Batallas de Alcoy
JOSÉ RAMÓN GINER Siento una gran curiosidad por conocer cuál habrá sido la reacción de los alcoyanos ante el boato del capitán cristiano que era, me parece a mí, el gran espectáculo de las fiestas de Alcoy para este año. La organización de la entrada correspondía a los Cides y el pintor Manolo Boix recibió el encargo de diseñar los trajes. Boix ha buscado la renovación del vestuario, aportando un punto de novedad. Para ello ha ideado unos trajes inspirados en el XV valenciano y les ha dado un deje de italianidad o, lo que es lo mismo, de fantasía. A tenor de los dibujos publicados en este diario, los diseños de Boix son originales, llenos de gracia y de atrevimiento. Yo me pregunto si los alcoyanos habrán aceptado de buen grado este atrevimiento en su fiesta, sobre todo proviniendo de alguien ajeno a la ciudad. Contra lo que cabe suponer, Alcoy es una ciudad muy tradicional. Frente a poblaciones como Alicante, que son ciudades sin historia, nacidas en el aluvión de las migraciones y por ello muy permeables, la geografía ha hecho de Alcoy un reducto de fuerte personalidad, celoso de su pasado. En ningún otro asunto se muestra de forma más vehemente este cuidado que en las fiestas. En Alcoy, los Moros y Cristianos es una actividad perfectamente reglada, con iconografías muy precisas y protocolos que exigen su cumplimiento al pie de la letra. Cual-quier leve cambio, una mínima altera-ción que se pretenda, necesita de esfuerzos enormes para ser aceptada y cuando se consigue, lo es a regañadientes y con el disgusto de muchos de los festeros. Al alcalde Sanús se le ocurrió años atrás una idea excelente: encargar los carteles anunciadores de la fiesta a prestigiosos artistas de la Comunidad Valenciana. Sanús pensaba renovar así el cartelismo tradicional, muy dete-riorado por el abuso de unas imágenes repetidas. Pensaba que, de esta manera, la fiesta ganaría en imagen, se ofrecería más moderna. En cualquier otro lugar, esta propuesta del alcalde Sanús hubiera sido magníficamente recibida. Los alcoyanos, sin embargo, no lo juzgaron así y desde un principio acogieron la iniciativa con recelo. Y es que el alcoyano si en el cartel no hay San Jorge, media luna, cruz y moro muerto, no acaba de sentirlo como propio. Este año, el cartel del pintor Genovés ha provocado una decepción enor-me, de las que hacen época. La polémica prendió en la ciudad y hubo festero que, indignado, arremetió a golpes contra el anuncio. Adrián Espí, que es un hombre puntilloso, tremen-damente conservador en todo cuanto se relaciona con la fiesta, ha escrito en los periódicos una diatriba feroz contra el alcalde Sanús, denunciando su política de encargos y acusándola de partidista. Espí no considera que pintores ajenos a Alcoy sean capaces de interpretar el espíritu de la fiesta de Moros y Cristianos. A ustedes quizá puedan parecerles ridículas estas guerras. Para mí, que soy un enamorado de esta ciudad desde hace muchos años, resultan divertidísimas. A través de ellas percibo el formidable encanto de Alcoy. Un encanto que nace de la tensión, siempre manifiesta, entre lo tradicional y lo moderno, entre lo provinciano y lo contemporáneo y que el visitante, a poco que camine despierto, puede advertir en un paseo por sus calles y, sobre todo, observando cómo los alcoyanos matan el tiempo mientras toman el aperitivo en cualquier bar.
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