmente poderoso Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) y la debilidad de instalación electoral de Iniciativa per Catalunya (IC). ¿Un jacobino, y no olvidemos que jacobino tiene también el sentido positivo que reivindicaba Machado, como Borrell podría en estos momentos dotar al PSC de un discurso catalán propio que clarificara la relación España-Cataluña y reafirmara el derecho y la soberanía de la diferencia? Suele suceder que un clavo saque otro clavo y el jacobinismo de Borrell podría avalar la negación del jacobinismo del PSOE, siempre y cuando contribuyera a generar un movimiento cultural y político catalán necesariamente extramuros de CiU. Durante muchos años se ha pensado que la fuerza del catalanismo reconstructor debía basarse en el consenso y era lógico que se pensase en tiempos de emergencia democrática recién salidos de la resistencia. El pujolismo ha hecho un uso particularista de ese consenso y su política de alianzas ha frecuentado la contradicción entre su pretendido desiderátum nacionalista consensuado y sus cánones en política económica, estratégica y social. Con todo, no se puede culpar al pujolismo de haberse aprovechado de su hegemonía institucional, porque sus antagonistas naturales en Cataluña no le han ofrecido una alternativa de la que carecían. En materia de identificación nacional, el PSC ha ido a remolque de CiU con matices, a la espera de que su implantación electoral en las elecciones generales, un día u otro se traspasara mecánicamente a las autonómicas. No ha sido así, y todas las idas y venidas en torno a la candidatura de Maragall para las próximas autonómicas se planteaban: ¿qué añade Maragall que haga posible esta vez no sólo un cambio de poder autonómico, sino también un cambio de proyecto nacional? Hace 15 días este planteamiento tenía unas coordenadas, y hoy las coordenadas se han movido como consecuencia del efecto Borrell, si este efecto no se agosta víctima de la travesía del desierto interior de los intereses creados en los aparatos del PSOE y del PSC. Al hablar del efecto Borrell no estoy glosando el milagro de una personalidad excepcional o providencial, sino la importancia de una reacción militante de quienes le votaron; la euforia no viene de Borrell, sino de la derrota de lo preconcebido y de la esperanza por las posibilidades de creatividad que se abren. El efecto Borrell puede ayudar a movilizar el voto abstencionista de izquierdas en Cataluña, siempre y cuando la candidatura para las autonómicas dé seguridades de una síntesis de disposiciones ante el hecho diferencial. Esas disposiciones están marcadas por factores de instalación social y de predisposición cultural, por lo que habría que retomar la razón de la coincidencia de las distintas capas populares en un proyecto de transformación social globalizado, solidario y de ratificación de la identidad nacional, afrontando sin dobles lenguajes qué hacemos con España. Si se sigue identificando a España, explícita o implícitamente, con un Estado imperial opresor o construimos un nuevo imaginario operativo. España es sus gentes y una geopolítica historificada que ha conducido a la cohabitación entre iguales, y la nueva Cataluña brutalmente deconstruida y reconstruida a partir de 1939 tiene que integrar nuevos y futuros mestizajes, asumir raíces que están más allá del Ebro. Si Borrell ofrece otra lectura de lo catalán más allá del Ebro, ese efecto merece sumarse a una alternativa al pujolismo que no sólo lo será en Cataluña, sino también desde Cataluña para España. Aquí empieza el problema, porque con toda su ambigüedad, el pujolismo ha sabido transmitir un imaginario de cosa nostrada que las izquierdas catalanas tienen también que deconstruir y reconstruir para evitar que el inmediato pleito entre el pujolismo y su alternativa se reduzca a un pulso sexual. A ver quién tiene el catalanismo más largo.
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