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De Stormont a Euskadi

Antonio Elorza

Ciertamente, a Euskadi no le faltan problemas, generados en lo esencial por la violencia y el terrorismo, pero cualquiera que escuchase sin otros datos los discursos de los líderes del nacionalismo democrático en el Aberri Eguna iría mucho más allá, pensando que la situación actual de los vascos era poco más o menos la de los kurdos o los kosovares. Nada evocaba el camino recorrido en estos 20 años de autogobierno, con una Euskadi libre y autónoma que mantiene una trayectoria de construcción nacional en el marco del Estado español. La realidad de la sociedad vasca de hoy quedaba fuera de campo; los aires eran guerreros y el enemigo de verdad, el de siempre, y con más intensidad que otras veces por desoír la que a juicio de los oradores constituía la lección del Ulster. En un tono de marcada irritación, Garaikoetxea exigía a unos y a otros "coraje" para negociar, con ETA y la democracia a la misma altura. Igual de airado, Arzalluz iba aún más lejos, al cargar la responsabilidad de cuanto ocurre sobre los partidos no nacionalistas que "siembran odios", en tanto que ETA se limita a cometer "banalidades", es decir, cosas triviales, e "insensateces", cuya culminación es, increíblemente, según sus palabras, proporcionar "votos y renombre a la derecha" (en forma de esquelas, habría que precisar). Aun al margen de ETA, la situación descrita es apocalíptica: el nacionalismo quiere que los vascos sean lo que son (esto es, lo que la tradición sabiniana define como vasco) y los partidos españolistas "satanizan el nacionalismo vasco". En esto coinciden Arzalluz y Oliveri, el secretario general de EA, olvidando que la crítica es consustancial a la democracia, e incluso al pensamiento vasco tradicional. "Aditu nahi ezduenak, ezdu erran behar"; el que no quiera réplicas, que no diga ciertas cosas. Así que no es cuestión de nacionalismo o españolismo, según Sabino dixit. Muchos vascos asumen su identidad y la construcción nacional, pero desde una perspectiva abierta, ligada a la autonomía, siguiendo la estela de los Amigos del País ilustrados, de Vilinch, o de los Baroja, quienes por lo demás conocían lo vasco mucho mejor que Zumalacárregui el cura Santa Cruz o Arana Goiri, cuya tradición encarnan las líneas de nacionalismo hoy dominante. Cuesta creer que Arzalluz aún no le haya perdonado a Espartero que liberase Bilbao del cerco carlista; ahí está su cita peyorativa en el discurso del domingo. De modo que entonces y ahora, tomando por emblema a la villa natal del líder del PNV, se trata de elegir entre la Azkoitia del rey don Carlos, y sus herederos políticos, o la de los aldeanos críticos, vascos racionalistas como el conde de Peñaflorida o Altuna, el amigo de Rousseau. Los partidarios de la segunda no necesitan "reinsertarse" en lo vasco, como les proponen el Portavoz de HB y Oliveri. Arzalluz no es más vasco que Jon Juaristi; es, simplemente, un vasco de orientación política intransigente, esencialista -somos lo que somos, dice, ¡desde el Adour hasta el Ebro!- y por ende reaccionaria.

Existe, pues, un perfecto derecho, y aun la necesidad, de oponerse a la lógica de exclusión que últimamente caracteriza al discurso del PNV y EA, de reivindicar la doble condición de vascos y españoles, y de confiar en la forja de una cultura vasca que sea algo más que lo propuesto por. el nacionalismo versión Arzalluz. Una "forma de ser vasco", por usar sus palabras, que tan bien cuida la programación diaria de ETB: jornadas enteras de retransmisiones deportivas, alguna misa, sacralización del paisaje, del idioma propio y de la txalaparta, fiestas bien regadas de alcohol en verano, y populismo jatorra para todas las estaciones. Amén de una información, no ya manipulada, sino de pensamiento único, conforme pudo apreciarse al dar cuenta del acuerdo de Stormont, idénticamente en las dos cadenas y con la misma entrevista al portavoz del pacifismo oficial de Elkarri.

Todo ajustándose al patrón interpretativo peneuvista: las diferencias son marginadas, lo que cuenta es la negociación como fórmula mágica, no como procedimiento, al parecer dolosamente rechazada por los partidos españoles. De este modo quedan sepultados los valores que la solución del Ulster puede aportar a Euskadi. Ante todo, y este olvido resulta inexplicable, la versión nacionalista oficial deja de lado que la tregua por parte del IRA y la responsabilidad política asumida por el Sinn Fein fueron las premisas que hicieron posible la negociación. Segundo, olvida asimismo que ésta fue imprescindible, como lo será en Euskadi, pero ofreciendo unos contenidos concretos que corresponden a los datos del problema, y no para extender un cheque en blanco frente a las instituciones democráticas que en el caso vasco son una realidad, a diferencia de lo que sucedía en Irlanda del Norte.

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