_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bilbao

Rosa Montero

Viajo a Bilbao y visito otra vez esa fabulosa criatura que se les ha tumbado junto a la ría, el Museo Guggenheim, con sus formas imposibles y su piel de titanio. Las placas que recubren el museo son tan finas que tiemblan con el viento; Frank O. Gehry, el arquitecto, dice que ese ligero latido del metal es el modo en que respira el edificio. El aliento de la bestia. Y es que el Guggenheim tiene algo de bicho perezoso; y el interior, con su esplendor de curvas y su complejidad orgánica, es un inmenso estómago. Entras en ese animal y te digiere.Bilbao está orgulloso de su museo, y con razón: es deslumbrante. Todo ese talento y esa belleza son el espejo en el que se mira la sociedad bilbaína, y, por extensión, la totalidad del País Vasco. Para eso sirven las grandes obras públicas: para simbolizar la identidad de un pueblo, sus sueños, sus deseos. Las sociedades se expresan con una gramática arquitectónica, con palabras de piedra, de cristal y de hierro. Y Bilbao se ha definido a sí mismo con un museo internacional de arte moderno. Cultura, creatividad, modernidad, cosmopolitismo: está claro que el Guggenheim nos habla de una voluntad de convivencia, de normalización y de futuro. No es casual que ETA intentara reventar la inauguración con una bomba; el museo es demasiado hermoso, demasiado emblemático, demasiado vital y esperanzador para unos individuos tan impregnados de muerte y de fealdad como los etarras.

Pero a la larga, la vida, siempre tenaz, acaba por imponerse. Ahí está el Ulster, labrándose día a día la paz contra los violentos y logrando un acuerdo de coexistencia que, hasta hace muy poco, nos hubiera parecido tan bello e imposible como imposible y bello es el edificio de Gehry. Ese Museo Guggenheim que es un monumento a la civilidad, el orgullo de Bilbao y su esperanza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_