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"Overbooking"

Otra vez Barajas. Otra vez "Iberia operada por Aviaco", según reza, creo, la fórmula utilizada ahora al comenzar el vuelo. Acaso porque ya perdí la virginidad en cuestión de quirófanos, nunca puedo escucharla sin imaginarme a Iberia en la sala de operaciones, toda gorda ella y con la barriga al aire, mientras el famoso cirujano Dr. Aviaco se emplea a fondo con su bisturí mágico abriendo las carnes de la paciente. Por cierto, que al Dr. Aviaco lo veo más bien escuchimizado, con gafitas de finísima montura, labios delicados y un aire de autoridad algo pija, pero incontrovertible. Pero vayamos al grano. El grano consiste en que, desde la carísima y babilónica ampliación del aeropuerto madrileño, el viajero que inicia su vuelo en la todavía capital de España (al menos oficialmente) tiene que pasarlas canutas hasta el minuto sublime, el minuto M, en que por fin ocupa su asiento a bordo y puede relajarse con el sonido maravilloso de la frase citada y el resto de la letanía habitual. Antes ha de demostrar que vale, que posee la suficiente fuerza psíquica para sobrevivir a la sólita avería de los ordenadores, la desesperación de quienes los manipulan, la larga cola que todo esto origina, el terror que produce "ver el vuelo en globo". Luego, si supera esta prueba, tendrá que aprobar la de resistencia física. Admitido in artículo mortis al reino de los cielos de la aviación civil, ¿será capaz de cubrir la distancia reglamentaria hasta la puerta E-67 batiendo el último récord olímpico? Muchos son los llamados y pocos los elegidos.

Claro que lo peor de todo es el overbooking, cada vez más frecuente. Se parece al juego de la oca, en que hay diversos grados de infortunio, a saber, pozo, posada, cárcel, laberinto y muerte (que es, como siempre, el no va más, insoportable engorro). Y se diferencia en que dicho juego tiene sus reglas y el overbooking no. Las víctimas nunca saben qué está pasando, qué han hecho ellas para merecer tal sino, qué pueden alegar en su defensa, a quién pueden apelar en su indefensión. Es una experiencia kafkiana.

El lunes 20 de abril del año en curso, sin ir más lejos, me tocó a mí ser uno de los damnificados. Quizá fue un justo castigo de la providencia divina al puntito de complacencia que yo llevaba puesto, ya se sabe cómo es ella, pero la verdad es que estaba plenamente justificado. El día anterior, domingo, trabajé como un esclavo preparando la conferencia que había de pronunciar al siguiente en Asturias y no me salió muy maleja. El taxista que solicité telefónicamente llegó con el contador mucho menos abultado que sus demás colegas de la misma empresa, era simpático sin pasarse, su vehículo olía a coco y no a tabacazo, me llevó a Barajas en un plis plas, el billete estaba atado y bien atado desde hacía tiempo, ¿qué más se le puede pedir a la vida? Estaba a punto de darle las gracias cuando, tras acceder al mostrador, la empleada de turno me advirtió: "Hay overbooking". La frialdad de tal aseveración me dejó pasmado. Seguro estoy de que hubiera puesto más calidez para informarme de cualquier hecho banal, por ejemplo, "¡tengo una verruga!". Esto no era nada banal. ¿Iba a perder mis escuetos honorarios por una tontuna como ésta? Me di cuenta de que había un grupito de perjudicados, ya con cara de éxodo. Hacían preguntas a las que pronto me sumé yo, protestaban con mansedumbre, acaso para no destacarse como líderes de la oposición, no fueran a cargársela. Recibíamos respuestas nada consoladoras, como "todas las compañías aéreas pueden vender legalmente un 10% más del cupo de sus aviones". Un enterao dijo que eso era mentira, que vendía un porcentaje mucho mayor. Añadió, pues también entendía de fútbol, que lo que pasaba es que nos habían colado al equipo del Oviedo, que por lo visto jugó el día antes en Madrid. Miré alrededor mío y, en efecto, los damnificados éramos 11 y dos o tres más, o sea, un equipo y su masajista, o suplentes, o lo que lleven.

Una chaquetilla roja nos condujo hasta la salida para el rito de la repesca. Vi al equipo de marras. Debía ser español, en efecto, pues casi todos sus miembros, uniformados, eran negros. Cuatro de nuestro grupo fueron sacados del purgatorio. Los demás nos quedamos en el infierno, ¡vaya ángel de la guarda!

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