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Reportaje:PLAZA MENOR - ARANJUEZ

Regalo de reyes y obsequio del Tajo

La primavera en los jardines de Aranjuez viene aparejada con todos los tópicos de la estación, lugares comunes insoslayables que el cronista no puede obviar, por más que lo intenta, cuando se acerca a este paisaje privilegiado, domesticado, acotado y estructurado para servir de recreo a los monarcas de dos dinastías antagónicas y sucesivas, hermanados al fin por sus reales aficiones venatorias y recreativas.La elección del sitio se debe a Felipe II, paradigma, entre otras cosas, de "rey albañil" o ,"arquitecto", aunque la fama en tales menesteres se la llevara Carlos III, que por supuesto también dejó su impronta en Aranjuez con reformas y nuevas construcciones en el palacio y su entorno urbano y paisajístico. Aranjuez, El Pardo y, por supuesto, El Escorial fueron localizaciones del "rey prudente", maestro sin saberlo en las milenarias artes del fengshui, misteriosa disciplina oriental que estudia las ignotas fuerzas telúricas y cósmicas que gravitan sobre la Tierra para descifrar sus secretas leyes y no contravenirlas a la hora de ubicar, orientar y construir nuevos edificios. Al buen ojo del cejijunto monarca se sumaban quizá sus conocimientos esotéricos; cábalas y alquimias a las que tan aficionado fuera también su arquitecto más emblemático y prolífico, Juan de Herrera, cuya académica y austera impronta aún puede apreciarse en la planta del palacio de Aranjuez, imponiéndose a las añadiduras y florituras de sus sucesores y a los reales caprichos de los Borbones más refinados y siempre a un paso de la cursilería.

Aranjuez fue construido como palacio de primavera, que estuvo a punto de serlo de invierno cuando en 1808 fue tomado por el pueblo amotinado que trataba de impedir el presunto viaje de Carlos IV hacia un incierto exilio. Intoxicados por los rumores difundidos por los miembros del partido fer nandino, los vecinos de Aran juez sacaron de los pelos al incomprendido Godoy, que se había ocultado ignominiosamente en un rollo de esteras, y, entre patadas, coscorrones y soplamocos, se llevaron al abrumado Príncipe de la Paz a los calabozos del cuartel de los Guardias de Corps, mientras el príncipe heredero y felón se frotaba las manos. Unas horas más tarde la precaria corona de España ceñía las sienes del hipócrita que tras alentar el motín se había convertido en árbitro de la situación forzando a abdicar a su atribulado y vacilante progenitor.

Los patriotas de Aranjuez no gozarían por mucho tiempo de su triunfo. Su candidato, dando una vez más pruebas de su fementido carácter, pondría unos días más tarde cetro y corona a los pies de Napoleón y sobre la cabeza de su hermano José, justo lo que los amotinados habían intentado impedir con la sublevación.

Desde el año 1987 los habitantes del lugar conmemoran en el mes de septiembre la efeméride en las fiestas del Motín. Vestidos como sus antepasados, e imbuidos de idéntico entusiasmo, los vecinos de Aranjuez se amotinan simbólicamente ante el palacio y se las hacen pasar canutas a, un sosias del pobre Godoy. Tanto fervor y esmero en la reconstrucción histórica han hecho de esta fiesta moderna una de las más atractivas e interesantes de la Comunidad.

En la historia del real sitio figuran los nombres de los más renombrados arquitectos de cada momento, Herrera, Juan Bautista de Toledo, Sabatini, Juan de Villanueva y Santiago Bonavía, el menos conocido pero el que más influyó en el aspecto actual del conjunto como responsable de la conclusión del palacio y de varios edificios del casco antiguo de la villa. A la lista tendríamos que sumar, si hiciéramos caso a todo lo que dicen las piedras, que a veces mienten más que hablan, a Francisco Franco Bahamonde. A las puertas de uno de los palacetes, la Casa del Labrador, hay una inscripción que reza: "Durante la paz de Franco fueron ejecutadas estas obras según idea del Jefe del Estado".

A bordo del chiquitrén que recorre parte del casco antiguo y los jardines del palacio, el cronista cierra su libreta, sabedor de que en su crónica no cabe ni siquiera el recuento de tanta belleza y esplendor de la naturaleza y del talento humano: las fuentes mitológicas, los árboles más que centenarios; las inverosímiles y recargadas naos de la llamada Escuadra del Tajo, que se conservan en el museo de falúas, por no hablar de los teso- ros materiales e inmateriales del palacio y sus remembranzas.

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El conductor de la falsa locomotora va desgranando los hitos del trayecto. Su voz se sobrepone a la de Richard Anthony, que en un castellano gangueante se aprovecha de los compases más conocidos del universal concierto para hilvanar sus melancólicos excesos. En ésta, o en versiones más nobles y ajustadas, sus acordes se escuchan en todos los rincones de Aranjuez. Joaquín Rodrigo soñó estos lugares que nunca vio, y describió un paisaje armónico intuido tal vez desde la fragancia de sus jardines. De los colores, las luces y las formas se ocupó otro ilustre enamorado de Aranjuez, el pintor y escritor catalán Santiago Rusinyol, que murió aquí en 1931.

Aranjuez es un lugar privilegiado, un oasis creado por el padre Tajo para amenizar el austero y desnudo paisaje de La Mancha, una reserva natural de aves acuáticas que abarca 15.000 hectáreas protegidas, un parque natural, urbanizado y recreado por la acción del hombre. Pero Aranjuez es también una ciudad que bordea los 40.000 habitantes, con sus problemas y carencias. El fantasma del paro se ha colado en este paraíso, reconoce Jorge Díaz, jefe del gabinete del alcalde popular José María Cepeda Barros, que gobierna en mayoría. El turismo y los servicios concentran la mayor parte de las actividades laborales de una población otrora conocida por su opulenta huerta. La célebre fresa es casi un recuerdo, las dificultades de la recolección han llevado a muchos agricultores a pasarse al maíz. Los espárragos, no menos famosos y de difícil cultivo, sobreviven peligrosamente. Dentro de poco, para catar los legítimos productos de esta vega, habrá que hacerlo in situ, confiar en la carta de sus numerosos restaurantes, como ha hecho la Guía Michelin con uno de ellos. La excursión merece la pena desde cualquier punto de vista.

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