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Reportaje:

72 horas de tira y afloja en Ruanda

La diplomacia española tuvo que emplearse a fondo para repatriar a las dos religiosas secuestradas

José Antonio Bordallo es un embajador con suerte. En sus 18 meses en África ha vivido dos guerras civiles -la de la República Democrática del Congo (RDC, ex Zaire), donde está acreditado, y la de Congo-Brazzaville, que depende de su legación- y ha conocido durante 72 horas el estrecho umbral que separa la vida de la muerte en la frontera del Congo con Ruanda, ese frente invisible de una guerra sin fin entre hutus y tutsis, en el que se encontraban como rehenes dos religiosas españolas: Sagrario Larralde, enfermera de 62 años, y Rosa Muhoz, médico de 32. Sólo en el mes de marzo ha habido 500 muertos en combates a ambos lados de la frontera.Bordallo, de 48 años, se considera -con un punto de humor- diplomático afortunado porque durante su misión de rescate en la región de los Grandes Lagos ha podido sentir, pese a su soledad sobre el terreno, el peso de una comunidad internacional movilizada en Bruselas por la plana mayor del Ministerio de Asuntos Exteriores que hizo valer su influencia en un lejano puesto fronterizo de Ruanda. El embajador, sin cartas credenciales para operar del lado ruandés, había cruzado la frontera con la luz verde del ministro Abel Matutes tras los pasos de las dos religiosa secuestradas al noroeste de Ruanda el 23 de marzo, liberadas en la RDC tras cinco días de cautiverio y devueltas -contra la voluntad del Gobierno congoleño- a unas fuerzas de seguridad ruandesas suspicaces por haber sido burladas por la guerrilla hutu y porque las monjas no habían sufrido maltrato, lo que, a su juicio, las convertía en sospechosas.

El embajador español había aterrizado el sábado 28 de marzo en el aeropuerto de la ciudad congoleña de Goma -fronteriza con Ruanda y donde habían sido liberadas las dos religiosas- con la garantía de las autoridades de Kinshasa, la capital congoleña, de poder repatriar inmediatamente a las dos españolas. Para su sorpresa supo que Larralde y Mufloz, acompañadas ahora por el sacerdote carmelita Luis Hernández Bueno, habían sido de vueltas a las autoridades militares ruandesas y que se encontraban en Gisenyi, al otro lado de la frontera.

Entrada ya la noche, Bordallo cruzaba la frontera, localizaba a las monjas e iniciaba una larga negociación con los militares ruandeses, que no entendían qué pintaba allí un embajador español acreditado en otro país. Si el gobernador local, un militar, dudó de la palabra del diplomático, el Gobierno de Kigali supo enseguida que algo grave se cocía en su frontera con la RDC. En Bruselas, España bloqueaba en el Consejo de Ministros de la UE cualquier acuerdo de cooperación con los países de los Grandes Lagos hasta la salida de las monjas de Ruanda. Matutes se lo explicaba telefónicamente a su homólogo ruandés, mientras las embajadas británicas, belgas y francesas de la región cerraban filas para facilitar la evacuación.

Tal despliegue de musculatura diplomática no se percibió inmediatamente en Gisenyi, donde la autoridad militar aconsejaba al diplomático español que regresara a Congo. Bordallo recalcó que no pensaba separarse de las dos monjas y del sacerdote carmelita. La noche del sábado y un largo domingo los pasó negociando con las autoridades militares y en compañía de los tres religiosos, mientras la presión internacional abría camino hacia Kigali, capital de Ruanda. El lunes pudieron por fin, en un convoy con escolta militar y por territorio donde opera la guerrilla, entrar sanos y salvos en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Ruanda, donde se les dio todo tipo de explicaciones, antes de ser conducidos a la nunciatura, a cuyo frente se encuentra el español Javier Lozano.

Daniel Soto, diplomático acreditado en la Embajada de Dar es Salam, capital de Tanzania, con competencias sobre Ruanda, llegaba a Kigali a bordo de un avión fletado especialmente para evacuar a los religiosos. Pese a la amenaza de tormenta, Bordallo decidió emprender viaje hacia Tanzania. La aventura tocaba a su fin. Bordallo pudo hacer su verdadera primera comida desde que empezó el tira y afloja fronterizo: un plato de chorizo, jamón y queso en la Embajada española en Dar es Salam. Se acordará siempre.

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