Una antológica muestra en el IVAM la perfección óptica de Sempere
La exposición resume 30 años de trabajo del artista
Hace ya 13 años que murió Eusebio Sempere y 18 que no se veía una muestra significativa de su arte. Cuando en 1995 Juan Manuel Bonet se hizo cargo de la dirección del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), declaró su intención de "montar una amplia exposición de Eusebio Sempere, que es una de las tareas pendientes de esta casa". La esperada muestra -de la que ya se ha visto una parte en Alicante- se exhibe desde ayer y hasta el 21 de junio en Valencia. Más tarde viajará por Burgos y Granada.
El profesor Pablo Ramírez, comisario de la exposición, reconoce que a la hora de decidir lo que mostraría ha impuesto su propio criterio. "Ya en el título, Eusebio Sempere: una antología 1953-1981 hay una declaración de intenciones. No se dice antológica, como es costumbre, sino antología, que suena más literario. Ese matiz me interesa mucho". Sempere ingresó en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia en 1941. Tenía 18 años y era un chico tímido, bien vestido y bien peinado, que odiaba la bohemia. De familia humilde, sus padres se habían visto desplazados de su casa de Onil, en Alicante, por culpa de la guerra. Su acomodo forzoso en Valencia, creó en el joven Eusebio un rencor más visceral que razonado hacia la ciudad. No se entiende muy bien -y él mismo reconoció en ocasiones que no era justo- el rechazo constante, que no perdía ocasión de manifestar con la libertad de expresión que le caracterizaba: "Una mierda todo, ponlo, no te olvides de decirlo", apremió en cierta ocasión al periodista que le entrevistaba
Formación triste
Aunque quizá no era Valencia lo que estaba rechazando, sino la frustrante enseñanza que recibió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos, en la que, no obstante, aguantó los cursos preceptivos, entre 1941 y 1946. Las escuelas de arte de aquella época estaban de espaldas a la modernidad. Todo lo que viniera de fuera era mirado con sospecha y el arte no era una excepción. Tiempo después, ya famoso y reconocido, Sempere no se había recuperado del disgusto: "Mi paso por la Escuela de Bellas Artes de San Carlos fue triste, muy triste. Fíjate cómo será que no puedo ni pasar por delante de aquel edificio", confiesa a un escritor amigo. Poco después, una beca le permitió completar durante un año su formación en París. Descubrió a Matisse, a Braque y a Kandinsky. Animado por las nuevas perspectivas presentó una exposición en Valencia nada más regresar. La mala acogida del público y de la crítica le llevó a tomar la más radical de las decisiones: destruyó todos sus trabajos y regresó a París, donde residió hasta 1960.
Pablo Ramírez ha descartado en la antología el periodo de formación, "todo lo que produjo cuando era estudiante, aunque tiene obras espléndidas". Y también ha dejado fuera todo el tramo desde que va a París hasta el 53, "los primeros tanteos en, la modernidad".
En esa época Sempere jugó a trabajar "al modo de" Picasso, Paul Klee, los fauvistas... "en una especie de búsqueda de lenguaje en el que todavía no se define y que de hecho no es el Sempere definitivo. Lo he descartado porque me di cuenta de que me molestaba en la antológica, es decir: estamos ante un artista moderno y además un artista abstracto. Yo detesto que se utilice este tipo de obra de los comienzos que sólo sirve para que un determinado público diga, "ah, mire usted, es abstracto y no entiendo nada, pero como sabía pintar y aquí me lo demuestra pues entonces lo respeto...", explica el comisario.
La mayoría de esas obras están en manos de la única hermana del artista, quien ha mostrado interés en que algún día se exhiban. Será entonces la ocasión de ver también en su totalidad las serigrafías que, en opinión de Ramírez, "es una parte de su obra que tiene entidad propia. Incluirla en está antología no tenía sentido, porque en la mayoría de los casos los temas tratados son idénticos que en los cuadros y sólo varía la forma de resolverlos. Yo he preferido centrarme en el Sempere que ya ha encontrado el lenguaje con el que se va a expresar toda su vida".
Este lenguaje se muestra en gouaches, relieves luminosos, tablas magníficas "donde se demuestra que no era sólo un artista op-art, sino que tiene una vertiente lírica, poética y espiritual muy grande". Hay también una sala dedicada a la obra más abstracta, muy vasareliana, con colores planos y contornos muy nítidos.
Es la etapa de Sempere que más se puede asociar al arte óptico, "obras científicas entre comillas", como las define el comisario de la muestra. Y luego están los móviles, las esculturas cromadas y por fin los trabajos que hizo cuando la enfermedad que le llevaría a la, muerte era ya una terrible evidencia. Obras de una perfección casi sobrehumana que Ramírez no duda en calificar de místicas. Son quizá estas obras de la última etapa las que mejor justifican la frase que el crítico Aguilera Cerni escribiera en 1959, asombrado ante una obra del joven alicantino: "Si el mundo fuera justo, ya habría puesto en algún sitio un gran letrero luminoso que dijera, encendiéndose y apagándose: S-E-M-P-E-R-E"
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